Una red silenciosa recorre el Estado español. Teje un discurso mediático, defendido bajo cabeceras de periódicos de distinto nombre, pero con la misma tipografía y diseño, aglutinadas en el mismo grupo de comunicación. Su presencia calmada se apoya en las barras de los bares de norte a sur. Cada región tiene su periódico. Su cabecera de referencia. El Correo o La Rioja han sido las cabeceras de referencia que han acompañado mi infancia.
Periodismo local. Papel. Periódicos adaptados a cada región, aunque todos pertenecen a una misma empresa. Información cercana. Fiestas de los pueblos de la provincia, ruedas de prensa de autonómicas y municipales, entrevistas con artistas locales. Información estatal o internacional explicada para nuestro contexto, para nuestra gente de aquí, en este lado del mundo. Nuestra información.
Las fotos de grupo en las fiestas de los pueblos que se publicaban en el Diario de Navarra -al menos cuando yo era becaria, igual se sigue haciendo-, eran el protofacebook. Una se buscaba entre la gente. “Aquí estoy, al lado de Mengana”. En el pie de foto, por orden, de izquierda a derecha, de la fila de atrás hacia adelante, quince nombres con sus apellidos. “Ahí estamos, Mengana y yo”. La página de quejas de la ciudadanía, mensajes llegados a un buzón telefónico que una becaria recogía, resumía y metía en página: “El Ayuntamiento sigue sin arreglar las baldosas de mi calle”, “Mi vecino tiene un loro que no calla y no sé qué tengo que hacer”. Nuestras voces.
Se comenta a menudo esta frase-cliché: “Es verdad, lo han dicho por la tele”. Y sí. La tele pertenece a un mundo pre-internet, ese en el que solo los expertos acreditados cuentan las cosas y, por tanto, la verdad. Es el mundo previo a las redes sociales que dinamitaron la unidireccionalidad del esquema emisor-receptor. Sin embargo, y con perdón de los canales locales, la vocación televisiva, al menos en sus programas de más éxito, ha sido más global que local.
Más centralista, si hablamos en términos del Estado español, que regional. Más de homogeneizar que de dar el parte de la idiosincrasia de cada territorio. No es casualidad que conozcamos más a Britney Spears que a Lapili, por ejemplo. O que nos sintamos más cerca de “nuestra actriz más internacional” (sic. Ane Igartiburu), que de cualquier señora que vemos en el metro.
De hecho, una de las tácticas clásicas de la derecha para desacreditar a la izquierda y, en concreto, a las mujeres de izquierdas, es tacharlas de feas, por básico que parezca. Así lo hicieron durante la guerra civil y el franquismo contra las republicanas o las mujeres que, simplemente, transgredían las normas de género cortándose el pelo o yendo a trabajar. Les ha pasado -y les pasa- lo mismo a las mujeres obreras que no cumplían con los cánones burgueses de feminidad porque no eran finas, básicamente.
Currar mucho y en trabajos físicos curte todo, también la piel (no es un alegato de épica brera, sino un hecho). El mismo insulto se utiliza ahora cuando los machistas claman al cielo quejándose de cómo el feminismo afea a las mujeres, que cercenan sus melenas largas, dejando así atrás un símbolo de feminidad básico recogido hasta en la Biblia (el cabello largo de las mujeres se entiende como un velo natural que dios nos ha dado, porque es nuestra obligación ser recatadas, Corintios 11:3-15).
Volviendo al tema de la tele, de la prensa local y de los referentes homogeneizantes que perpetúan, el tema no es solo que todo el mundo sabe quién es Britney Spears y, en comparación, muy poca gente conoce a Lapili. El tema es que la gente cree que se parece más a la imagen de la izquierda con el polo Ralph Lauren y la sonrisa que a la cara de enfado de Irene Montero.
La estrategia fue utilizada por los medios de comunicación, también, comparando a Inés Arrimadas y Anna Gabriel. Había un tuit que no logro encontrar, con ambas políticas: “¿Qué España prefieres?”, algo así decía. Y la mayoría de respuestas señalaban a Anna Gabriel como fea y a Arrimadas como lo deseable, como la España deseable. Y, sin embargo, cuando viajo en el metro, veo muchas más monteros o annagabrieles enfadadas o sin maquillar, que a señoras recién salidas de la peluquería (sin tener nada en contra ni a favor ni de lo uno ni de lo otro).
Lo que quiero decir es que nos sentimos más identificadas con las imágenes de esas mujeres que cumplen con el canon de belleza, mientras la mayoría somos de las otras. Y nos sentimos así por la tele -y las revistas y las películas y etcétera, etcétera- pero, sobre todo, por la tele. Si la tele es la verdad, la española de verdad es la que besa de verdad y tal.
La deriva televisiva o, más bien, el formato audiovisual en pantalla casera, ha ido por otros derroteros: plataformas de vídeo. Netflix, Filmin y las que sean. Modelos de televisión a la carta basados más en preferencias identitarias, en gustos, que en modelos culturales territoriales.
Más de poder ver una serie como Sense 8 a la vez que una alemana que está dos mil kilómetros de distancia y habla otro idioma, y de que os guste a ambas, y menos de comentar en el bar de abajo con tu vecina y en tu lengua la noticia de portada de la cabecera regional que toque.
Los periódicos regionales y locales en papel, en cambio, eran una verdad menos estridente que la audiovisual. Sin platós ni color ni música en vivo. En los que encontrabas a Mengana al lado tuyo más que a la realeza o a una modelo. Estas también estaban, pero no eran las únicas con derecho a ocupar esas páginas. Hablo en pasado porque esos periódicos en blanco y negro y en papel ya no se consumen como antes, sino en internet, donde los vídeos y el color les dan otro aire.
Con internet, como mencionaba y ya sabemos, el modelo ha cambiado. El periódico ya no es el único sitio donde conocer las cosas de mi entorno y la tele no es el único medio audiovisual de alcance diario. Los medios de comunicación -y entiendo aquí, también, a cada twittera y tiktoker y youtuber como emisora de comunicación- en internet son un híbrido de esas cabeceras y de las cadenas televisivas. Sin embargo, las tendencias en redes están deslocalizadas o, lo que es lo mismo, localizadas en los centros.
Si hablamos de territorio, de tierra, en principio, a nadie le importa desde qué localidad habla esa instagramer que nos cuenta en qué consiste la cultura de la violación. Si hablamos de centro y periferia, lo más probable es que la mayoría de nuestras cuentas políticas estén hablando de cómo funciona el Consejo General del Poder Judicial y pocas de cómo funciona el departamento de Seguridad ciudadana de tu municipio.
En Pikara Magazine somos herederas del conocimiento situado de Donna Haraway. Siempre repetimos que venimos del periodismo situado de Diagonal, precedente de El Salto. Situarse es reconocer que podemos ser honestas, pero que partimos de un lugar: un género, una clase social, una raza, una identidad sexual… Pero en ese conocimiento a veces olvidamos que el territorio también define; que marca, que es importante saber desde dónde estamos escribiendo, también, físicamente.
Porque las tendencias comunicativas globales y capitalistas, con internet como culmen -por ahora-, tienden a restar importancia al territorio. Hacen livianos los cuerpos, como si no tuvieran más que una imagen en la pantalla, como si no ocuparan un espacio en un lugar del mundo, con una lengua, costumbres, conflictos y alegrías propias.
Esa es la idea del Metaverso y, si le damos una vuelta, sabemos que cuando no se tienen en cuenta las características propias, quiere decir que hemos naturalizado las ajenas. Los pensadores marxistas alemanes Aleksander Kluge y Oskar Negt decían en su libro sobre la esfera pública proletaria que, si cuando ves la tele no hay nada que te chirríe, es probable que tu mente haya sido colonizada del todo.
Es probable que hayas naturalizado rasgos sociales, estereotipos, clichés y verdades y las dés por hechas. Es probable que pienses que te pareces más a Arrimadas que a Anna Gabriel. La colonización mental se combate defendiendo lo terrenal, nuestras coordenadas. Ni abogo por una vuelta a la tribu, ni me estoy calando la txapela hasta las orejas para que me bloquee la mirada sobre lo distinto, ni me estoy poniendo folclórica.
Solo quiero reivindicar, y por eso te he traído hasta aquí, lo importante que es que el periodismo situado, también en el lugar desde el que se escribe. Un periodismo que es consciente de sus legados, de los legados de todos los territorios, y que sabe que claudicar en esto es dejar que la imagen homogénea -occidental y probablemente yanki- del mundo, nos colonice.
Por eso, hacemos una campaña conjunta entre la Directa y Pikara Magazine, porque hablamos desde Valencia, Illes Balears, Euskadi y Catalunya. Y, por eso, sabemos la importancia de contar nuestras historias, las de nuestros territorios, pero también las historias de otras en otros lugares del mundo. Desde su perspectiva, sin pasarlas por el prisma de la verdad de la tele, sin pagar el peaje de trabajar en una cabecera local de una empresa heredera del régimen. Sacar nuestras historias, nuestros referentes, para hacer nuestra propia esfera pública.