“Nunca he sentido un orgasmo”, confiesa Ariadna en voz muy baja, casi inaudible, tras cuatro años de vida sexual activa, marcados por el cambio frecuente de pareja.
“Una de mis mejores amigas me sugirió que me masturbara, incluso antes de buscar ayuda psicológica. Ella aún no ha tenido pareja sexual (¡Dice que no ha encontrado a su media naranja!) y habla frente a otros, sin pudor, de que se masturba. Pero eso no me tranquiliza”, comenta contrariada esta joven cubana que cree debe seguir en la búsqueda del hombre que “la haga sentir”.
La historia de Ariadna no parece ser única en la isla. Pese a los mitos asociados a la exaltada sensualidad y sexualidad de sus habitantes que recorren el mundo en anuncios publicitarios y de boca en boca, los especialistas afirman que muchas cubanas han muerto sin experimentar un orgasmo.
Para la psicóloga Lourdes Fernández Rius, la explicación se encuentra en los valores que promueve el patriarcado, presentes también en la Cuba de hoy, entre los que se destacan las nociones aprendidas de feminidad, masculinidad y de sexo “normal”.
“Una de las violencias más fuertes que el patriarcado ha ejercido sobre nosotras, las mujeres, y sobre nuestra subjetividad, ha sido privarnos del conocimiento, del disfrute y la autonomía de nuestro propio cuerpo, como consecuencia de la ignorancia sobre la sexualidad”, afirma a SEMlac la profesora de la Facultad de psicología de la Universidad de La Habana.
La cultura patriarcal define como “normales”, desde “lo masculino” –identificado con los genitales–- las prácticas asociadas con la heterosexualidad, con la penetración, con el orgasmo y la eyaculación, para perpetuar, sobre todo entre las mujeres, la idea del sexo como reproducción y no como placer, una noción única de familia y única de heterosexualidad.
Así, el erotismo sexual femenino queda reducido al heteroerotismo obligatorio, al matrimonio, la procreación, la familia y la pasividad en el coito, con renuncia al placer y al goce propio.
“Esta represión se aprecia también en la resistencia de la mujer a autosensibilizarse, a entrar en contacto con su cuerpo, a darse tiempo para el autoconocimiento y autorresponsabilizarse con su placer”, explica Fernández.
La española Fina Sanz, master en sexualidad humana y género, agrega que en las “sociedades sexualmente represivas para la mujer, ésta desarrolla básicamente su sexualidad en la clandestinidad, tanto en sus fantasías como en sus comportamientos… Pero, ante una misma experiencia sexual, el hombre o la mujer que la realizan son calificados de ’macho‘ o de ’puta’”.
Autoerotismo vs. Sexo
“Me casé y tuve a mi niño. Ahora estoy divorciada y tengo que cuidar a mi madre anciana y encargarme de mi hijo que recién sale de la adolescencia. Ya cumplí mi meta sexual”, confiesa Amarilis, ama de casa de 40 años.
Amarilis, como otras consultadas por SEMlac, utiliza indistintamente términos como sexo o erotismo, mientras apenas menciona otros, como autoplacer y autoerotismo.
“Lo erótico no niega lo sexual, pero sí lo trasciende. Incluso, puede ser que lo erótico sea el fin en sí mismo, disfrutarse en la relación sin llegar al coito o al orgasmo; además, se puede experimentar sin pareja, que es lo que hoy llamamos autoerotismo o autoplacer”, define Fernández.
En los últimos tiempos, el autoerotismo ha sustituido a la palabra masturbación por lo despectiva que puede resultar o porque ésta es, definitivamente, sólo una forma de placer sexual. “La masturbación ha sufrido el maltrato social durante años y hasta el maltrato científico, porque se ha visto como una patología”, dice la psicóloga.
A los valores heredados de la tradición judeocristiana, en la que el placer se asocia al pecado y provoca culpas y autocastigo, el psicoanalista austriaco Sigmund Freud hizo público, en 1896, que la masturbación es común en la infancia y erróneamente mantuvo que, en el adulto, era la causa de una de las formas de neurosis, conocida como fibromialgia o fatiga crónica.
Fue en 1950 que se hizo pública la práctica masiva de la masturbación, a partir de evidencias estadísticas, y en 1972 la American Medical Association declaró que se trataba de un hecho normal.
Con la llamada revolución sexual de la década del sesenta en Estados Unidos y el auge de los movimientos feministas, la masturbación pasó a ocupar un lugar preponderante en la lucha por la autonomía sexual femenina de la mujer.
Sin embargo, hasta hoy su práctica se asocia a mitos que trascienden todas las fronteras: no es saludable, es una enfermedad, crea adicción, sólo las personas que no tienen sexo se masturban, es malo hacerlo todos los días y no es asunto de mujeres, entre otros. “Los hombres aprenden la sexualidad entre sí, con la práctica de la masturbación individual, en grupos y con ’mujeres malas o prostitutas‘; mientras las mujeres aprenden el erotismo heterosexual dominante a partir del cuerpo y las necesidades sexuales de los hombres, y no de sus propias necesidades”, generaliza Fernández.
Pese al sentimiento de culpa implícito en la práctica masturbatoria femenina, esta tiende a desarrollar la genitalidad y la autonomía sexual, sostienen especialistas.
“Los antecedentes patológicos o pecaminosos y la negación del sexo como placer no han significado que las mujeres no se masturben, que no tengan fantasías eróticas, que no sientan deseos de piropear a un hombre en la calle o que no lo aborden para tener una relación”, afirma la psicóloga.
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