El feminismo, aún en el siglo XXI, continúa siendo un concepto repudiado por algunos e incomprendido por otros. Estos rechazos residen, en muchas ocasiones, en el desconocimiento de sus luchas y prejuicios conformados durante décadas en torno al término.
Aunque todo ello ha cambiado con el devenir del tiempo, autodefinirse como feminista continúa siendo un reto incluso dentro del gremio académico y artístico, puesto que aún persisten los prejuicios en la conciencia colectiva. La incomprensión de feminismo conlleva a errores garrafales tales como la vinculación a actitudes de fanatismo que implican el odio al sexo opuesto o el establecimiento de un matriarcado.
El arte y la comunicación no se encuentran aislados del feminismo. Desde las creaciones y los medios masivos también se puede reivindicar el mundo. Son, además, espacios de reflexión desde donde se puede construir otra realidad.
Arte y feminismo: Una aproximación necesaria
En 1929, el mundo conocería uno de los textos feministas más revolucionarios en torno a la dominación histórica del hombre en la sociedad y específicamente en la literatura. La escritora británica Virginia Woolf, a través de su ensayo Una habitación propia, recreaba cómo hubiera sido la vida de una hermana de William Shakespeare con el mismo talento artístico que el afamado dramaturgo.
La ficticia mujer expresaría desde temprana edad su pasión por descubrir el mundo y escribir, pero no sería enviada a la escuela, por tanto, no tendría acceso al mismo conocimiento que su hermano. Tampoco tendría la oportunidad de cultivarse intelectualmente entre libros pues su labor estaba supeditada a las labores hogareñas y al matrimonio.
Este magistral ejemplo explicado por Woolf muestra la brecha de derechos y oportunidades que ha existido históricamente entre mujeres y hombres, fisura no sanada con el devenir del tiempo ni mucho menos por un consenso masculino sobre el asunto. Los derechos han sido ganados a golpe de lucha feminista en el mundo entero.
En sus casi tres siglos de existencia mucho se ha teorizado en torno al feminismo, sin embargo, no es un proceso esquemático ni cerrado. Desde sus inicios ha cumplido un papel altamente renovador y deslegitimador de las normas sociales impuestas que privilegian al hombre. Como Marcela Lagarde ha explicado, las mujeres han generado una nueva conciencia del mundo desde la mirada crítica de la propia individualidad, a partir del reconocimiento del género en cada una[i]. Dicho proceso de acción política, heterogéneo y siempre inacabado, conecta lo personal a lo colectivo e influye en cómo las mujeres se describen en relación con su entorno creando significado.
Si se mira desde las artes, para la historiadora mexicana Araceli Barbosa, la crítica feminista ha insistido en la necesidad de cuestionar la historia escrita desde el punto de vista masculino y señalar la terrible omisión de la mayoría de las mujeres artistas dentro de lo considerado como historia tradicional del arte[ii].
La crítica feminista del arte ha cuestionado severamente las múltiples prácticas culturales que en términos históricos han obstaculizado la participación de las mujeres en el ámbito institucional y han soslayado la historia de las productoras artísticas, menospreciado la creación femenina y vulnerado la representación de la identidad femenina, ocultando la imagen de las mujeres reales. De esta forma, una de sus mayores utilidades ha sido salvaguardar la creación silenciada a lo largo de cientos de años, así como deslindar la construcción social de la mujer solo como musa de las creaciones, rescatar su condición de creadoras y la representación de la identidad femenina en el arte.
En palabras de Barbosa, podemos señalar que recobrar la memoria histórica de las mujeres gracias a una nueva forma de hacer historia del arte mediante la relectura de las fuentes convencionales tiene como fin documentar la presencia de las productoras artísticas del pasado y erigir una genealogía de creadoras que fortalezca a las nuevas generaciones de artistas[iii]. En suma, propiciar una historia más plural del arte que parta de una política y una perspectiva de inclusión.
Cuba en la mirilla
En el caso específico de Cuba, las pesquisas de González Pagés[iv], describen que la creación literaria femenina cobró auge en Cuba a partir de la década de los cuarenta del siglo XIX, sobre todo en el campo de la poesía. Aportó un grupo nutrido de mujeres, quienes reflejaron un mundo de espacios privados, en los cuales el paisaje y la familia eran temáticas centrales. La amplia producción literaria femenina realizada desde entonces, resaltó los roles familiares; la madre, la esposa y la hija fueron las protagonistas de sus textos.
En el difícil contexto de la época emanó lo considerado como el primer intento de un discurso femenino poético alejado de cuestionamientos críticos sobre la situación social de las mujeres. González Pagés agrega que ellas solo dejaron traslucir en su obra un mundo de privaciones y expectativas que se desarrollaban, principalmente, en el espacio privado de la vida familiar o en el riguroso espacio público de la Iglesia, actos sociales o paseos programados.
En estas décadas existió una expansión del trabajo literario realizado por mujeres, quienes comenzaron a difundir su obra en las revistas de la época. Dentro de los temas abordados, la marginación femenina constituyó un eje fundamental dentro de las publicaciones. Evidentemente la ascensión de las escritoras fue un proceso lento y gradual, lleno de barreras sociales y morales que las obligó a actuar en conjunto.
La escritora Gertrudis Gómez de Avellaneda quebrantó los mandatos culturales de su tiempo y pasó a la historia de la literatura, no solo como una gran escritora romántica de su siglo, sino como una de las primeras artistas transgresoras de la historia cubana.
Por su parte, Aurelia Castillo de González es considerada, junto con Avellaneda, una de las voces fundacionales en la cultura insular del siglo XIX. En 1878 escribió desde España el trabajo La mujer cubana, en el cual abordaba las crudas situaciones de la mujer en su país, pues conocía el papel subalterno que estas ocupaban. Algunas mujeres en Cuba se atrevieron a adentrarse en un debate feminista a través de sus escritos, conservando la esperanza de estimular y difundir ideas emancipadoras.
Ya en el siglo XX comienza una segunda generación de artistas de la plástica, quienes se consolidan con las estéticas vanguardistas y las soluciones nacionalistas de la promoción anterior entre los que destaca Amelia Peláez, cuya obra recrea, a través de una luminosidad cromática, la arquitectura de La Habana. Si bien este proceso de renovación dentro de las artes plásticas es dirigido por la pintura, la escultura también establece un proceso de estilización y síntesis, cuya representante femenina más conocida es Rita Longa.
Después del triunfo de la Revolución se visualiza una nueva figuración en pintura y escultura. Resalta en este período la obra de Antonia Eiriz, la cual se desarrolla dentro de “las claves de un expresionismo figurativo muy grotesco, que no se aviene con la línea ideológica que entonces predominaba. Sus pinturas y esculturas-instalaciones parecen ir a contracorriente: son la materialización del dolor, del drama y de la tragedia”.[v] Más recientemente podrían enumerarse artistas como Alicia Leal, Zaida del Río o Flora Fong, por solo poner algunos ejemplos.
En cuanto a la literatura, la poesía es el género predominante en estos primeros años del proceso revolucionario. Las nuevas generaciones de escritoras, a través de sus versos, reafirmarán las transformaciones de la sociedad que recién estaba iniciando. Entre ellas se encuentra Nancy Morejón, entre otras poetas de su generación.
En el cine, en tanto, en los albores de los años setenta resonó la presencia de un colectivo femenino que transformó el discurso fílmico de lo político a lo propio, lo íntimo. Particularmente, Sara Gómez hizo énfasis en el testimonio documental, en una rigurosa veracidad sobre la situación cubana de las décadas posteriores a 1959, una obra que a juzgar por diversos especialistas aún no ha sido suficientemente valorada.
Otros nombres podrían mencionarse, sin dudas, en todas las manifestaciones del arte, pero aún son pocos en comparación con la proliferación de sus congéneres masculinos. Y, sobre todo, muy pocas de esas artistas, a pesar de sus obras, se reconocen como feministas, algo que confirma la tesis inicial de este comentario.
El debate feminista en los medios: mucho camino por andar
Los medios de comunicación masiva, el llamado cuarto poder, irrumpen en el siglo XXI con el mismo cimiento patriarcal establecido desde épocas previas. Para la periodista Ania Terrero[vi], los temas de género, y por tanto, sus alianzas con el feminismo, eran asuntos prácticamente inexistentes en las agendas de los medios cubanos hace pocos años, con excepción de determinadas publicaciones especializadas como las revistas Mujeres y Muchacha, y el Servicio de Noticias de la Mujer de América Latina y el Caribe (SEMlac).
“Sí creo que en los últimos años ha habido un crecimiento del tratamiento de temas de género en la prensa, y por transitividad, del feminismo, pero todavía es escaso, muy puntual en autores y medios específicos. Y como es un proceso que empieza, con sus excepciones por supuesto, no siempre es necesariamente profundo y sobre todo, es demasiado técnico o visto desde una única perspectiva, en el sentido de no llegar a convencer o a incorporar a otras personas al proyecto por la manera en que se explica”[vii].
Letras de género, de la propia Terrero, con la también periodista Dixie Edith Trinquete, ha supuesto una sección fija para hacer periodismo de género y feminista desde un medio de comunicación nacional, el portal digital Cubadebate. Igualmente, la revista Alma Mater ha incorporado contenidos de la agenda feminista en la sección Cambiar el cristal, de la mano de Nueve Azul (seudónimo de la periodista a cargo de la sección).
En él ámbito de la realización audiovisual, la revista Una calle, mil caminos, de la realizadora feminista Magda González Grau, ha sido reconocida por reflejar asuntos complejos de la sociedad cubana; en tanto el programa Cosas de hombres, transmitido en el verano de 2021, mostró la labor de la Red Iberoamericana y Africana de Masculinidades de Cuba durante los últimos 15 años. Por su parte, el Proyecto Palomas, Casa Productora de Audiovisuales para el Activismo Social, es un importante exponente de la realización audiovisual desde perspectivas de género y feministas.
No obstante, estos –y otros espacios que no hemos mencionado-, el feminismo como categoría de investigación y perspectiva de realización en la comunicación se mantiene en un segundo plano.
“En mi criterio, es el gran ausente, independientemente de que haya periodistas feministas con secciones fijas en importantes medios de gran alcance”, considera la también periodista feminista Lirians Gordillo[viii].
Los medios masivos de comunicación siguen siendo naturalizadores de roles y estereotipos muy patriarcales. Todo esto parece convertirse en un círculo vicioso, que solo la educación es capaz de frenar. Para lograr tener audiencias concientizadas se necesitan profesionales capacitados, alejados de falsas percepciones, si de feminismo se habla. La falta de conocimiento y preparación con respecto al feminismo ha provocado una estigmatización no solo del término, sino de aquellas mujeres que enarbolan libremente sus militancias feministas. Desde la incomprensión hasta el insulto camuflado bajo estereotipos de antaño suman aspectos a la desinformación colectiva sobre este movimiento social.
Para Terrero, “durante años los medios de prensa machistas, los que se resisten, han apostado por ridiculizarlo, por satanizarlo, hasta enfrentarnos unas con otras. El patriarcado se encarga de blanquear las batallas por la equidad y tacha de histéricas a las feministas. Lo ha hecho durante décadas”[ix].
A juicio de González Grau, “aún existen muchas mujeres que no conocen en profundidad de qué hablamos cuando decimos feminismo y eso trae como consecuencia el rechazo. Inclusive, cuando no hay rechazo, pero sí desconocimiento, muchas caen en posiciones de extremo, que otra vez ponen en peligro la imagen de las feministas”[x].
Aún queda mucho por abordar y resolver para lograr una comunicación con prisma de género, para ello deben ser reestructurados los propios cimientos de la realización e ir construyendo mensajes cada vez más inclusivos.
Mientras no haya una formación en feminismo, género y comunicación se va a estar reproduciendo esa violencia simbólica como un ciclo sin fin. Hablar sobre sexualidad, doble jornada laboral, emancipación, mantenimiento del hogar, roles de género, machismo, misoginia, violencia de género, acoso sexual y callejero, violación, feminicidio, alejarse de temas que aborden con grandilocuencia la capacidad de una mujer de ejercer un oficio “no apto” para su sexo, eliminar por completo los matices burlones o despectivos del feminismo, son pequeñas rutas a trazar para ejercer una contracultura feminista desde los medios de comunicación.
[i] Lagarde, M. (2000). Identidad de género y feminismo. Caracas: Universidad Central de Venezuela.
[ii] Barbosa, A. (2008) Arte feminista en los ochenta en México. Una perspectiva de género. México: Universidad Autónoma del Estado de Morelos.
[iii] Ídem
[iv] González, J. C. (2005). En busca de un espacio. Historia de mujeres en Cuba. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales.
[v]Alonso, J. R. (2000). Arte cubano del siglo XX. Madrid: Organización de Estados Iberoamericanos.
[vi] Terrero, A. (2021) Comunicación personal, 18 de septiembre.
[vii] Ibidem
[viii] Gordillo, L. (2021) Comunicación personal, 4 de octubre.
[ix] Terrero, A. (2021) Comunicación personal, 18 de septiembre.
[x] González, M. (2021) Comunicación personal, 5 de septiembre