Días después del estreno en los cines de La Habana de ¿Por qué lloran mis amigas?, la película cubana exhibida recientemente y dirigida por Magda González Grau, recomendé a una amiga que fuera a verla y, como puse mucho énfasis en mi recomendación, quiso saber mis motivos. Yo habría preferido no decirle nada para evitar crear expectativas y, sobre todo, porque me interesaba que ella me comentara el filme sin conocer mi lectura personal. Me dijo que le habían contado que se trataba del reencuentro de cuatro amigas, tras muchos años, y que estaba muy amena. No pude contener un alud de razones para oponerme al instante a un comentario que para nada hacía justicia a lo que para mí significó esa hora y dieciocho minutos que pasé sentada frente a la pantalla del cine Acapulco.

Puntualicé dos cosas: es verdad que el pretexto es el reencuentro de cuatro amigas pero definirla solo como amena era haberse quedado en lo puramente anecdótico del filme.

¿Por qué lloran mis amigas? narra, desde una perspectiva de género hasta ahora inédita en el cine cubano, el reencuentro de cuatro mujeres que durante la adolescencia compartieron confidencias, complicidades, incertezas y convicciones.

Cada una de las protagonistas aparece inmersa en su vida actual, antes de acudir al encuentro al que fueron invitadas por una de ellas. Van a reunirse cuando han pasado más de 20 años desde la última vez que se vieron. Cuatro mujeres adultas se miran una a otra en el ejercicio de reconocer a las adolescentes inseparables que una vez fueron. En la conversación, buscan rememorar la amistad que las unió y justifica la cita, pero en el aire van quedando frases a medio decir que presagian desencuentros o, al menos, dejan en claro que aquellas de antes ya no son las mismas, aunque las reminiscencias son lo suficientemente sólidas como para no resultar ajenas a quienes fueron.

A través de flashbacks, el espectador recupera fragmentos de la amistad adolescente y momentos de la vida adulta y reciente. Venimos a saber que Yara sigue siendo una mujer comprometida con sus ideales, los mismos de los años en que era militante de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), y cree aún en la fuerza moral del propio esfuerzo para que la desidia y la indiferencia no destruyan la sociedad y el país en que habita. Convive con su marido, quien lamenta la soledad en que lo dejan hijo y esposa, por estar demasiado ocupados en sus respectivos deberes; no entiende la manera que tiene Yara de dedicarse con pasión a su trabajo y, a juzgar por sus palabras, podríamos pensar que sufre el síndrome del nido vacío, dolencia que suelen padecer las mujeres.

Carmen, para quien la química y el laboratorio eran el oasis donde se refugiaba de las tribulaciones de una cotidianidad que la ahogaba, acababa de cumplir quince años de reclusión

por un delito cometido, y la angustiaba el dolor por el sufrimiento causado a sus hijos, a sus padres y por la imposibilidad de creer en una nueva oportunidad para sí misma.

Gloria, retrógrada, incapaz de empatía alguna; cegada de manera irracional por sus prejuicios al punto de renegar de su hijo cuando le confiesa que ha contraído el VIH, se muestra pronta a condenar a todos, emitir opiniones que descalifican y, peor aún, hieren a sus amigas, mientras ella se enclaustra en su pedestal de perfección.

En fin, Irene, a quien Carmen considera la más feliz de todas –porque ha tenido una vida privilegiada, casa lujosa, padres que viajaban al extranjero– es elegante, atractiva y no ha conocido penurias materiales. Gloria, haciendo gala de una rancia homofobia, le echa en cara su amistad con Cecilia, aquella muchacha «fuerte», de dudosa reputación, e Irene rememora la reacción machista y ofendida de su exesposo cuando le comunica que ha vuelto a encontrarse con la persona que amó toda su vida. El regreso de Cecilia es el detonante para poner fin a un matrimonio sin sentido, aceptarse por quién es y tener el valor de desear ser una mujer feliz.

Se trata de cuatro historias de mujeres tan diferentes y profundamente iguales, atravesadas por la dificultad de reafirmarse y vivir en las circunstancias que las han delimitado. Enfrentadas a remar contracorriente por defender cómo, quién y lo que son, o defenderse de la manera en que una cultura, una sociedad y una ideología patriarcales las han querido construir.

Yara persiste en actuar conforme a sus principios; Carmen se desespera por las consecuencias de sus acciones; Gloria enferma a causa de su absurda manera de concebir la moral, la vida, la religión; e Irene asume su derecho a vivir su sexualidad como mujer lesbiana, tras años de negación.

Es de agradecer que, a la hora de caracterizar a los personajes, se haya evitado la tan manida imagen estereotipada de la mujer lesbiana. Irene es una mujer que rompe con todos los esquemas del imaginario popular de cómo se supone que es una lesbiana. Cecilia no se distingue en absoluto de sus otras coetáneas, al no ser por la seguridad y madurez con la que se expresa sobre determinados argumentos.

No obstante los avatares que han enfrentado a lo largo de los años en que cada una siguió el propio curso de su vida y los fracasos y aciertos profesionales y personales, el extrañamiento que el tiempo y la distancia pudieron haber creado se va difuminando a medida que cada una devela lo que ha sido y vivido. La cita, que en un principio se verificó ardua, deviene reencuentro profundo y conmovedor. Allí están ellas, aferradas ya no a los recuerdos, sino a una amistad que ha sobrevivido a todas las discrepancias.

¿Por qué lloran mis amigas? no solo es una película que cuenta con excelentes actuaciones, diálogos cuidados e inteligentes, toques de humor muy bien colocados y múltiples referencias a momentos de la vida nacional. Es, sobre todo, una celebración de la amistad entre mujeres y de la capacidad para escucharse, entenderse, ayudarse, poner en práctica la fuerza de la sororidad y creer en ellas mismas. Es una invitación al respeto y la dignificación de todas las mujeres, sin exclusión. Es un diálogo con el espectador para que ponga en tela de juicio falsas enseñanzas, prejuicios, discriminaciones y dogmas. Es, en mi opinión muy personal, una película necesaria.

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