El mito de la virginidad, de extremo a extremo

A Belkis Salazar, una jubilada de 64 años, los prejuicios y las concepciones de su época juvenil le partieron la vida en dos. Hoy, cuando el mito de la virginidad es en Cuba algo del pasado, cree que las mujeres tienen una mejor oportunidad de ser plenas en su sexualidad, aunque hasta cierto punto.
“Como se esperaba en mi tiempo, fui virgen al matrimonio. No sabía nada del tema. Él prácticamente me violó y yo me preguntaba: dónde está la emoción y satisfacción de que habla la gente”, cuenta.

“Aquello fue un fracaso. En vez de mejorar, la intimidad empeoraba. Con estas canas a cuestas, creo que el mito de la virginidad me escamoteó parte de mi vida, de mi plenitud”, recuerda con voz entrecortada esta mulata delgada, residente en la ciudad de Bayamo, en el oriente de la isla.
Belkis agrega: “me hicieron creer que ir señorita al matrimonio era igual a alcanzar la felicidad. ¡Qué mentira! Ahora lo veo como un error que puede frustrar todo el desarrollo de la mujer y su familia”.
Su experiencia, amarga e imborrable, le aclara las ideas. “Para mí, las muchachas de hoy nos llevan ventaja. No se ve mal que tengan relaciones sexuales con sus parejas antes de casarse. Eso les da la posibilidad de ir al matrimonio con conocimientos y compatibilidad en ese aspecto”.
Salazar resume esa parte de su historia con una frase: “¡Cómo perdí tiempo por los prejuicios!”, se lamenta. Cuando por fin pudo separarse de su esposo, comprendió que la cama no era el lugar de tortura que tanto había rechazado.
“Una membrana no es la esencia para ser feliz. Más importante es llevarse y sentirse bien en el momento del acto sexual. Claro, tampoco hay que estar acostándose con muchos y con cualquiera”, asegura.
Historias como la de Belkis se repiten en personas de edades cercanas a la suya.
“Tenía 14 años. Me obligaron a casarme cuando se enteraron de que habíamos tenido relaciones sexuales. Sólo que para mi fue doloroso y decepcionante. No quería ni verlo, a los dos días estaba de nuevo en casa de mis padres: Para colmo, divorciada”, dice Irma, de 58 años.
Ana, de 66 años, siente todo lo que perdió por ese prejuicio. “Sólo por ir a ver a mi enamorado por la ventana, terminé con tres puntos en la cabeza por un golpe. La pérdida de la virginidad antes del matrimonio fue una tragedia y frenó mi vida personal”, comenta.
Mairelys Lotti, ama de casa, atribuye esa costumbre a los moralismos machistas de épocas pasadas. “Lo mejor que ha podido pasar es que se extinga ese prejuicio. Aunque tampoco así los matrimonios duran más”.
Sin ser un fenómeno común, las bodas condicionadas por la pérdida del himen aún existen en algunas zonas, aunque cada vez menos. “Me cuesta creer que todavía haya madres que obliguen a sus hijas a casarse cuando pierden la virginidad”, dice Lotti.

Criterios médicos
Por siglos prevaleció el criterio de que la primera relación sexual debía estar acompañada de la ruptura del himen y de sangramiento. De ahí que no pocas culturas exigieran como prueba de la “castidad” de la mujer –sinónimo de honor-, la sábana blanca manchada de sangre.
Sin embargo, especialistas señalan que el himen no es evidencia de virginidad, debido a que algunas mujeres nacen sin él, mientras en otras puede romperse por un golpe o movimiento brusco. También influyen las características propias de cada membrana.
El himen es una delgada membrana que, en algunas mujeres, cubre la entrada de la vagina, y que varía de espesor y extensión. Como es vascularizada, al desgarrarse puede producir sangrados breves y sin complejidades.
Los expertos precisan que algunos son lo suficientemente elásticos como para no romperse en la primera relación, otros no necesariamente presentan sangramiento o tienen forma cribiforme, con varios orificios.
La literatura médica refiere que apenas cerca de la mitad de las adolescentes y mujeres experimentan sangrado y/o dolor durante la primera penetración.
Sin embargo, la vigencia del mito ha ocasionado que muchos matrimonios o parejas empezaran con violencia, inseguridad, falta de confianza y rechazo, que los marcaron para el resto de sus vidas.
Se cree que la palabra himen proviene del dios griego Himeneos, quien era invocado en las bodas mediante «himnos», de donde provendría el vocablo y su connotación virginal previa al ritual nupcial.

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