Santiago de Chile, julio (Especial de SEMlac).- Daniel Zamudio tenía 24 años cuando un grupo de jóvenes, supuestamente neonazis, lo golpearon brutalmente en plena vía pública por ser homosexual. Luego de agonizar por 25 días, murió ante el asombro de todo Chile, que se extrañaba y prendía velas fuera de la Posta Central, como si la discriminación no fuera pan de cada día.
Este crimen movilizó la aprobación de la ley antidiscriminación, congelada por siete años en el Parlamento, aprobada el 9 de mayo y promulgada finalmente el 12 de de julio. Las caras de espanto ante la historia de Daniel llenaron los noticiarios, al mismo tiempo que muchos otros espantos se sucedían en este país de doble estándar.
La ley
La ley establece el concepto de «discriminación arbitraria» que implica: «toda distinción, exclusión o restricción que carezca de justificación razonable, efectuada por agentes del Estado o particulares» en contra de toda persona, en especial cuando los actos son fundados por motivos como la raza, etnia, nacionalidad, sexo, orientación sexual, religión o creencia, ideología u opinión política, apariencia, enfermedad o discapacidad, entre otros».
Contempla también sanciones punitivas; o sea, multas entre 370 y 3.700 dólares, considera la cárcel y estipula como agravante de delito que este haya sido cometido por discriminación, lo que no sucedió en el crimen de Zamudio. Además se recomendó que el Estado establezca políticas públicas a favor de la discriminación y se prohibió realizar actos discriminatorios a quienes se encuentren en funciones públicas.
Durante la ceremonia de promulgación de la ley, el presidente Sebastián Piñera agradeció el «sacrificio» de Daniel Zamudio y señaló: «no podemos olvidar que fue solo después del cruel asesinato de Daniel Zamudio, quien murió a manos precisamente de la discriminación, el odio y los prejuicios, que Chile se decidió a dar este paso para construir una sociedad más justa, más inclusiva, más acogedora para cada uno de nuestros compatriotas».
Ante esas palabras, Víctor Hugo Robles, conocido periodista llamado «Che de los gays», indicó que lo de Daniel era un crimen y no un «sacrificio», y que en la ceremonia hubo ausentes muy presentes como la transgénera Sandy Iturra, golpeada por neonazis, y la jueza Karen Atala, a quien se le quitó la tuición de sus hijas por ser lesbiana.
«¿El «igualitario» ministro Harald Beyer impulsará planes de educación en la diversidad en todos los colegios de Chile? ¿Estará la lucrativa educación chilena -privatizada y religiosa- capacitada para educar en la no discriminación y el respeto a la diferencia?», se preguntó Robles, refiriéndose al ministro de Educación.
El estancamiento de la ley se debió, precisamente, a que los partidos políticos mayoritarios temían que su aprobación fuera la puerta de entrada a nuevas leyes de diversidad sexual, como la aprobación del casamiento entre personas del mismo sexo y la adopción de parejas homosexuales.
Jaime Parada, vocero del Movimiento de Liberación Homosexual Móvil, señaló: «El principal pendiente de esta ley es crear una institucionalidad ad hoc a la Ley Antidiscriminación, como por ejemplo el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo Argentino; o sea, una organización, una institución pública que vele por el cumplimiento de esta ley creando políticas públicas, haciendo campañas, recibiendo casos de denuncias, porque eso es muy importante para que se cumpla el capítulo primero de la ley».
Karen Atala
La historia de Karen Atala evidencia que Daniel Zamudio no es un «caso», sino una constante en un país donde ser diferente parece ser un pecado: Jueza de la República, Atala perdió en 2004 la tuición de sus tres hijas porque la Corte Suprema estimó que su lesbianismo y la convivencia con su pareja impedían «el sano y normal desarrollo de las niñas».
Quienes decidieron esta sentencia serán los mismos jueces que deberán definir si existe o no «discriminación arbitraria» cuando se interpele la promulgada ley Antidiscriminación. «¿Estarán preparados?», se pregunta Robles.
En el caso de Atala, ocho años después de ser alejada de sus hijas -tiempo que no puede ya recuperarse- la Corte Interamericana sentenció por unanimidad que fue discriminada y obligó al Estado a pagar una reparación económica y a realizar un acto público de reconocimiento de responsabilidad en estos hechos.
Gabriela Blas
Gabriela Blas es una pastora aymará que se hizo conocida cuando su hijo pequeño se perdió en el Altiplano del norte de Chile. No la consolaron ante su angustia, ni siquiera se habló de negligencia, simplemente se asumió que había cometido un crimen e, inmediatamente, fue detenida. Permaneció cinco años encarcelada.
Aunque su hijo fue encontrado y se evidenció que el niño había muerto, naturalmente, por los rigores del Altiplano, Gabriela Blas fue procesada por homicidio y solo un indulto presidencial la libró de la injusticia cometida en su caso, dejándola recientemente en libertad.
Sin embargo, Gabriela no quiere volver al Altiplano y no recibirá del Estado ninguna reparación por los rigores vividos. Tampoco le devolverán a su hija, entregada en adopción fuera del país, porque nadie en la familia podía hacerse cargo de ella y ni siquiera sabe dónde está.
Marjorie Cortéz, feminista que estuvo al lado de Gabriela, apoyándola para lograr su excarcelación, indica que Blas ha sido víctima de todos los tipos de violencia. Marjorie señala a SEMlac: «Es una mujer aymara que tiene sexto básico, vive en un pueblo indígena rural extremadamente aislado, sufrió violencia sexual de parte de su tío y su hermano, de los que tiene dos hijos».
«Entonces recibe violencia sexual y también la institucional de parte de la justicia chilena, que no entendió su cultura al condenarla, y la culpó de parricidio en vez de negligencia. Porque lo que le pasó a ella podría pasarnos a cualquiera de nosotras, que somos madres y salimos a trabajar», precisó.
Las mujeres
Si se trata de discriminación, hay un grupo que, sin ser minoritario, ha sido históricamente discriminado sin causar asombro: las mujeres, cada día y en cada lugar al que nos movemos.
En este caso se va desde el acoso callejero hasta el feminicidio, pasando por la violencia sexual a jóvenes tras las represiones a las movilizaciones estudiantiles que se efectúan desde hace más de un año y son un problema actual.
Soledad Rojas, de la Red Chilena contra la violencia hacia las mujeres, indicó a SEMlac que «aunque los asesinatos a las mujeres siempre conllevan un nivel de ensañamiento enorme -son apuñaleadas, quemadas, incendiadas-, no tienen peso mediático», poniendo el acento en lo cotidiano que resulta incluso la discriminación más extrema contra ellas.
Dos semanas atrás, Valeska Salazar, de solo 16 años, fue violentada brutalmente por la familia de su ex pareja. El motivo fue su lesbianismo. Así los casos suman y siguen en un país donde la discriminación es pan de cada día y, especialmente, la dirigida contra la mujer se ha naturalizado como parte de lo cotidiano.
Sobre este hecho en particular, Sandra Palestro, coordinadora de la Red Chilena, señaló a SEMlac: «Valeska Salazar fue agredida con premeditación y alevosía. A los 16 años, una joven lesbiana experimentó un intento criminal, el que no alcanzó a consumarse por la intervención de sus familiares».
«El tratamiento que ha tenido esta nueva manifestación de violencia contra una mujer lesbiana -recordemos que dos fueron agredidas en los días siguientes al asesinato de Daniel Zamudio- requiere al menos una revisión crítica de los medios de comunicación y de la respuesta social», alertó.
Palestro asegura que «cuando algunos medios señalan que la agresión fue cometida «presuntamente por su condición de lesbiana», están ocultando la evidente motivación lesbofóbica de los agresores, y cuando otros medios señalan que la agresión fue perpetrada por su «supuesta condición de lesbiana», siembran una duda, «blanquean» la orientación sexual de Valeska.
En ambos casos, se manifiesta «la ambigüedad de nuestra sociedad para abordar problemas que claramente tienen que ver con el ejercicio de la libertad de decidir y el uso de la violencia para controlar las vidas de las mujeres», sentenció Palestro.