Hace poco escribí, para una universidad brasileña, una breve monografía sobre la obra de Laidi Fernández de Juan, una habanera nacida en 1961 cuya narrativa y crónicas (o estampas, como prefiere ella llamarlas) arman un recorrido no solo temático o estilístico, sino también ideológico, que vale la pena divulgar.
Como nacimos juntas a la vida literaria (ambas participamos de aquella primera edición del concurso Pinos Nuevos, promovido por un grupo de argentinos solidarios, para la edición de obras de 100 autores inéditos en 1994), he acompañado el desempeño literario de Laidi y hemos vuelto a coincidir en varias ocasiones, hasta como premiadas del concurso Alejo Carpentier de 2005. También hemos coincidido en nuestra preocupación acerca de la violencia contra las mujeres, fruto de la cual nos unimos a otras activistas en el pronunciamiento tod@scontralaviolencia, que devino el origen de la idea, propuesta por Marilyn Bobes y llevada a cabo por Laidi, de la antología Sombras nada más. 36 autoras cubanas contra la violencia hacia la mujer, publicada por Ediciones Unión en 2015, cuyas presentaciones se convertían fácilmente en espacios de intercambio e introspección colectiva, si me permiten el oxímoron, sobre el tema. Un libro que merecería una reedición, para seguir avivando la llama de la discusión pública al respecto.
Como nacimos juntas a la vida literaria, decía, leí sus libros y asistí a sus presentaciones y la he acompañado en actividades públicas; sin embargo, no era consciente hasta ahora, cuando revisé su obra de cabo a rabo, de la profundidad del vínculo de su escritura con su activismo feminista. Releyendo sus libros de un tirón, uno detrás de otro, es fácil ubicar el origen de esa preocupación suya nada menos que en su primer libro, y justo, además, en el cuento que le da título.
Aquel librito publicado por Pinos Nuevos en 1994 se llamó Dolly y otros cuentos africanos.
Pues resulta que “Dolly”, que además está contado como una larga evocación que pudiera ser también epistolar (otra marca de su escritura futura que dota de coherencia retrospectiva su ejecutoria), narra el vínculo genuino entre dos jóvenes: una de Cuba, médica; otra de Zambia, enfermera, que fue naciendo apenas en gestos y miradas, fraguándose como solidaridad casi muda y luego creciendo hasta derivar en una peculiar amistad. La joven estudiante de enfermería zambiana no llegará a graduarse porque se suicida, para evitar casarse con el novio que le había escogido su familia, un hombre violento y abusador. Aquel primer cuento parecería una premonición, mirándolo desde hoy, de cómo el de la violencia contra las mujeres es un tema permanente en la obra ulterior de Fernández de Juan.
No en vano otro de sus cuentos más conocidos, “Clemencia bajo el sol”, es el largo alegato judicial de una cubana que ha matado a otra (bien que accidentalmente) por lo que considera una deslealtad con su vecina rusa, quien debió abandonar su mundo y trasplantarse a un solar habanero y a un entorno profundamente distinto del suyo. Abrumada por las inclemencias de la vida en el solar y la infidelidad de su marido, la rusa decide marcharse. Pero su vecina cubana no soporta la traición de la nueva pareja y elige intervenir para castigar su deslealtad.
Este cuento ha sido llevado al teatro en Cuba e Italia y es otro modo de abordar el tema de la violencia de las relaciones familiares y sociales, muy eficiente, además, dada la plasticidad del lenguaje popular de la declarante, cuya voz parece monologar en el relato, aun cuando se refiera la presencia de esos interlocutores siempre silenciosos frente a quienes pronuncia su declaración de culpabilidad.
Como cronista, Laidi Fernández de Juan ha privilegiado los avatares de la vida cotidiana en La Habana, sobre todo en los cuentos protagonizados por María E., un personaje que ella misma describe como un arquetipo, “una mujer muy graciosa, luchadora y dramática también; […] una madre cubana, que forma unos líos tremendos y habla desde lo mal que sabe la pasta Perla hasta qué vamos a hacer con los papás que se van y luego quieren regresar como Santa Claus a conquistar a los hijos. Ella es un poco como yo, no como soy, sino como quisiera ser”, como declaró frente a Helen Hernández Hormilla en una de las entrevistas de Palabras sin velo. Entrevistas y cuentos de narradoras cubanas (2013).
Sus protagonistas, mujeres a menudo abrumadas por las labores domésticas, la incomprensión familiar, la desigualdad en las relaciones afectivas o los contratiempos cotidianos, el abismo de la emigración, las carencias materiales y otros avatares de estos tiempos, conforman un coro, una voz colectiva que Laidi ha ido componiendo y recomponiendo en cada libro suyo. Y encuentran incansables vías para escapar del adocenamiento y la infelicidad, a solas o ejercitando el principio de la solidaridad, de la sororidad.
Además de su activismo, podríamos decir, literario, en el ámbito de la ficción, puede comprobarse cómo se manifiesta su compromiso con temas prominentes de la discusión pública en Cuba, como la necesidad de una ley integral contra la violencia, que defiende sin ambages en “Sobre la violencia, las mujeres y el silencio”, una crónica que se incluye en Tiempo de mujeres (2019), su libro más reciente. Allí afirma: “Cuba, que es ejemplo de resistencia a nivel mundial, tiene que disponer de una infraestructura capaz de garantizar el pleno derecho de la mujer, no exclusivamente a actividades laborales ni a reconocimiento social, sino, sobre todo, a la seguridad de su vida, de su existencia digna, sin el temor a ser agredidas y. en última instancia, asesinadas, mientras el resto de la sociedad contempla impasible dichos atropellos, carente de una ley que reprenda, desde sus instancias constitucionales, estos hechos repugnantes que ahora mismo se limitan a engrosar la lista de delitos comunes. No seremos un verdadero país admirable mientras el silencio ante tales abusos continúe extendiendo su manto protector sobre los culpables, y las mujeres seamos potenciales víctimas, sepultadas bajo la lápida de la impunidad machista”.
No es habitual la frecuentación de un tema y su eficaz denuncia sin agotar el interés del público ni las vías creativas. Laidi lo ha conseguido ejemplarmente, con amplia soltura. Su obra nos abre, con seriedad y también con humor, una ruta para explorar nuestras realidades y divertirnos, educarnos, admirarnos o conmovernos sin pudor. Esa suerte de complicidad de su escritura con sus lectores no anula, sino que potencia sus afanes por el mejoramiento humano y su acusación de la injusticia, allí donde se halle. Escritura y activismo van de la mano, siempre, en ella.