«Porque yo lo valgo»: la tiranía de la talla 38 en los medios

Por: June Fernández

En el último capítulo de Anatomía de Grey, serie de la tv norteamericana, un enfermero increíblemente atractivo invita a salir a la entrañable Miranda Bailey, una cirujana baja, gorda y refunfuñona. Es uno de los motivos por los que es mi serie de televisión preferida. Cally, la ortopeda latina bisexual, es demasiado corpulenta como para cumplir los cánones estéticos imperantes, pero a lo largo de toda la serie, los distintos personajes masculinos y femeninos ven en ella una mujer explosiva. Eso hace que el público la vea también así. Cristina Yang es una cirujana tan brillante y su personalidad tan compleja que, pese a su rostro picassiano, capítulo a capítulo nos va enamorando. Al dicho de «la cámara te quiere» se le puede dar otro significado: si la cámara aprecia la belleza en una mujer que no cabe en la talla 38 y, más aún, si la propia mujer se quiere a sí misma, aparecerá como deseante y deseable a los ojos de quien la mira. Sin embargo, Anatomía de Grey es una excepción en una televisión reinada por mujeres clones de cuerpos imposibles.

La publicidad sigue siendo profundamente androcéntrica: los anuncios dirigidos a un público mixto son protagonizados por hombres y pensados para gustar a hombres (pensemos en anuncios de coches, de cerveza, de productos financieros…). En ellos, los modelos pueden ser guapos o no, pero son resolutivos, ingeniosos, seguros de sí mismos.

Las mujeres protagonizan, por lo general, anuncios de productos femeninos: higiene íntima, limpieza del hogar, productos para adelgazar, maquillaje y perfumes. Salvo en el caso de la limpieza del hogar, en el que sigue presente el modelo de ama de casa (aunque cada vez se opta más por la superwoman fabulosa, capaz de ser ejecutiva, buena madre y tener la casa como una patena), en todos ellos tener un buen físico es una cualidad indispensable. En muchos casos, como los perfumes, no hace falta que las mujeres tengan voz: pasean lánguidas, divinas, soñadoras, por las calles de París (por ejemplo), o se tienden al sol en una playa paradisíaca, para satisfacción de la mirada masculina.

Necesitan de esa mirada masculina para existir. Cuando hablan, vinculan la necesidad de un producto determinado ligado a su cuerpo (desde la laca L’Oréal a las compresas contra la incontinencia urinaria) a su autoestima y al éxito social. «Porque yo lo valgo», exclama la actriz Eva Longoria tras embadurnarse con crema anticelulítica un muslo sin rastro de piel de naranja.

La publicidad no sólo nos muestra cuerpos imposibles, sino que además a menudo aparecen fragmentados. Esta tendencia viene del cine: el primer plano es femenino, porque es el que propicia recrearse en unos labios carnosos, unos pechos generosos o unas piernas interminables. Así, las mujeres sabemos cómo tiene que ser cada parte de nuestro cuerpo por separado: pechos grandes, vientre plano, muslos estilizados. Queremos cumplir con cada uno de esos mandatos, lo cual resulta imposible.

¿No os ha pasado eso de alcanzar el objetivo de bajar tres kilos y decepcionaros después al ver que en vez de eliminar las cartucheras habéis perdido media talla de sujetador? Las organizaciones naturistas defienden que el nudismo es especialmente recomendable para las mujeres, porque ayuda a desfragmentar el cuerpo y a observar la armonía natural que tiene. Mientras que el bikini lleva la mirada a la tripa, el culo o el escote, en una mujer completamente desnuda vemos un cuerpo entero, con su propia lógica.

Sabemos que los cuerpos imposibles que salen en la portada de la Cosmopolitan han sido diseñados a golpe de bisturí o de photoshop, pero tal bombardeo de imágenes vinculadas al éxito social hacen mella. Revistas femeninas como Cuore van a la caza de culos celulíticos de famosas, de cutis con acné o pies hinchados. Pero en vez de hacerlo para mostrar que todas somos humanas, y que si en el cuerpazo de Scarlett Johanson hay lugar para la piel de naranja, tendríamos que aceptar la nuestra, lo hacen de forma misógina, mofándose de esos supuestos defectos y sugiriendo que la estrella de turno pierde su atractivo por no ser tan perfecta como se creía.

Lo preocupante es que esta presión no viene sólo de la publicidad. Hay quien se pregunta si a las presentadoras de La Sexta las fichan en las facultades de Periodismo o en las agencias de modelos.

El otro día vi los programas de sobremesa de Cuatro y La Sexta, y las reporteras eran calcaditas: larga melena ondulada, mirada envuelta en sombras ahumadas, cuerpito fino embutido en un minivestido del que emerge un pecho voluptuoso. Los presentadores son, en cambio, el gordito graciosete Florentino Fernández y el anodino Ángel Martín. Esto no ocurre sólo en los programas de entretenimiento: no hay más que comparar a Susana Griso con Matías Prats, a Pedro Piqueras con Carma Chaparro o a la experiodista Letizia Ortiz con Alfredo Urdaci. Mientras que ser buen periodista es suficiente para que muchos hombres conquisten los informativos con más audiencia, Pepa Bueno es una de las pocas conductoras de telediarios que no serían aceptadas para posar en la portada de Vogue. Sara Carbonero se hizo conocida (antes de su relación con Iker Casillas) por su espectacular belleza, que ha llegado a eclipsar su talento como comunicadora. Todo esto lanza un mensaje claro a las estudiantes de periodismo: si no eres guapa y delgada, olvídate de hacerte un hueco en la tele. Y si eres guapa y delgada, eso será lo primero que se destaque de ti.

Los medios de comunicación no sólo reproducen estos modelos de belleza en los espacios publicitarios. Recientemente, el Diario Vasco dedicó su portada a las jugadoras de balonmano que habían lanzado un calendario posando en bikini para «lograr visibilidad social». El Correo publicó un especial «Las muñequitas de Zapatero» en el que estilistas analizaban la imagen de las ministras. Carme Chacón, Leire Pajín, Arantza Quiroga, la exministra francesa Rachida Dati e incluso la dama de hierro (otro de los roles femeninos habituales en la prensa) Angela Merkel han protagonizado titulares debido a sus escotes, atuendos o demás cualidades físicas.

La gran pregunta es: ¿los medios de comunicación reflejan la realidad o la crean? Pues yo diría que las dos cosas al mismo tiempo. No es de extrañar que si en la sociedad las críticas a las mujeres por su aspecto son el pan de cada día, los medios de comunicación incurran también en ello. Pero en su caso, el efecto y la capacidad de influencia son mucho mayores, y por eso han de ser responsables y modélicos.

Las mujeres seguimos teniendo más dificultades para hablar en público. No es muy descabellado pensar que tememos ser juzgadas no sólo por lo que digamos, sino por cómo vistamos o cómo sea nuestro cuerpo.

Fuente: Pikara Magazine

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