Historias de mujeres

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Tiene 40 años, varios libros publicados y una vida compartida con la que una vez fue sólo su mejor amiga y hace varios años se ha convertido en la familia, la amante y la única persona en quien confía plenamente. «Ella es mi país, mi isla», cuenta a SEMlac esta mujer lesbiana.

El descubrimiento de su amor no fue fácil. Tenía 22 años y la reacción de la amiga en aquel momento fue alejarse, unirse a un hombre y tener su hijo. Su primera relación lésbica le trajo las miradas de rechazo, pero, sobre todo, la violencia de una madre que no supo entenderla.

«Me pegó varias veces, me botó de la casa y me quedé sola, sin un lugar a donde dirigirme. Las injurias, las calumnias y los golpes se multiplicaron con los años, hasta que ahora, ya vieja y camino a una demencia senil, ha empezado a tomarlo todo a la ligera. Ahora, yo soy quien la cuida», cuenta.

Además de la difícil relación con su madre, notó que la gente empezó a observarla de modo diferente: «me miraban y me miraban mucho. Empezaron a saludarme a distancia o, simplemente, no me saludaban. Son cosas que están ahí, pero de las que me he ido liberando».

Sólo una persona de la biblioteca donde trabajaba le hizo mucho daño. Inventó historias y alejó a unas adolescentes que la buscaban para orientarse en el mundo de la lectura. «Esas muchachas hoy viven en Estados Unidos y un día, de visita en Cuba, me pidieron perdón por no haberme comprendido entonces», afirma.

Así y todo, se siente feliz y realizada. Comparte con su pareja la educación de un hijo adolescente que no necesitó explicaciones especiales para entender la relación entre su madre y su mejor amiga. Enfrenta la vida con sinceridad y sigue dejando la vida en sus poemas.

«Soy yo misma. No tengo miedo ni temores, ni camino por la calle pensando qué dirán o por qué la gente me mira tanto. Soy libre porque la libertad está dentro de mí», asegura.

Dos

Ronda los 60 y aún no se libra del peso de los recuerdos.

Era muy joven cuando, en 1968, fue acusada junto a cinco amigas y encarcelada por un año por el único delito de tener una conducta homosexual. Sabe que aquellos tiempos de «gran intolerancia» pasaron, pero también sabe que los meses de cárcel la marcaron para siempre.

«Me casé estando presa para ver si mi vida cambiaba, pero fue peor. Cuando tenía pase lo rechazaba, para no tener que encontrarme con mi esposo», cuenta esta habanera que se divorció tras nueve meses de matrimonio y tener relaciones sexuales con su esposo apenas cuatro veces.

Convencida de que nació lesbiana y a pesar de tantos años de vida y experiencia, se sigue considerando «anormal». Lidia (nombre ficticio) ha logrado construir una vida en pareja, estable y discreta, sin ocultarse de nadie, pero con «respeto a los otros».

Así y todo, los fantasmas del pasado van y vienen. Hace dos o tres años acudió, por problemas de salud, a un psicólogo, en un hospital del sistema nacional de salud pública, y presenció cómo en la hoja clínica quedaba registrado el síntoma del desorden: «rasgos de homosexualidad».

«Yo soy una persona mayor, enferma, y sentí vergüenza de pensar en cuántos médicos iban a leer aquel expediente. No me ayudó, más bien me espantó. No volví más. Es muy triste ver cómo esta sociedad, en gran proporción, todavía nos echa a un lado», afirmó.

Tres

Tiene 20 años, un ex novio y está segura de que le gustan las mujeres. «Él lo sabía y no le importaba. Ahora las cosas no se ven tan complicadas como antes. El sexo es para disfrutarlo con quien una quiera y sin traumas», dice a SEMlac una joven universitaria.

«Quizás soy bisexual. No lo sé», comenta con una despreocupación que pudiera marcar la diferencia con generaciones anteriores. Como tantas muchachas de su edad, pasó la adolescencia becada en una escuela, alejada de su familia y también de muchos prejuicios.

Poco o casi nada sabe de las historias del pasado. Ve como algo normal, y que tenía que haber pasado hace mucho tiempo, la apertura de un espacio fijo en La Habana para el debate de películas sobre diversidad sexual, la incipiente presencia del tema en los medios y la aparición pública de la bandera gay.

Para ella, las parejas de gays y de lesbianas son iguales a cualquier otra. Deberían entrar sin problemas a los centros nocturnos o contar con sus propios espacios recreativos. «O las dos cosas; es un problema de libertad. Uno debe tener el derecho de divertirse como quiere. Yo estoy abierta a lo que venga», asegura.

Enero 2009

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