Desde escenarios improvisados en fiestas privadas, cabarets y clubes nocturnos, transformistas cubanos se han abierto paso ante la discriminación y han logrado asentar su legitimidad artística.
Los nombres de Imperio, Margot, Chantal, Roxy Rojo, entre muchos otros, forman parte del imaginario cultural de la comunidad de lesbianas, gays, bisexuales, trans e intersexuales (LGBTI), que hicieron de esta manifestación una cultura de resistencia.
Sobre el tema debatieron especialistas durante un panel en la sede de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), el pasado 9 de mayo, como parte de la VII Jornada Cubana contra la Homofobia.
La periodista Marta María Ramírez expuso las peculiaridades históricas del transformismo cubano, cuyo desarrollo ha estado muy vinculado a las condiciones de aceptación y rechazo de la comunidad LGBTI en el país.
Ramírez definió el transformismo como un arte, realizado por personas que utilizan indumentarias del género opuesto para realizar su performance o espectáculo.
No se trata, a su juicio, de una expresión de orientación sexual, si bien las personas que lo realizan pueden practicar cualquier deseo erótico y seguir diversas identidades de género.
«Desde el arte se puede desmontar el binarismo impuesto por el régimen patriarcal», opinó Ramírez.
«Son hombres con masculinidades no hegemónicas que visten atuendos femeninos para actuar en espacios que, muchas veces, estaban vedados a las mujeres», añadió.
Según sus pesquisas, pueden rastrearse evidencias de transformismo en la escena cubana desde inicios de la República en el siglo XX. La prensa periódica de la oriental provincia de Pinar del Río refiere las actuaciones, en 1918, de un hombre que representó en la escena a una mujer.
«Algunos doblaban y otros cantaban con su propia voz», recordó.
Otras referencias como las de Musmé, transformista famoso en cabarets cubanos durante la pasada década de los cuarenta, hablan de un desarrollo de esta modalidad, si bien poco antes del triunfo de la Revolución, en 1959, el ministro de Comunicaciones Ramón Vasconcelos prohibió la aparición de homosexuales en los medios.
La homofobia cultural heredada por el gobierno revolucionario llevó a que este tipo de espectáculos se mantuviera en los márgenes, muchas veces proscritos y penalizados.
«El transformismo cubano tuvo que reinventarse en casas en la playa», advirtió Ramírez. Espacios como El Periquitón de Marianao, en La Habana, y el Mejunje, en Santa Clara, fueron otorgándole, en los noventa, solidez y mayor vuelo estético a estos espectáculos.
Para la comunicadora, en la actualidad la batalla ya no está en la legalización de los espacios, pues existen varios cabarets y clubes nocturnos privados con espectáculos habituales de transformistas. «Ahora se trata de que puedan trabajar en ellos y sean reconocidos como artistas», declaró.
En este asunto se centra el documental Máscaras al borde del proscenio, con el que aspira a graduarse como periodista el joven Lázaro J. González, quien sigue el testimonio de dos transformistas de diferentes generaciones: Roxana Rojo y Margot, para evidenciar las implicaciones personales de seguir este camino.
González defiende la condición histriónica del transformismo, pues implica la creación de un personaje y tiene un público que lo identifica como cultura específica.
Muchas de las personas que consultó el realizador para esta obra confirmaron historias de vida complejas e inquietudes creativas que no pudieron concretar en estudios, debido a familias homofóbicas.
«Por eso se habla de una cultura desde la resistencia, porque entre más fueron prohibidos buscaron una estrategia para actuar en la clandestinidad, que ha marcado el estilo cubano de hacer transformismo», expresó en conversación con SEMlac.
En su criterio, existen prejuicios al juzgar este tipo de trabajo, lo que pone en cierta vulnerabilidad a quienes lo realizan porque no son valorados como profesionales.
El escritor Norge Espinosa, organizador del espacio y uno de los principales activistas LGBTI cubanos, expuso que el transformismo cubano se ha ganado la visibilidad y ya no puede borrarse del rostro múltiple de la Cuba contemporánea.
«Eso es una victoria de algo que se ha hecho con mucha lucha, esfuerzo y batalla», destacó el autor del célebre poema «Vestido de Novia».
«El transformista es una figura que va a estar cruzando fronteras, rompiendo moldes, porque dice que lo masculino y lo femenino no es solo lo que vemos, sino algo que se puede transmutar», agregó.
La Jornada contra la Homofobia en la Uneac incluyó las presentaciones de las novelas Hombres sin mujer, de Carlos Montenegro y La Noria, de Ahmel Echevarría, encuentros con teatristas y actores que han trabajado la diversidad sexual en su obra, y el diálogo con activistas LGBTI de América Latina y Estados Unidos.