Por Marta María Ramírez
Alejandra es una joven cubana que quiere tener un hijo. Ella cuenta con lo más importante: el amor de su pareja, Gabriela; un buen trabajo y una casa propia donde vivir en familia.
Sin embargo, su deseo depende, más que de los avances de las llamadas técnicas de reproducción asistida, del reconocimiento del derecho a la maternidad de las uniones de mujeres del mismo sexo y solas.
El conflicto de Alejandra y Gabriela, contado en la pieza teatral De Hortensias y Violetas, de la dramaturga cubana Esther Suárez y montada por el director Nelson Dorr, ha dado vida al debate entre cubanos y cubanas sobre el libre acceso a la fertilización asistida, independientemente de la opción sexual, desde que se estrenó, el pasado 9 de marzo, en la capital cubana.
“La obra canta al respeto de la libertad individual. La fertilización asistida, fuente de conflictos éticos y religiosos, es un espacio altamente teatral. Pero todo podía ser aún más útil si introducíamos el tema de la relación homosexual femenina”, afirma Suárez, quien obtuvo con este texto, en Italia, el premio del Concurso Internacional de Dramaturgia Femenina La escritura de la diferencia, en 2004.
La reproducción asistida está presente siempre que “el óvulo y el espermatozoide, o uno de los dos, se trabajen en un laboratorio”, explica a SEMlac el endocrinólogo Manuel Gómez, especialista del servicio de reproducción asistida del hospital gineco-obstétrico capitalino Ramón González Coro.
Cuando se trabaja un solo gameto, ya sea el óvulo o el espermatozoide, estamos ante una técnica de baja tecnología, y cuando se trabajan los dos, para formar el embrión que más tarde se transferirá al útero, ante una de alta tecnología.
Una historia cubana interrumpida
Aunque poco documentado bibliográficamente, quizá por la confidencialidad que amerita el empleo de estos procedimientos, algunos investigadores señalan que casi diez años después de que, en 1978, naciera Louise Brown, el primer bebé probeta del mundo, en Cuba nació el primer niño cubano procreado con este método, llamado Luis Moreno.
Así, la década del ochenta del siglo pasado marca en Cuba el inicio exitoso de la aplicación de los métodos de reproducción asistida de baja tecnología, como la inseminación intrauterina, y también de la fertilización in vitro, que es la única de alta tecnología aplicada en la isla.
La inseminación intrauterina se define como el depósito de espermatozoides de forma no natural en el tracto reproductivo de la mujer, especialmente dentro del útero, para conseguir la gestación.
Mientras, la fertilización in vitro se basa en la colocación de una cantidad de espermatozoides en contacto directo con uno o varios ovocitos, en un medio de cultivo.
“El servicio del González Coro comenzó en 1986 y fue pionero en estos temas, junto al Instituto de Endocrinología y el Hospital clínico-quirúrgico Hermanos Ameijeiras, el único que realizó la fertilización in vitro, hasta que en 1989 sobrevino la crisis económica”, cuenta Gómez.
El costo de la fertilización asistida de alta tecnología en el mundo se estima entre 5.000 y 10.000 dólares y, aunque la tasa de éxito ha mejorado con la experiencia en la aplicación de las técnicas, todavía se considera baja, si se compara con los recursos invertidos.
Durante el peor período de la crisis económica, conocido como “período especial”, el Ministerio cubano de Salud Pública financió a algunas parejas infértiles para que fueran tratadas en otros países, como Chile y España, según ha trascendido.
Sin embargo, con la revitalización económica también parecen beneficiarse estos servicios de salud. Fuentes bien informadas aseguran que, desde 2006, el Hospital Hermanos Ameijeiras, en la capital cubana, reabrió su consulta de fertilización in vitro para un primer grupo de pacientes seleccionado por personal especializado, en el cual ya se reportan gestaciones.
“Parece ser un interés del estado aumentar la posibilidad de aplicación de las técnicas de reproducción asistida, porque la demanda es mucho mayor que la oferta”, sostiene el endocrinólogo.
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