La capacitación en temas de género constituye una necesidad acuciante en la sociedad actual. En este sentido existen grupos etarios que resultan más vulnerables a los patrones impuestos por la sociedad machista. Paradójicamente, son quienes mayores posibilidades tienen de transformar dichas prácticas .Tal es el caso de niñas, niños y adolescentes.
De este modo nació la idea de implementar un taller educomunicativo sobre violencia de género con estudiantes de la Escuela de Formación Integral (EFI) “José Martí”, de La Habana. Dicha institución acoge y brinda atención integral a adolescentes, menores de 16 años, que presentan conductas sociales desajustadas o son comisores de hechos que la ley tipifica como delitos. Gracias a las legislaciones cubanas no van a prisión y, en cambio, son insertados en un proceso de reeducación.
El grupo sujeto de la investigación, integrado por 10 adolescentes de ambos sexos, fue elegido sobre la base de diagnósticos previos. Se identificó el tema de la violencia como un fenómeno real y concreto en las vidas de estudiantes de ambos sexos de las EFI, razón por la cual ingresan a dichos centros la mayoría de los casos.
Para solucionar un escenario tan complejo se planteó la posibilidad de diseñar talleres, con la consabida agenda, donde se usara la comunicación como medio y fin, y la creación de vínculos y sentidos que funcionara hacia una transformación social, y no solo para construir productos comunicativos.
Con dicha modalidad se perseguía ampliar las capacidades comunicativas del grupo mediante el uso creativo y expresivo de algunos medios (sobre todo audiovisual, pero también impreso) para que comentara, adquiriera y compartiera conocimientos sobre violencia de género.
El análisis de los resultados fue bastante complejo. La coordinación, en ocasiones, se sintió desilusionada por los aparentes retrocesos en el proceso de aprendizaje. Fue entonces que debió reconocer que la mayoría de los temas tratados (género, masculinidad, feminidad, roles y estereotipos, diversidad, violencia intragénero e intergénero) presentaban términos ajenos al vocabulario acostumbrado del grupo adolescente, que tenía, además, baja motivación por el estudio.
Sin embargo, de manera general, la discusión sobre las prácticas cotidianas de la feminidad y la masculinidad reveló saberes empíricos básicos sobre el tema, aunque no lo conocieran semánticamente. El grupo explicó que, aunque existen diferencias muy marcadas entre las actividades que realizan las niñas y los niños, en ocasiones hay personas que desean hacer lo que está dispuesto o aceptado para alguien del “sexo opuesto”.
Pudieron reconocerse en el grupo algunas representaciones tradicionales sobre feminidad y masculinidad. Al dibujar al hombre y la mujer perfectos, y atribuirles características, específicas, las muchachas diseñaron una muñeca de cabello largo y caderas pronunciadas, con piercing en la nariz, un vestido largo y declararon que era mulata. Sus atributos fueron ser organizada, limpia, trabajadora, honrada, amable, cariñosa, bien vestida y presumida para los hombres.
Por su parte, los muchachos coincidieron en que el hombre perfecto debía tener buen aspecto y vestirse a la moda, estar en buenas condiciones físicas, ser saludable, alegre, trabajador, fuerte y no ser drogadicto o agresivo.
Esta técnica fue muy reveladora, y de ella se pudo concluir que son jóvenes que poseen representaciones de género muy cercanas a los modelos tradicionales de feminidad y masculinidad.
Además, atribuyen mucha importancia a la apariencia, relacionada con la constitución física y la forma de vestir.
A pesar de comprender las diferencias entre los sexos y de declararlas absurdas, en la mayoría de los casos, “porque todos podemos realizar las mismas cosas”, cuando se interrogó al grupo más profundamente sobre los roles de género las respuestas dejaban explícito su carácter machista.
En una de las sesiones afirmaron que “la mujer puede hacer lo mismo que el hombre”, pero se contradijeron al expresar prácticas concretas que consideraban acertadas. Una participante alegó que aunque la mayoría de las gastronómicas son mujeres “también el hombre puede ser gastronómico”. Sin embargo, nadie estuvo de acuerdo o aceptó que en una pareja fuera la mujer quien mantuviera económicamente al hombre.
Lo mismo ocurrió con la cuestión de la diversidad: el grupo aseveró que no tenían nada contra las personas que son diferentes (refiriéndose en la mayoría de los casos a la orientación sexual), pero no identificaron como un problema las burlas y las locuciones peyorativas con que califican a esas personas.
Las manifestaciones de la violencia de género y sus ámbitos motivaron debates activos y ejemplificaciones con experiencias personales. Durante las evaluaciones parciales fue visible la comprensión de la multiespacialidad de la violencia de género (puede ocurrir en la calle, la familia, la comunidad, la escuela) y se le otorgó más peso a la que ocurre en el hogar.
Además, uno de los muchachos propuso la violencia psicológica como una especie de maltrato muy perjudicial para las personas, lo cual no había sido mencionado en ningún momento por la coordinación. Tal aporte significó un aprendizaje mucho más valioso por provenir del grupo.
Otro aporte provino también de un participante masculino, al afirmar que la violencia no es natural: “eso no puede ser porque en la barriga de tu mamá tú no eras violento. Eso te lo enseñan cuando tú naces”.
Por su parte, una muchacha explicó que “las mujeres no tienen que aguantar ningún golpe, ni por sus hijos” y refirió que “no ha nacido el hombre que me ponga la mano arriba; aunque hay algunas que les gusta eso”.
Ante esa última afirmación algunas personas del grupo estuvieron de acuerdo, lo cual está relacionado con la falsa percepción de que la violencia conyugal es un fenómeno simple, fácil de remediar. Aunque la coordinación trató de explicar sus dimensiones traumáticas, la mayoría se aferró a vivencias personales donde las víctimas no poseen la voluntad para finalizar el círculo vicioso. Para el grupo, este tipo de violencia adolece de matices y una mujer que no abandona a la pareja, aunque sea golpeada, “disfruta el maltrato”.
Al finalizar la experiencia se extrajeron como conclusiones que el proceso educativo motivó el debate sobre alternativas a las actitudes y conductas sexistas conocidas, practicadas o vividas por el grupo. Sin embargo, sus participantes se mostraron de acuerdo, a nivel discursivo, con los paradigmas positivos propuestos por la coordinación y luego, en entrevistas personales, dejaron ver que sus posiciones originales no habían sufrido cambios sustanciales.
Se pudo constatar que este grupo de adolescentes, participantes del proceso educativo, tienen interiorizada la violencia como un fenómeno cotidiano. Cada tallerista carga con antecedentes donde los maltratos familiares tienen presencia fija, lo cual puede catalogarse como causa principal de muchos de los trastornos conductuales que presentaban. La familia y la comunidad, dos de los espacios de socialización de mayor importancia en la formación, son los que contribuyen en mayor medida a la legitimación de tales prácticas.
Además, los conceptos relacionados con género y violencia de género resultaron ser contenidos demasiado densos que requerían mucha atención y concentración por parte del grupo que integró el taller. Teniendo en cuenta que se trata de adolescentes con bajo rendimiento académico, puede entenderse que la mayoría de dichos contenidos no fueron totalmente asimilados por el grupo.
A pesar de todo, realizar este tipo de experiencias, donde se eduque a las nuevas generaciones en temas como la equidad de género y los efectos negativos de la violencia, constituye un esfuerzo encomiable que, si se sistematiza, puede tener resultados cada vez más positivos; sobre todo en temáticas que no son abordadas por la enseñanza tradicional.