Hace unas semanas paseando por Montreal me encontré una librería comercial cualquiera, de estas que te venden libros y Moleskines. Y en esa librería, donde en su homónimo español encontrarías libros de youtubers o influencers destacados, en Montreal había una sección de feminismos diversos. Uno llamó mi atención: Against White feminism (En contra del feminismo blanco), de Rafia Zakaria, abogada, activista y autora pakistaní residente en Estados Unidos.
Leer este libro ha sido una patada en el estómago y un cambio de paradigma en mi visión del feminismo. Así que, si entiendes inglés, te recomiendo encarecidamente que compres el ebook y lo leas, porque para mí ha habido un antes y un después.
Ha sido mi despertar feminista interseccional. ¿Por qué? Porque he nacido y he crecido en un país racista, he sido educada en ese mismo sistema, y aunque me he formado y he investigado en el antirracismo, no me di cuenta de que la visión que yo tenía del feminismo era el de un feminismo de privilegiadas, yo era una white feminist.
Rafia Zakaria ha escrito un libro en el que combina sus experiencias personales y una ardua investigación con ejemplos históricos muy contundentes, para defender una idea innegable: que quien ostenta el poder y el privilegio, también está a cargo de la creación del discurso feminista. ¿Y quiénes son estas personas? Mujeres blancas de clase media-alta.
Con lo cual, el movimiento resultante no es interseccional, es racista y privilegiado, y lo que es peor, como el imperio impone cultura, se establece esto como baremo universal del feminismo creando una jerarquía: primero las blancas occidentales, y luego, si lo que nos cuentas nos es relevante, tú, mujer racializada oprimida.
La autora, además, expone otras dos ideas clave. Primero, que las feministas privilegiadas te escucharán y cederán espacio, siempre y cuando lo que les cuentes les interese a ellas, y expone: “Las feministas pakistaníes llaman la atención cuando montan en skate con pañuelo o escriben sobre sexo”.
Esto lleva a la segunda idea, que en principio todas somos aliadas, pero cuando se pide más compromiso con el antirracismo y cuando se empiezan a desmontar a sus mujeres referentes, pues… se bajan del carro.
La escritora pakistaní desmonta también mitos feministas blancos, como Simone De Beauvoir: “El oriental, despreocupado de su propio destino, se contenta con una mujer que es para él objeto de placer; pero el sueño del hombre occidental, una vez que se ha elevado a la conciencia de lo singular de su ser, se cifra en ser reconocido por una libertad extraña y dócil”1.
Zakaria sostiene que De Beauvoir colocó a la mujer blanca como el objeto filosófico sobre el que teorizar, pero fomentando la otredad de las personas racializadas de por medio, siendo profundamente racista en sus argumentos.
Una curiosidad: como en España estos discursos siempre llegan tarde, si buscas Simone De Beauvoir + racismo en Google encontrarás pocas respuestas, pero salen bastantes papers si se hace la misma búsqueda en inglés.
No queriendo caer en la absorción sin reflexión de un discurso contextualizado en Estados Unidos, he meditado bastante sobre lo que puede tener sentido tanto en España como para mí.
El libro peca de invisibilizar a las mujeres este-asiáticas, aunque he de confesar: esto no es nuevo.
Mucha parte del movimiento antirracista en Occidente se centra únicamente en la dicotomía blanco vs. negro. En este libro, blanco vs. marrón (Pakistán e India) y negro y, en esta paleta de color, no me siento identificada, ya que ni soy blanca ni amarilla.
Zakaria únicamente dedica una línea o dos a la mujer hongkonesa en la ocupación británica, olvidando que muchos de los estereotipos racistas sobre la mujer asiática vienen de la ocupación estadounidense en Japón, además de otras cuestiones…
Dejando eso atrás, me siento totalmente identificada con las tres ideas expuestas anteriormente, ha sido leerlo en su libro y rememorar encuentros en los que validaron sus ideas. He sido tokenizada en programas y eventos, he sido chiste y broma, también “me han dado voz” cuando voz ya tengo. He hablado en medios relevantes sólo de lo que una persona española ha considerado que era interesante y un largo etcétera. Lo peor es que todo ha sido con la mejor de las intenciones. No os voy a engañar, ha sido devastador, creo que no me he recuperado.
En la primera marcha #8M de 2018 hice huelga y salí con mis amigas españolas. Ese día, hablamos de cómo las compañeras de Afroféminas no se sumaban, porque en esa huelga no tenían en cuenta las necesidades de las mujeres racializadas, pero se pedía el “apoyo/token” (estar ahí para la foto, pero sin ningún poder real).
En ese momento, mi opinión era que había que arrancar el movimiento, había que empezar a hacer ruido, y me sumé. ¡Marché con la esperanza de que eso no significara que “this is it!” (¡Eso es todo!). No sé si en las huelgas de los siguientes años se tuvo en cuenta algo que menciona Zakaria en su libro: “el hecho de que tú puedas ir a la huelga pasa muchas veces porque detrás de ti hay una mujer racializada que está cuidando de tus hijos o preparando la comida que vas a comer después de hacer la marcha.”
Miro a mi alrededor y ya no puedo dejar de ver lo que este nuevo filtro me ha dado. Veo la condescendencia, veo la pena, veo esa actitud cuando alguien no te trata como a un igual. Y lo veo en muchas personas, más de las que me gustaría.
Veo que no me siento representada en el feminismo hegemónico, que miras a tu alrededor, desde Tiktok a Instagram, desde los medios de comunicación hasta el parlamento y únicamente se tratan cuestiones importantes para las mujeres españolas no-racializadas: que si se llega a jefa y eres mujer te consideran una zorra, cuando hay mujeres chinas y sinodescendientes que se preguntan si van a ser contratadas más allá del “mundo chino” (espacios laborales en los que haya que hablar chino o saber de China); que si hay que ser madre por elección en lugar serlo por realización personal, cuando mujeres chinas en España ven una presión familiar enorme por ser madres para la aceptación social y familiar, y luego no son económicamente solventes para poder tener ayuda en los cuidados, con lo cual tienen a sus hijos en el bazar o en el restaurante (porque ojo, la gran mayoría de la migración a China en España es de Zhejiang, región rural y con bajos recursos de China, en contraposición al estereotipo de “chinos ricos”).
Perdonadme que únicamente ponga ejemplos de la comunidad china, pero es mi parcela y es lo más invisible de lo invisible. Si quieres ver o informarte de algo que apele a tu persona o a tu país de origen, muchas veces parece la cuota de caridad y además tienes que buscar y rebuscar.
Siendo tan pocas voces este-asiáticas en el panorama, siento que constantemente tengo que estar haciendo didáctica. Primero, legitimando que existe la sinofobia, porque el 99,9 por ciento de la población española piensa que “nadie tiene ningún problema con la comunidad china”.
Segundo, enseñar cómo esto impacta en las mujeres chinas y sus descendientes. Y, tercero, desactivar mensajes de racismo de pseudo-aliadas.
En una cena, tras una conferencia, una mujer española me espetó sus siguientes conclusiones sobre la comunidad china: “Los chinitos eran los más racistas”, refiriéndose a unos niños que conocía ella, resultantes de una pareja interracial. Y a continuación también me espetó que mi “familia tenía que ser de dinero ya que habían contratado a una niñera para cuidaros”.
Imaginaos mi sorpresa. Nunca he tenido que legitimar mi origen humilde y no supe reaccionar. Otra mujer española de la mesa le dijo que nosotros éramos cuatro hermanos, quizás sí que nos salía a cuenta.
He llegado a la conclusión de que pongo tanta energía en la didáctica que luego estoy exhausta como para pensar en un discurso que apele a alguien como yo. Veo que he estado mirándome con ojos de una persona no-racializada. He hecho de sus necesidades las mías, y luego me he sorprendido cuando, al seguir sus pautas, me he sentido decepcionada o vacía con el resultado. He intentado verme con otros nombres, con otras caras y otras pieles, pero estoy harta, quiero verme a mí misma, quiero un espejo.
Si es legítimo y lícito que distintas personas necesiten distintas cosas y eso no nos hace menos que nadie, cuánto menos en el feminismo. Ojalá un feminismo sin jerarquía racial, y ojalá no lo tengamos que hacer solas, porque como dice Zakaria en su libro, la disrupción de la jerarquía en el feminismo será posible solo si estamos todas, blancas occidentales incluidas.
1 De Beauvoir, S. (2017). El segundo sexo. Ediciones Cátedra.
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