Las palabras no alcanzan para contar, o mejor sentir, todo lo que debió vivir el escritor cubano Nelson Simón antes de publicar su primer libro o poder pararse en un escenario y decir, con una valentía poco común en Cuba: “estoy aquí como artista y, sobre todo, como gay”.
Autor de volúmenes como El peso de la isla (1993) y A la sombra de los muchachos en flor (2000), el poeta y narrador de 40 años es considerado en la actualidad uno de los más importantes exponentes de la poesía homoerótica nacional y de los pocos intelectuales cubanos capaces de reconocer en voz alta su homosexualidad.
“Yo no tenía nada, sólo promesas y un amante/ sólo el cuerpo de un hombre para decir –en el estío/ de las rojizas tardes– cuando me tiendo sobre él/siento que puedo tocar los fugaces bordes de la felicidad”, dice en uno de sus poemas más íntimos.
Convencido de que las transformaciones hacia una mayor comprensión social de la homosexualidad son irreversibles, Simón accedió a conversar con SEM en su casa de la ciudad de Pinar del Río, a 140 kilómetros de La Habana. Lo que había sido pensado como un breve encuentro se convirtió en una conversación de más de cuatro horas.
Cambios y límites
SEM: Hace poco vivimos la primera semana de cine por la diversidad sexual masculina. Están pasando cosas inimaginables hace unos años. ¿Estamos ante un cambio social?
La sociedad cubana asume con mucha agilidad los cambios. Aún siendo machista, con una cultura muy falocéntrica, es una sociedad muy mutante y abierta a las transformaciones. Y es real que, de los años noventa del pasado siglo para acá, la homosexualidad ha empezado a verse de forma diferente. Si alguien trataba estos temas hace 20 años, lo hacía como si hablara de una especie rara, en peligro de extinción. Ahora se empieza a hablar de reconocimiento, convivencia y comprensión.
SEM: ¿A qué atribuyes ese cambio?
No puedes tener a la gente ciega durante mucho tiempo. Son cosas con las que se convive cotidianamente, están ahí y terminan por aceptarse. Yo creo que va más allá de un pensamiento coherente y que es la misma sociedad la que va pidiendo los cambios. Las sociedades no están aisladas; no se puede aislar un país del otro y Cuba no puede estar al margen de lo que está pasando con el movimiento homosexual en el mundo. Por supuesto, aún hay miedos: al homosexual todavía se le ve como algo altamente contaminante y depredador.
SEM: ¿Podríamos hablar de una cultura gay propia?
Yo diría que sí, porque vivimos en un país muy atípico. En Cuba, no hay sitios donde los homosexuales puedan encontrarse, compartir o buscar pareja. La gente no siente la necesidad de asumir la homosexualidad desde una posición de grupo y la sociedad le ha hecho creer que no hace falta un bar gay o una revista gay porque sería automarginarse. También sucede que al homosexual cubano le sigue gustando el patrón de la virilidad: es algo que criticas, que te flagela, que te margina, pero sigues prefiriéndolo. Cuanto más masculina sea tu presa, más la exhibes como una gran conquista.
SEM: Hemos hablado de cambios favorables, ¿pero hasta dónde llegan realmente? ¿Cuáles son los límites?
Se asume la homosexualidad dentro de determinados patrones que la mayoría ha establecido como permisivos. El modelo que se acepta es el comedido y respetuoso. Hay límites establecidos y no los pone la minoría, los marca esa mayoría machista, falocéntrica y viril, en un país que exacerba la virilidad desde su propia dimensión patriótica y política.
Yo soy homosexual, mi discurso cultural y literario es un discurso desde la homosexualidad asumida, pero desde qué homosexualidad. ¿Qué pasaría si Nelson Simón se aparece travestido, mañana, en un festival de poesía? ¿Qué pasaría si se enamora de una persona transexual? ¿Cuál sería la reacción social?
Caminos recorridos
SEM: Hoy eres capaz de llegar a un escenario y decir “estoy aquí como artista, pero sobre todo como gay”. ¿Cuánto pasó para llegar hasta aquí?
Estuve seis años de mi adolescencia becado en una escuela vocacional, donde se formaba al “hombre comunista del futuro” y en donde no podías ser homosexual, religioso o tener familia en el extranjero. Yo todavía no tenía postura sexual determinada, pero era un muchacho muy retraído y empezaba a sentir una atracción hacia la masculinidad. Sufrí en carne propia los ataques de mis compañeros, el chiste de mal gusto, la discriminación, cosas que en una beca estaban muy vinculados a ambientes de violencia.
Después, cuando empecé a estudiar medicina, sentí los asedios constantes. Se suponía que un homosexual no podía ser médico. La presión sicológica era muy fuerte y nunca he dicho públicamente que uno de los motivos por los que dejé la carrera fue ese. Entonces estaba en tercer año, me sabía homosexual, quería vivir como gay y, en ese ambiente, era imposible. La medicina siempre fue mi vocación y no tenía ni idea de que me iba a dedicar, algún día, a la literatura.
Ahí empecé a ser lo que soy ahora. Fue un momento de ruptura con muchas cosas, incluso con mi familia, que no me entendió y me dio la espalda. Descubrí que estaba solo, que los homosexuales casi siempre estamos solos y que tenemos que empezar a construir una vida desde la soledad. Y entonces, mi pareja muere en un accidente y empiezo a cuestionarme otras cosas, como por qué había cedido a la ambigüedad de mantener relaciones con mujeres.
Empecé a vivir como un homosexual, a relacionarme abiertamente con otros como yo, a no esconderme de nada. Fueron años muy dolorosos, todo el mundo me apartó. Nelson Simón era un nombre que no se podía mencionar en Pinar del Río, hasta que, a inicios de los años noventa, me dieron trabajo en la radio provincial. Había estado mucho tiempo sin trabajo, sin tener con qué mantenerme y viviendo de la caridad de los amigos.
El peso de una isla
SEM: Como suele suceder en Cuba, tu poesía empezó a tener un reconocimiento nacional e internacional y eso tuvo una repercusión en tu ambiente más cercano. ¿Cómo se dio este proceso?
Empiezo a ser visto como un homosexual confiable. Eran años en que uno se veía obligado a tomar determinadas posturas más relacionadas con la política del país y la gente comienza a darse cuenta de que yo no era un desafecto. Podía ser muy crítico, muy incisivo, pero siempre desde adentro.
Salí de Cuba, por primera vez, en 1995. Viajé a España después de publicar El peso de la isla y cualquiera que lea mi libro encontrará el deseo de quien quiere escapar de algo que le ha sido agresivo durante mucho tiempo y lo está asfixiando. Decidí vivir una temporada en Europa. Ese fue un año muy importante para mí: termino de asumirme, decido que quiero vivir en Cuba y participar de su transformación.
Hasta ese momento, yo pensaba que la libertad era poder escapar y me doy cuenta de que la libertad no es huir, sino decidir dónde quieres estar. La libertad es algo que se lleva por dentro, que te das tú mismo, que no tienes que esperar que nadie te la dé. Yo no tengo que esperar a que nadie me permita ir a un lugar a decir que yo soy homosexual. Asumo mi homosexualidad en mi casa, en mi portal, en la zona de encuentro, donde yo quiera.
Y entonces empiezo A la sombra de los muchachos en flor, un libro escrito desde un homosexual que vive conflictos comunes a cualquier persona. A la sombra… no trataba de reivindicar nada que no fuera a mí mismo, ni a un grupo; estaba reivindicando a Nelson Simón, ayudándolo a estar en paz consigo mismo y a decir: “cada día estoy más contento con lo que voy siendo”.
Yo no tengo, ahora mismo, que ocultarme y eso me hace muy libre. He pasado de luchar por mí, a luchar por causas más colectivas. Cuando tú sales del armario, te puedes parar en público y decir soy gay, no lo haces para invadir el terreno ajeno, sino para que la gente entienda que tú eres como otro cualquiera, que no hay que tenerte miedo, que las libertades van por dentro y nadie te lleva de un lado al otro si tu no quieres ir. Es un problema de respeto a la individualidad y a los pequeños espacios personales.
SEM: A la sombra de los muchachos en flor ha sido catalogado como uno de los máximos exponentes de la poesía homoerótica contemporánea cubana. Tú mismo decías que su aparición fue como una bomba y que te asombró la recepción que tuvo en Cuba.
A veces piensas que estás trasgrediendo mucho y no estás transgrediendo nada. Ese libro hacía falta, como en 1993 era necesaria la película Fresa y Chocolate, de Tomás Gutiérrez Alea. Antes no habría salido esa película y mi libro tampoco. Cuando en realidad logras romper los límites es porque están dadas las condiciones para que así sea. Mi libertad era escribirlo y ahí está. No voy a hacer una bandera de mi libro, tampoco voy a dejar de escribir.
Cuando salió había gente que venía a verme y me decía: ‘me gusta el libro, pero por qué tanta mariconería’. Y yo me pregunto, si el heterosexual asume su sexualidad, lo dice todo abiertamente, ¿por qué no lo puedo hacer yo?; si a él la sociedad lo reconoce, lo asimila y lo incorpora, ¿por qué a mí no?