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(Especial de SEMlac).- Algunos brillan en grandes escenarios, conquistan públicos diversos, incursionan en el teatro profesional y organizan concursos de belleza. Otros se siguen inventando la escena en una azotea de barrio o en el cabaret que los acoja.
De cualquier modo, los transformistas de esta isla del Caribe no han dejado de forjarse sueños y proyectos, ahora con más apoyos institucionales y sociales, sin dejar de enfrentar discriminaciones y subestimación entre quienes todavía no los entienden, los desestiman como artistas o los siguen mirando desde el prejuicio y la desconfianza.
«El arte y la cultura, principalmente la cultura teatral, son escenarios en los cuales estas personas pueden encontrar un campo de cultivo donde florezca todo aquello que en otros espacios de la sociedad les es vedado», consideró el escritor y dramaturgo Norge Espinosa, durante una sesión de debate el 10 de mayo, en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac).
Espinosa integró, junto al escritor e investigador Abel Sierra Madero y la transformista Kiriam, el panel «El arte del transformismo en la cultura cubana» que, como parte del habitual espacio «Mirar desde la sospecha», se integró a las acciones de la V Jornada Cubana contra la Homofobia.
Ese espacio es una iniciativa del Programa Género y Cultura del Grupo de Reflexión y Solidaridad Oscar Arnulfo Romero (OAR) que coordinan la académica Danae C. Diéguez y las periodistas Helen Hernández Hormilla y Lirians Gordillo Piña, con el apoyo de la Consejería Cultural de la Embajada de España en Cuba, la Agencia Española para la Cooperación y el Desarrollo (Aecid) y la Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación (Cosude).
Negándose a ver el travestismo y el transformismo solo como una presencia performática «de alguien que cambia su ropa para parecer otra cosa», Espinosa aboga por otros conceptos.
«Un travesti es una metáfora que no se puede explicar», dijo, pues «cambiarse de ropa y salir a la calle implica un sistema de relaciones con lo más afectivo, lo más íntimo, lo más público», agregó el también asesor del grupo de teatro El Público, cuyas puestas teatrales se distinguen, entre otros alcances, por desmontar los binarismos de género y haber fundido transformismo y actuación en escena, de diversas maneras, como parte de su propia poética.
«Travestis y transformistas era figuras importantes dentro de los espacios lúdicos y de placer creados por la modernidad en ciudades como La Habana, a inicios del siglo XX», apuntó Abel Sierra Madero autor del libro Del otro lado del espejo. La construcción de la sexualidad en la nación cubana.
Con una larga presencia y tradición en la cultura cubana, el arte del transformismo y su expresión pública se registran en Cuba desde el siglo XIX.
Desde entonces, primero como chiste, de la mano del teatro bufo, esos personajes emergieron en espacios como las salas teatrales del Alhambra, El Molino Rojo, El Payret y el Shangai, «como parte de una galería nacional costumbrista, sin eludir las grandes contradicciones que podían presentar un hombre o una mujer que jugaban a hacer el cambio», comentó Espinosa.
Añadió que, en la pasada década del cincuenta, florece lo erótico y sexual en otro tipo de personaje que establece cierta relación cómplice con el público, proceso que se interrumpe en la década del sesenta y se corta casi radicalmente en los setenta, junto a la idea de borrar todo lo que desde el deseo sexual pudiera generar expectativa en el público.
Tras algunas apariciones intermitentes en las artes plásticas, el teatro y el cine de la década del ochenta, no es hasta los noventa que resurge con fuerza en la vida social y cultural. «No costó poco llegar al momento actual, cuando los mejores nombres de esta expresión logran dialogar con una gran audiencia desde las tablas», afirma Espinosa a SEMlac.
Como acto de magia y fantasía, en el cual hay que crear y pensar mucho, describe el transformismo Kiriam, transformista y actriz que ha interpretado personajes en espectáculos, el cine y video clips.
«Es un arte muy difícil», dijo en alusión a las interpretaciones que en escena deben ser convincentes y orgánicas, «por lo que requieren un esfuerzo mayor», precisó.
Partidaria de que se reconozca el nivel profesional de sus ejecutantes y se considere el transformismo como una manifestación cultural más, Kiriam se refirió al rigor que supone «construir un personaje, recrear esa magia y esa fantasía desde dentro», aseguró.
Kiriam ganó particular celebridad en los escenarios cuando, durante una gala teatral contra la homofobia, vistió un traje con los colores de la bandera cubana. Actualmente exhibe un peinado peculiar que le permite llevar el dibujo de la bandera en su cabeza, como símbolo de una cubanía que siente por partida doble: «soy cubano y cubana», afirma.
Espinosa lo resume al decir que el transformista tiene que ser doblemente convincente. «Es un actor especializado en crear una ficción que niega su rol de sexo para, a partir de ahí, convertirse no solo en mujer hermosa, sino en personaje que debe convencernos desde esa máscara. Es doblemente complicado», puntualizó.
Ello exige mucho trabajo, sacrificio, dolor corporal y voluntad sin límites en un «tipo de trabajo que doblega al cuerpo y al espíritu de quien se arriesgue a desempeñarlo», agregó.
«Personalmente admiro mucho la seriedad y autenticidad con que asumen la construcción de una identidad, pues muchos no son conscientes del arte que representan en la construcción de una ilusión que es, además, una exclusividad», comentó a SEMlac la periodista Lirians Gordillo, una de las coordinadoras del espacio de debate en la Uneac.
Junto a colegas de curso, Gordillo entrevistó a varios transformistas para un ejercicio de clases en la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana.
Además del resultado final en escena, la joven periodista destaca el propio proceso de transformación que viven estas personas, a medida que se van maquillando y agregando atributos femeninos como las pestañas y uñas postizas, la pintura de labios o el propio vestuario.
«La transformación no es solo física, sino psicológica», precisó Gordillo a SEMlac, tras relatar su experiencia respecto a quienes, ya travestidos, es muy difícil saludar, ver ni llamar en masculino.
«Muchos llevan la identidad femenina las 24 horas del día, otros son hombres que en determinado momento se transforman. Unos explotan más la dramaturgia; otros, la belleza. Los hay que diseñan y elaboran sus propios vestuarios», agregó.
«Seducir, encantar, cautivar desde la imagen es algo que el travesti y el transformista tienen que hacer por fuerza», sostiene por su parte Espinosa.
Los efectos, sin embargo, van más allá de micrófonos, trajes y máscaras. «Un cuerpo que estrella las nociones de lo femenino y lo masculino está estrellando también las nociones del deber ser, y eso lleva a un plano en el cual cualquier otra convención tiene que quedar rota de antemano», aseguró.