Cuando las víctimas son sospechosas

Cada vez que la noticia de un femicidio nos sacude vuelve a instalarse en los medios una serie de lugares comunes producto de estigmatizaciones de las mujeres que no hacen más que desnudar el andamiaje machista que desde siglos nos disciplina.

En un equivocado intento, quizás, por mitigar el asombro, el dolor y el espanto, se producen coberturas periodísticas que buscan explicaciones imposibles, siempre en el pasado de la víctima.

 

Desde el caso María Soledad, en el que ríos de tinta se posaron sobre su comportamiento, su vida sexual o la educación que impartían o no sus padres, a la actualidad, las víctimas asesinadas por sus parejas o por otros hombres, sospechadas, cuestionadas y condenadas en su moral, no descansan en paz cuando de opinión pública se trata.

La mujer sobre el lecho de su muerte se convierte en protagonista de historias novelescas que alimentan a una opinión pública hambrienta de erigirse en la Institución por excelencia de impartir un orden moral, que no ingenuamente corrige, analiza, juzga y condena con mayor saña a las mujeres.

Morena Pearson (23) que trabajaba como bailarina de la disco Pinar de Rocha propiedad de su pareja Daniel Bellini, fue asesinada de un balazo en la cabeza en su casa durante una discusión que mantuvo con su pareja. Daniel Belllini, el asesino, recurrió al recurso de acusar a Morena de padecer trastorno bipolar, tomar medicación y sufrir una depresión, como parte de una estrategia de defensa que sostenía que Pearson se había suicidado.

«Morena era una chica de la noche, bailarina de una disco, bipolar, inestable, tomaba pastillas» testimonios de este tipo acompañados de imágenes de la joven en ropa interior llenaron horas de programación que abonaban hasta el cansancio al estereotipo de «chica fácil», «chica de la noche». Que las mujeres somos tildadas y acusadas por locas es tan antiguo como la caza de brujas. Los innumerables desprecios que se tienden sobre nosotras sólo son diferentes versiones del clásico tándem «Loca de arriba» o «Loca de abajo».

La cobertura que siguió al asesinato de Nora Dalamasso (51) fue quizás el caso más emblemático de «víctima sospechada». En Córdoba se llegaron a vender remeras con la inscripción «Yo no me acosté con Norita». La prensa se encargó de difamar su memoria hasta lograr una especie de sosiego para digerir el horroroso crimen. Una mujer con una vida sexual intensa, demonizada por ésta, resulta justificado que se la extermine de una manera o de otra.

Se volvió loca, tuvo un ataque de celos, se auto infligió las lesiones, lo provocó, era infiel, se prendió fuego sola, etc. son algunas de las expresiones más comunes, que reproducen el mito de la mujer loca que «por algo le pasó lo que le pasó». Sin embargo hay una de éstas creencias en las que es más difícil advertir el carácter machista que pretende inculpar a la mujer y alivianarle responsabilidad al hombre; y es la afirmación: «ambos eran violentos».

Cuando hablamos de Violencia de Género hablamos de una Violencia que se plasma como estrategia de control de la sociedad patriarcal de la que hacen uso los varones, es una violencia aprendida en el contexto de una socialización que asocia la masculinidad con el dominio. La Violencia doméstica tiene que ver con la violencia que se da en el marco de una familia; pero al hablar de violencia familiar no podemos permitir que se entienda que todos los integrantes de la familia ejercen por igual la violencia.

Asignarle el carácter de problema social a la Violencia de Género es una conquista de los últimos años. Tiempo atrás lo que pasaba dentro de una casa o de una familia era de índole privada, sin embargo, gracias a la lucha de los colectivos de mujeres, erradicar, sancionar y visibilizar la Violencia de Género se ha convertido en compromiso de Estado, como actor propulsor de políticas públicas y responsable de la custodia de los derechos humanos.

Frente a un femicidio como el sucedido en nuestra ciudad en la que el asesino le disparó seis tiros por la espalda a su mujer, en la escuela que concurren sus hijos, verter expresiones acerca de la víctima y sobre la relación de pareja, e intentar explicar lo sucedido argumentando que la víctima era violenta, ó que «tenían una relación violenta» no sólo es desatinado sino también una oportunidad desaprovechada para debatir y reflexionar sobre la masculinidad y el uso de la fuerza, sobre el sentido de propiedad y el machismo y sobre la perpetuación de mecanismos de control sobre las mujeres que despiertan estas situaciones.

Una reflexión sobre los mandatos tradicionales de masculinidad que legitiman el derecho del varón al ejercicio de la violencia aportará más a la creación de una sociedad igualitaria que seguir haciendo énfasis en el comportamiento de las mujeres.

Fuente: Lo principal

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