La muerte violenta es la punta del iceberg de la violencia de género y su rostro más visible. Hasta el cierre de octubre de 2023, Cuba reportó 117 femicidios, según informó la Fiscal General de la República, Yamila Peña Ojeda, en diciembre pasado, entre otras estadísticas que fueron analizadas por SEMlac.
Sin embargo, la violencia de género posee otras formas más sutiles y cotidianas que apenas advertimos. La ideología patriarcal se va instaurando desde que nacemos, mediante el aprendizaje social que naturaliza, en cualquiera de sus variantes, la violencia de lo masculino sobre lo femenino; implicando en ello a todas las identidades disidentes que trasgreden las normas sexistas y machistas.
Ya sabiamente lo explicó la antropóloga mexicana Marcela Lagarde en su libro Los cautiverios de las mujeres: que ellas, en el patriarcado, están cautivas al ser privadas de su autonomía, de su independencia para vivir, del gobierno sobre sí mismas, de la posibilidad de escoger, concretado en vidas estereotipadas, sin opciones. Presupone pues, estar cautivas de su cuerpo, como rehenes al servicio de un otro.
Cuestionar esta violencia de género debería ser un tema fundamental para las sociedades y el arte contemporáneo. Como parte de este y expresión creadora de símbolos, la fotografía debe ejercer un papel más activo en la sociedad cubana. Desde mi experiencia, en varios espacios de enseñanza de este arte se me ha hecho claro el gran énfasis en las técnicas y habilidades para cazar la “belleza” en cualquiera de sus formas (idealizada, incluso estereotipada) y la menor exigencia a los estudiantes para crear proyectos vinculados al cuestionamiento social y sustentados en una seria investigación.
A mi modo de ver, lo más importante en la fotografía no es lograr una perfección formalista o técnica.
¡De imágenes espectaculares estamos saturados todos los días en las plataformas virtuales! Lo valioso es el nacimiento de proyectos donde el arte dialogue y polemice sobre la realidad social en la que habita.
La fotografía no solo debe asumirse con pasión, también con rigor en la investigación de los temas escogidos: rigor y sensibilidad. Fenómenos como la violencia de género o el femicidio no deben ser tratados a la ligera, pues se corre el riesgo de reforzar los estereotipos sexistas o revictimizar a las personas o familias con las que se trabaja. A ello se añade que quienes ejercemos la fotografía también tenemos prejuicios y, si no somos conscientes de ello, nuestra obra pudiera tomar un rumbo equivocado.
Con tal fin se impone el estudio y la investigación sobre la temática escogida. Poseer distintas aristas sobre una cuestión (social, económica, cultural, psicológica, etcétera) es el preámbulo a las buenas preguntas, a esas que advierten de los mitos y estereotipos subterráneos. Es entonces cuando un trabajo fotográfico adquiere una dimensión más profunda y crítica a nivel social.
Por otra parte, la fotografía debe aprender a hacer alianzas. No se debe caminar a solas en el acercamiento a un fenómeno que implica a una sociedad toda. La colaboración con instituciones, organizaciones y/o activistas independientes aportará no solo información valiosa, sino el acceso a personas o familias con vivencias e historias interesantes y que, a la vez, estén sensibilizadas y comprometidas para contarlas. Tal es el caso del femicidio, un tema que ha sido de alguna manera tabú desde lo social y en extremo doloroso de tratar, especialmente para los familiares sobrevivientes.
Por ello, no solo es importante conocer de fotografía y del tema abordado, también se debe disponer de tiempo y cierta inteligencia emocional para crear vínculos de confianza y empatía con personas que ya están heridas, debido a sus historias de vida.
En mi caso como fotógrafa, siempre me ha interesado abordar la violencia de género y cuestionar los estereotipos machistas. Los actos discriminatorios y violentos tienen una alta dosis de falsas creencias, aprendidas como “naturales”, pero que son generadoras de exclusión y rechazo social.
Que conste, la discriminación no solo es cometida por individuos, desde el día a día, también existen brechas estructurales en las cuales los derechos y oportunidades no son accesibles para todas las personas. Por ello, cuestionar dichas desigualdades mostrando diversas realidades, desde las imágenes, abre una ventana hacia un mayor respeto y empatía hacia las otras personas.
En 2021 me di a la tarea de comenzar una serie de ensayos fotográficos sobre hogares no heteronormativos, especialmente abordé la vida de algunos niños y niñas que recibieron educación de sus dos madres en Cuba. En ese momento no existía aún un Código de las Familias que protegiera los derechos de dichas personas. Tampoco encontraba un antecedente en las artes visuales que hubiera abordado esta temática. Pero me parecía totalmente injusto el desamparo legal y los prejuicios que advertía a mi alrededor acerca de estos hogares: de sus niños y niñas y de sus madres.
Desde la representación social aún existen muchos tabúes respecto a la maternidad lésbica. A las mujeres lesbianas que optan por la maternidad se les cuestiona si serán “buenas madres”, si sus hijos o hijas se adaptarán socialmente o tendrán una orientación sexual homosexual. Es que la sexualidad de las mujeres sigue siendo concebida desde la reproducción, dentro del marco de la pareja heterosexual, y las que transgredan los patrones heteronormativos quedan muchas veces excluidas y violentadas desde el imaginario social. Pues –y en esto concuerdo con Marcela Lagarde—la transformación de las mujeres tiende a ser vista como un atentado y el lesbianismo, específicamente, transgrede el “destino natural”, desconociendo el poder masculino. Al cuestionar el patriarcado, que consagra lo fálico como lo erótico para las mujeres, las convierte en protagonistas en un escenario social del que pueden emerger reacciones violentas, la descalificación, la burla, la humillación y el castigo.
Aunque, felizmente, en Cuba ya están legitimadas las paternidades y maternidades no hegemónicas, asumirlas todavía implica conflictos internos para estas personas. Una ley es el primer paso, pero no es suficiente para sensibilizar respecto al respeto social de las diversidades sexuales. Por tanto, visibilizar y acompañar a las maternidades lésbicas desde la fotografía las posiciona en un contexto público; las nombra a través de imágenes; crea precedentes visuales no solo en pro del arte, sino de una mayor justicia social, donde la violencia de género y los estereotipos machistas sean superados.