“Noté que la pantalla compartida desde mi computadora comenzaba a cambiar de color y el audio era distinto. En segundos, personas entraron al webinario con los micrófonos abiertos primero saludando. Intenté mutear los micrófonos, pero era demasiado tarde, estaban pidiendo que ‘enseñáramos las tetas’, nos dijeron que ‘estábamos buenas’. Lo que siguió fue la toma completa de control de la pantalla. Una palabra muy insultante, racista y agresiva comenzó a aparecer en la pantalla. Cortamos la sesión. (…) Rápidamente abrimos otra reunión segura y recuperamos a las personas que se habían conectado. (…)”. Esta pesadilla digital, y no por ello menos real, que narran las integrantes de la colectiva Vita-Activa.org, se repitió en múltiples ocasiones para muchas colectivas feministas durante los últimos meses.

Desde que se impusieron las medidas de aislamiento y distancia física, quienes militamos, trabajamos a distancia y, básicamente, tenemos la oportunidad de quedarnos en casa, vimos transformadas nuestras rutinas en seguidillas de reuniones. Vita-Activa, una línea de ayuda que ofrece en apoyo a mujeres y personas LGBTIQ+, periodistas, activistas y defensorxs de los derechos de género, del trabajo, sufrió el sacudón del odio en carne propia en una de esas reuniones. En vivo y en directo desde la pantalla de casa utilizando la plataforma para videollamadas protagonista de la pandemia: Zoom.

Esta plataforma digital experimentó un aumento notable desde el inicio de los días de reclusión. No obstante su crecimiento, las preocupaciones acerca del uso de datos y de las vulnerabilidades de seguridad comprobadas en los últimos meses abrieron cuestionamientos acerca de si existen o no espacios seguros en internet para habitarlos, organizarnos, y compartir allí nuestras luchas.

Los “zoombombings” (trolleos en Zoom) continuaron y los sufrieron desde organizaciones de mujeres de tamaño medio hasta encuentros en línea organizados por ONU Mujeres. Los machitrolles no se privaron de interrumpir un rango amplísimo de eventos, desde clases de zumba hasta el ataque a grupos de estudiantes de escuelas a quienes regalaron pornografía y señalamientos racistas, entre otras agresiones en línea.

En esta ocasión además de preguntarnos por qué seguimos usando de manera compulsiva plataformas que reciben críticas a raíz de su modelo comercial de extracción y venta de datos personales, nos interesa pensar ¿por qué descuidar nuestras luchas y volcarlas en espacios de empresas que no se preocupan por sus políticas de privacidad?, ¿por qué esperar hasta que infrinjan el daño? Nos interesa reflexionar ¿por qué nos atacan? y ¿crecieron los ataques en épocas de reclusión forzada? y ¿cómo nos acuerpamos en el mundo de los bits?

Lorena Peralta, acompañante psicosocial, ante el interrogante de cuál es el móvil de estos haters sostiene que no hay una única respuesta de a qué se deben los ataques, puesto que el rango es tan amplio como complejo sea el actor, la situación y el impacto que esté teniendo nuestro trabajo. “Pero de manera general podríamos mencionar que lo que hacen tiene el objetivo de exigirles que hagan o dejen de hacer algo. Dentro de estos dos rangos hay más intencionalidades, algunas de ellas: provocar, intimidar, sembrar miedo, desconfianza, conseguir o robar información (personal, vínculos, hábitos, gustos o disgustos), intimidar, horrorizar. Es una muestra del poder que tienen para dar el mensaje ‘aquí estamos, lo podemos hacer’. Y hacerlo tiene un alto impacto en quien(es) lo vive(n). La percepción del online como espacio seguro se desvanece a medias, hay una tensión en creer que se debe tomar en serio, no es solo una mala broma, incredulidad ante la idea de que trascienda el online y pase al terreno físico”, explica.

Señalan desde la colectiva mexicana Sursiendo que Zoom vende los nombres de todas las personas participantes de las reuniones, los documentos compartidos y las pizarras que se utilizan durante las mismas. Además, como una compleja máquina que alimenta el modelo de explotación capitalista, en ámbitos laborales la plataforma puede reportar al empleador si el empleado/a está prestando atención a la reunión. “Si esto no te parece suficiente intrusión a tu privacidad los administradores de las salas pueden unirse a llamadas sin consentimiento o notificación a las personas participantes (alguien puede escuchar sin que lo notes). La compañía ESET y el FBI han descubierto que en algunos casos las llamadas no son cifradas y, dependiendo de la regulación de internet de cada país, el gobierno puede estar al tanto de lo que sucede en ellas. Si utilizas Windows, Zoom te vuelve vulnerable ya que se ha descubierto que puede dar acceso a otras personas a los recursos compartidos de tu computadora, como los discos duros, impresoras, redes”, relatan.

Sabemos que las agresiones que vivimos en el mundo de carne y hueso se potencian en los espacios digitales. Para Luisa Ortiz, directora ejecutiva y cofundadora de Vita-activa.org, la necesidad de convocar a más personas y el llamado de servicio para atender migrantes, trabajadoras sexuales y periodistas en Estados Unidos y en Latinoamérica les hizo “bajar la guardia” y las llevó a hacer una convocatoria más abierta y extendida en el contexto la Covid-19.

Para acercarse a más personas en contexto de aislamiento comenzaron a publicar invitaciones de forma indiscriminada con ligas abiertas a Zoom en canales públicos. “Con la esperanza de poder alcanzar a más personas y de servir. También con la presión de cumplir aquellos programas que a veces las filantropías nos piden. Todos estos factores de ansiedad de cumplir con metas o métricas y al mismo tiempo de mayor virtualidad nos vuelve corresponsables de que los ataques sean mayores”, sostiene Ortiz. Ella además observa el fenómeno de que “las personas estén en sus casas sin poder ir a la escuela o al trabajo suma al hecho de estar buscando ejercer violencia y control en otros espacios. Creo que este trolleo es hijo de la pandemia”.

Racismo digital e interseccional

Sandra Xinico es una comunicadora maya-kakchiquel guatemalteca originaria de Patzún, un pueblo indígena a solo 80 kilómetros de la capital del país. Internet, confiesa, le dio una dimensión de lo arraigado que es el racismo y el desprecio a las mujeres mayas que se expresan políticamente en Guatemala. Columnista del periódico digital La Hora, se ganó un lugar en un medio de comunicación nacional a raíz de la fuerza de las publicaciones que asiduamente compartía en Facebook.

“Escribí un artículo sobre la celebración del 12 de diciembre, cuando se celebra en mi país el Día de Virgen de Guadalupe. Relaté la manera en que las personas católicas disfrazan a sus hijos de ‘inditos’, una tradición que fue imponiéndose a través de la colonización. Con el cristianismo esta celebración ha ido consolidando estereotipos y una imagen errada de los pueblos. Esa nota resultó en muchos ataques. Decían que les faltaba el respeto a su religión. Por mi parte veo que mi trabajo es político, escribo para dar voz a las que en este país siempre se les ha negado. Estos años he detectado la intersección de racismo y patriarcado. Me comencé a dar cuenta de que lo que decía incomodaba”, cuenta.

En el continente latinoamericano los gobiernos han invertido en sus call centers de trolls (o “troll centers”) que, básicamente constan de personas reales o perfiles automatizados (bots*) y programados por otras personas orientados a atacar perfiles específicos e intentar inclinar la opinión pública para uno u otro lado, según el interés de quién ofrezca un presupuesto considerable dedicado a ganar batallas digitales. Durante la pandemia, los troll centers que responden a los gobiernos están mucho más susceptibles ante los señalamientos negativos sobre la gestión de la crisis que cada administración desarrolla.

Xinico no tiene certeza del origen de las cuentas que la atacan de manera constante: “Aquí sabemos que los ricos son machistas y racistas, y han invertido en pagarle a gente que está dedicada a mover el odio en internet. He visto que las cuentas que me atacan son cuentas anónimas creadas recientemente, con pocos seguidores. Siguen un patrón de lo que comparten, lo que envían e incluso la forma en que se refieren a nosotras. Es un trabajo que alguien está financiando, lo están pagando las élites que buscan amedrentarnos”. Cada vez que Xinico refiere a las elites y los militares obtiene un golpe inmediato de como respuesta: degradación e insultos. Para ella es grave que la gente esté dispuesta a dejar un registro sus ideas racistas contra ella y muchas otras que ponen el cuerpo y la voz en sus luchas.

El panorama regional también reporta más incidentes. Un sitio web vinculado al derecho a decidir en Centroamérica recibió ataques masivos, que perseguían el propósito de tomar por la fuerza el control del sitio y así robar su lista de contactos . También se han dado ataques en las transmisiones Facebook Live de una colectiva de periodismo feminista mexicano mientras ofrecía actividades de esparcimiento para las personas encerradas durante la pandemia. Estos ataques tienen como contrataque un seguimiento minucioso de las organizadoras de las transmisiones: tomar capturas de pantalla, borrar comentarios y expulsar o reportar perfiles de atacantes. Relajadísimo, ¿verdad?

Marieliv Flores Villalobos es directora de activismo de Hiperderecho (Perú) y consultada sobre su apreciación del aumento de los ataques desde que comenzó la pandemia afirma que, obligadas a un distanciamiento físico, nos acercamos (quienes tenemos el privilegio de acceder a internet) cada vez más a los espacios digitales. “Estamos más tiempo en este espacio, somos más conscientes de estas dinámicas y comenzamos a identificar más fácilmente los aspectos violentos en los que a veces podemos estar. Por otro lado empezamos a decir: ‘Oye esto que me está pasando ahorita no lo aguanto más y quiero hacer algo al respecto’. En el caso de Hiperderecho al inicio de la cuarentena recibimos más casos preguntando cómo denunciar y qué hacer en general en casos de violencia en línea. No tengo una respuesta cuantitativa de cuánto ha aumentado pero sí hay una una percepción mucho mas encendida de antes que permite identificar estas situaciones violentas como tales”, narra.

Sandra Xinico creó sola sus mecanismos de resiliencia y autodefensa ante las olas de mierda digital que recibe: “Siempre la violencia machista y racista te toca por más que tengas tus mecanismos. Intento que no me detenga. Algunos comentarios no los reviso, si veo que es un usuario que tiene la dinámica de atacarme constantemente no les pongo atención porque sé que es lo que ellos quieren”. Sabe que los ataques no van a terminar pero le preocupa, sin embargo, aquellos odiadores espontáneos, de carne y hueso, que sí pueden identificarla en la vía pública. “Amenazan: ‘Algún día te encontraré en la calle’. Son personas que existen y lo complejo en internet es que tú no las puedes ubicar pero ellas sí pueden localizarte a ti. Me di cuenta que sí se puede materializar la agresión en la vida física y material”, dice.

Por su parte Luisa Ortiz se prepara, no sin nervios, esta semana para un Instagram live: “Estoy aterrada porque por un lado es bien emocionante y por otro lado la palabra que me viene es desnudarse. Estar en internet es una actividad muy desnuda. Nosotras como activistas, personas y mujeres que somos más abiertas a violencias machistas patriarcales y controladoras estamos básicamente poniendo la piel”. Como señala la terapeuta Lorena Peralta estos ataques “invaden el pensamiento de una forma abrumadora. Los espacios digitales se exhiben y dejan el malestar, la duda sobre qué parte de nuestra vida privada ha sido vista, escuchada y exhibida”.

Flores Villalobos, por su parte, rescata que internet sigue siendo un espacio para encontrarnos, acompañarnos, conocernos y formar comunidad. “Finalmente lo que pasa en el espacio digital es real. Sea bueno o malo sigue siendo real. No por que cerremos la computadora o el celular dejamos de estar conectadas con lo que haya pasado en línea. Es un espacio con sus propias características. Ahora por la pandemia y esta sensación de inseguridad acerca de cómo va a ser poder tocarnos en el futuro, nos lleva a ver el espacio digital como una posibilidad para hacerlo. Entonces es importante aceptar este espacio con sus características únicas y sus limitaciones”, apunta.

Las preguntas iniciales dan vueltas en el aire. Es vital respondernos cómo recuperar el control de nuestras narrativas, de nuestros cuerpos digitales, así como de los espacios de trabajo y socialización en estas épocas de encierro y control social. Contar nuestras historias en primera persona, caminar hacia infraestructuras autónomas y encontrarnos en espacios más seguros son pasos firmes hacia el combate y la erradicación de las violencias digitales.


* Ro(bots): Un bot —palabra que resulta de una aféresis practicada sobre robot— es un programa diseñado para interactuar con otros programas, servicios de internet o seres humanos de manera similar a cómo lo haría una persona. hay que entender que en internet hay personas (en general con conocimientos avanzados de programación) con capacidad de infiltrarse en ordenadores de otros particulares con la intención de, además de inocular un virus informático, poder atacar otras redes desde esos mismos computadores de manera remota

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