Las mujeres lesbianas también sufren de violencia machista. Para Ángela Laksmi, el patriarcado castiga con saña a las lesbianas como mujeres y disidentes sexuales. Explotar su sexualidad en la pornografía, anular y castigar sus vínculos amorosos por la ausencia de un falo son algunas manifestaciones de violencia simbólica que sufre este grupo poblacional.

¿Qué imaginarios en torno a las mujeres lesbianas clasifican como violencia machista?
Para empezar, yo no hablaría solo de las mujeres lesbianas por su orientación sexual. Somos mujeres socializadas desde la norma heterosexual, de quienes se espera determinadas posturas y a las que se les imponen ciertos roles, objetivos y proyectos de vida. Es importante cumplir con esos mandatos porque de esto depende el éxito, las vivencias de fracaso o las evaluaciones que hacen de ti.
¿Y a qué estamos llamadas las mujeres que estamos polarizadas en lo femenino? Básicamente, a ser para otros, mientras los hombres están llamados a ser de sí. Siempre estamos relacionadas con un hombre, somos una pertenencia o una carga: eres la hija, la esposa de, la madre de… ¿Y en qué lugar quedamos las mujeres lesbianas si no cabemos en ninguno de esos lugares de madre y esposa, lugares que se han ido moviendo a regañadientes, a golpe de mucho dolor y revoluciones?
Me cuenta una conocida que, en una reunión de trabajo, una persona que asiste a una iglesia fundamentalista desde hace años decía que, “cuando dos mujeres lesbianas se besaban, a los demás les daba “asquito”. Pero no solo produce asco, también produce erecciones.
El patriarcado castiga a las lesbianas y trata de fijarlas en los lugares donde pueden ser de uso. El uso puede ser estigmatizar, violentar, pero también erotizar de un modo degradante, humillante, quitar todo rastro de humanidad y convertirla en un pedazo de carne para el placer del hombre heterosexual. Un ejemplo claro es la industria del porno.
Por otra parte, existe la imagen de la lesbiana como la mujer que odia a los hombres. Creo que son brujas de estos tiempos, irreverentes que se suman a la lista de quienes en su momento fueron condenadas por reclamar el derecho al voto, se quitaron el ajustador o se pusieron pantalones.
También está la anulación de la sexualidad lesbiana, pues en el imaginario heteronormativo no se contempla placer o sexualidad sin penetración ni falo. Este imaginario se traspola a muchos escenarios, por ejemplo, cuando vas al médico con tu novia, este pregunta si estás teniendo relaciones sexuales y no sabes qué responder porque el médico o doctora está asumiendo relaciones sexuales con penetración. En esa lógica en la que estamos construidos, las relaciones sexuales entre mujeres no son importantes.
Y si no puedo colonizar tu cuerpo ni me sirve tu sexualidad, porque no es reproductiva, la lesbofobia y la misoginia puede ser tanta que se recurre a la violencia extrema. Todas hemos escuchado de las violaciones correctivas o, a menor escala, el acoso sexual callejero, como método que tiene una connotación diferente en el caso de mujeres lesbianas.
Cuando no vas con un “dueño” por la calle o con una representación masculina, los otros hombres, los depredadores, se sienten libres de acosarte. Pero cuando yo voy con mi pareja mujer, ella y yo, las dos como pareja somos acosadas. Se afecta tu integridad como mujer y como pareja.
Las miradas lascivas y las ofensas generan una situación muy insultante en la que estás indefensa porque no tienes cómo denunciarlo. Yo no entiendo que haya personas que intenten vendernos esto como halago, que no entienden que las mujeres cambian de acera cuando ven a dos o más hombres en una esquina y que, por demás, si no responden a lo que ellos consideran un halago, las ofenden.

¿Cuánto afecta toda esta situación?
Estas experiencias crean conciencias diferentes. Un ejemplo es el dicho que versa: un hombre va solo por la calle en una noche oscura y piensa “que no me roben”; una mujer va sola por la calle en una noche oscura y piensa “que solo me roben”.
Cuando eres una mujer lesbiana, tienes una conciencia diferente si vives abiertamente tu sexualidad en tu barrio, en tu trabajo, en cualquier espacio. Incluso, te piensas diferente si dejas entrar a una persona a tu casa, si andas por la calle, pues sabes que las represalias por desafiar el patriarcado pueden ser muy graves.

¿Qué daño puede hacer a una persona vivir este estrés constante y sentirse agredida sistemáticamente?

Yo nunca había sentido mi sexualidad tan agredida como desde que estoy con una mujer. Jamás me había sentido tan en jaque, es una lucha diaria, hay que salir del closet todos los días. Es terrible vivir en el estrés de estar a la defensiva, midiendo dónde pones la mano, de dónde la quitas y sentir que eres un pedazo de carne expuesto.
Las experiencias que vas acumulando te van convirtiendo en una persona que vive a la defensiva, más cuidadosa, más cautelosa. De alguna forma te van cerrando el círculo y te quedas donde te sientes más segura, tu espacio de confort. Esto es terrible porque mi novia es pastora y yo soy psicóloga, de algún modo las dos estamos en el ámbito del trabajo social.
Ahora que tengo una pareja mujer y vivimos abiertamente nuestra relación, entiendo que mis vivencias no deben ser ni la mitad de las que acumulan mujeres lesbianas de 40 o 50 años.

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