Seis años esperó la periodista y narradora Mercedes Santos Moray para ver publicada la que se convertiría en la primera gran historia de amor lésbico de la literatura cubana contemporánea.
Los editores extranjeros le pedían a la autora «más sexo caliente y politización del tema». En Cuba, aseguró Santos Moray, fue «triste ver cómo los prejuicios, tabúes y hasta las miserias personales pesan sobre los libros».
Al final, El Monte de Venus encontró su espacio a inicios del pasado año en la editorial cubana Extramuros, y ha merecido más de una presentación y crítica literaria, aunque por lo general en medios especializados y de poco alcance.
En entrevista con la revista electrónica La Jiribilla, la autora de más de 20 libros aseguró que con la novela no pretendió hacer una «apología de opciones y orientaciones sexuales».
«Lo que defiendo es la libertad de cada ser humano, hombre o mujer, a escoger el sendero, o las vías que desee tomar… Basta de dogmas, de exclusiones, y de ghettos…», afirmó Santos Moray.
Quizás, reconoce, uno de los elementos más polémicos de la obra a la hora de confrontar con los editores fue que no se trataba simplemente de una relación muy marcada en lo sexual, sino que se legitimizaba «desde la zona afectiva, del sentimiento».
«Esa es como cualquier otra relación de pareja, una de las maneras en que se manifiesta el amor, que incluye el sexo, pero que no se detiene solo en el nivel físico, sino que profundiza, y busca la espiritualidad».
Aunque las incursiones en el lesbianismo han sido escasas hasta ahora, la homosexualidad ha estado presente en la literatura hecha en esta isla del Caribe, desde los tiempos en que aún no podía hablarse de nación.
Víctor Fowler, el investigador cubano que sin dudas ha dedicado más tiempo al estudio de la presencia de este tema en las obras literarias cubanas, cita como primera referencia un texto aparecido en el Papel Periódico de La Habana, en 1791.
Como antecedentes importantes de la obra de Santos Moray, podrían mencionarse fragmentos de las novelas «La gozadora del dolor» (Graciela Garbalosa, 1922), «La vida manda» (Ofelia Ridríguez Acosta, 1929), y los poemas de Mercedes Matamoros en «El último amor de Safo» (1901).
En su libro La maldición, una historia del placer como conquista, publicado en 1998, Fowler reconoce que le «asombra revisar la nómina de aquellos escritores nuestros que dedicaron algún texto de importancia a la subjetividad homosexual».
La «nómina» incluye a Alfonso Hernández Catá (El ángel de Sodoma), Carlos Montenegro (Hombres sin mujer), Emilio Bobadilla (En la noche dormida), Virgilio Piñeira (La carne de René), y José Lezama Lima (Paradiso, Oppiano Licario).
Entre los autores más contemporáneos habría que mencionar a Senel Paz («El lobo, el bosque y el hombre nuevo»), Reynaldo Arenas (Antes que anochezca), Leonardo Padura (El Cazador, Máscaras), Ena Lucía Portela (El pájaro: pincel y tinta china) y Félix Luis Viera (Un ciervo herido).
A esta lista se suma El Monte de Venus que, según el ensayista y poeta Virgilio López Lemus, «más que una novela erótica, es una obra sobre amores difíciles. De ahí su fuerte emotividad».
La historia de Marta María, el personaje protagónico, se cuenta entre los años 1966-1976, un período caracterizado por altos índices de homofobia en la política oficial. Pero, según reconoció la autora, no quiso dar «protagonismo a los persecutores, sino espacio a las amantes».
«No pretendí hacer un manual de ética, ni un ensayo sociológico, sino narrar, desde la posición subjetiva de dos jóvenes, la pasión que las unió en medio de un contexto nada permisivo, sembrado de incertidumbres, represiones, mezquindades, infamias y, también, envidia», contó la autora.
Marzo de 2003