Nacemos y nos educamos entre estereotipos. En la primera infancia, predominan aquellos que nos visten de colores supuestamente opuestos por ser niñas o niños; o los que nos ponen juguetes en las manos que quizás no serían los preferidos, si nos dejaran escoger. Luego, llegan los mandatos de “las niñas para la casa” y “los niños para la calle”. Y muchas, muchísimas normas más derivadas de esa construcción cultural que signa cómo deben educarse -y luego comportarse- los hombres y las mujeres, para encajar en los moldes del patriarcado.
En paralelo, vivimos rodeados de otros muchos patrones que van configurando el comportamiento social hasta ser tan naturales que no los notamos. Es el caso de los estereotipos acerca de las personas mayores, muy arraigados en nuestra cultura, a la par que esas otras creencias y valores vinculados al género.
Investigaciones señalan que, desde muy temprana edad, se comienzan a interiorizar las creencias sesgadas, negativas y poco realistas sobre el envejecimiento, la vejez y la edad. Luego, las mantenemos en la adolescencia, juventud y la adultez, para finalmente vivirlas como “realidad” cuando traspasamos la barrera de los 50 o los 60 años. Es decir, no solo solemos comportarnos según los modelos de hombres y mujeres que la sociedad nos impone; también lo hacemos según los mandatos en relación con nuestra edad.
Estos estereotipos relacionados con las personas mayores, esa combinación de patrones, prejuicios y conductas, constituyen el edadismo, un tipo de discriminación que vulnera los derechos de quienes integran esta franja de edades. En tanto discriminación, aumentan el riesgo de exclusión social.
El edadismo también alcanza –y mucho- a los medios de comunicación y al ejercicio del periodismo. Y como una serpiente que se muerde la cola, éstos ayudan a perpetuarlo. “La actitud pasiva frente al discurso edadista se traduce en una complicidad de los malos tratos y violencia simbólica que experimentan las personas mayores”, asevera la periodista e investigadora Stephany Bravo-Segal, de la Universidad de Barcelona[i].
Esta forma de discriminación se encuentra muy naturalizada, es sutil y generalmente inconsciente. Su carácter implícito limita el ejercicio para identificar sus diversas manifestaciones en diferentes niveles y se tiende a reducir a expresiones más explícitas y agresivas, como el maltrato físico hacia las personas mayores al interior de la familia o incluso en las instituciones de acogida.
Para entender y reconocer esta práctica discriminatoria, un buen punto de partida es incorporar a nuestras prácticas profesionales cotidianas el enfoque de derechos.
¿Qué significa? Pues, simplemente, entender a las personas mayores como sujetos y sujetas de derechos, en lugar de verles apenas como objeto de caridad y protección. Los medios de comunicación y prensa, en particular, juegan un papel determinante en la conformación de pensamientos y comportamientos sociales, por lo cual se les ha identificado como posibles precursores del cambio y “promotores de un imaginario realista acerca de las personas mayores en que se destaquen las aportaciones y el valor de este grupo etario, adoptando un trato considerado y digno”[ii].
En una sociedad como la cubana, donde la franja de personas envejecidas supera ya 21,3 por ciento de la población, es importante, además, comprender que no todas las edades por encima de los 60 años son iguales, ni demandan el mismo tratamiento. La “abuela” tierna del sillón y los postres y el “abuelo” del bastón y la soledad de un parque, imágenes comunes en nuestra prensa, pueden muy bien ser líderes y lideresas de equipos de ciencia o emprendimientos exitosos; o personas que aún trabajan –y aportan- desde industrias y surcos, escuelas, universidades, centros de salud y otros múltiples espacios.
Para evitar estigmas, igual ayuda acercarse a la narrativa de esta realidad cotidiana desde perspectivas de género. ¿Por qué? Pues porque, en esta etapa de la vida, las diferencias de género no desaparecen como por arte de magia. Al igual que en las edades anteriores, las mujeres se encuentran en desventaja respecto a sus pares masculinos. A ellas, entonces, se les penaliza doble: por ser mujeres y por ser mayores.
Según la II Encuesta Nacional sobre Envejecimiento de la Población (ENEP 2017), que incluyó las características sociodemográficas de la población cubana de 50 años y más, en esta franja etaria las mujeres representan 52,5 por ciento. Quiere decir que por cada mil hombres de esas edades, conviven en el país una 1.103 mujeres, quienes tienen una esperanza de vida superior en unos cuatro años a las de sus congéneres. Quiere decir, también, que suelen quedar viudas o solas al final de la vida.
Se constató, además, que los hombres disponen de mayor diversidad de fuentes de ingresos mensuales. Así, nueve de cada 10 personas del sexo masculino disponen de ingresos propios por concepto de salarios, jubilación, rentas y ahorros, lo cual está presente en solo seis de cada 10 mujeres de estas edades.
La encuesta identificó otras desigualdades de género relacionadas, en su mayoría, con la dependencia económica, dada por una incorporación menor al trabajo de las mujeres (76,3 % de las encuestadas) o a causa de un retiro más temprano, en comparación con los hombres.
En este contexto, resulta esencial abogar por la igualdad de género y eliminar las brechas, para que tanto ellas como ellos puedan lograr acceso pleno a oportunidades que les permitan ejercer sus derechos.
Para la comunicación y el periodismo, implica buscar herramientas y conocimientos para contribuir a la erradicación de factores de desigualdad, discriminación y violencia; apoyar la construcción “de identidades etarias y de género que no se basen en comportamientos históricamente asignados y que generen una distribución justa de los roles”[iii].
La amenaza de la violencia simbólica
Los medios de comunicación tienen un rol clave en la construcción social de la realidad. Su contenido influye en las interacciones cotidianas, incluida la forma en que nos relacionamos entre los géneros, con las personas trans y sexo diversas y, por supuesto, con las personas mayores.
En este escenario, un rol fundamental pasa por contribuir a que no se naturalicen a nivel social o comunitario estereotipos de envejecimiento, vejez y edad. El edadismo representa, también, una forma de violencia simbólica que reproduce e impone creencias dominantes que se normalizan con su reproducción continua.
Programas de televisión, anuncios impresos y televisivos, imágenes y audiovisuales de facturas diversas suelen invisibilizar, sub representar o tergiversar visualmente a las personas mayores. Entre las “marcas” negativas que les atribuyen se encuentra su representación como “carga”, ya sea financiera, familiar o social; pero también se les asignan roles menores o periféricos; o se les muestra con muchas enfermedades asociadas o solo como objetos de cuidado.
El discurso tradicional sobre la vejez se basa en un imaginario social colectivo ligado a enfermedad, deterioro de las capacidades; decadencia; e improductividad[iv]. En ese camino, los medios de comunicación representan a las personas mayores desde una visión paternalista y condescendiente, lo cual no refleja la diversidad de las “vejeces” y reduce a determinados roles a este grupo etario, lo que promueve una visión negativa de la vejez y el envejecimiento, funcionando como un agente perpetuador de edadismo[v].
Por esta razón, es fundamental un cambio de paradigma respecto al papel de los medios de comunicación. De naturalizadores de estereotipos, toca transitar hacia agentes de cambio que promuevan un tratamiento informativo adecuado, que contribuya a la construcción de imaginarios sociales colectivos positivos.
[i] Bravo-Segal, S. (2018). Edadismo en medios de comunicación masiva: una forma de maltrato discursivo hacia las personas mayores. Discurso & Sociedad. 12(1): 1-28. En: http://www.dissoc.org/ediciones/v12n01/DS12(1)Bravo.pdf
[ii] Naciones Unidas (2002). Declaración Política y el Plan de Acción Internacional sobre el Envejecimiento. En: https://undocs.org/es/A/ CONF.197/9
[iii] CEPAL (2019). Gender reloaded: Vision needs Attitude, Attitude meets Action. En: https://gender-works.giz.de/wp-content/ uploads/2019/02/giz-2019-en-gender-strategy.pdf? redirected.
[iv] Bravo-Segal, S. (2018). Edadismo en medios de comunicación masiva: una forma de maltrato discursivo hacia las personas mayores. Discurso & Sociedad. 12(1): 1-28. En: http://www.dissoc.org/ediciones/v12n01/DS12(1)Bravo.pdf
[v] Bozanic A. (2020). Edadismo en tiempos de COVID-19: medios de comunicación como agentes perpetuadores de discriminación. Revista Geronte. 7(1):44-46. En: https://drive.google.com/file/d/1fmm49elGF0OdoUpAngEPYOfThdZD6-yt/view?usp=drivesdk