The Handmaid´s Tale: retazos de distopía entre aires de realidad

“Esposa, criada, Martha, madre, hija, novia, reina, perra, criminal, pecadora, hereje, prisionera, jezebel” es una de las enunciaciones de Defred (Elisabeth Moss), la protagonista de The Handmaid´s Tale (El cuento de la criada), que permite en poco tiempo identificar los elementos articuladores de un sistema de categorización de las mujeres basado en códigos morales, religiosos, fundamentalistas y patriarcales.

La serie estadounidense está basada en la novela homónima (1985) de la célebre escritora canadiense Margaret Atwood y fue creada para la televisión por Bruce Miller. La propuesta recrea una sociedad distópica denominada República de Gilead, que se desarrolla en lo que fuera anteriormente Estados Unidos. Luego de una guerra civil, Gilead logró establecer un gobierno teocrático y totalitario basado en las más conservadoras, injustas e hipócritas leyes.
En retrospectiva a la vida de los personajes, se deja ver cómo se vivía antes y se llega al estado actual de las cosas. En esencia, Gilead es presentado como la solución a los problemas fundamentales que enfrentaba la sociedad hasta entonces: pérdida de valores, caída de la tasa de natalidad y contaminación del medio ambiente.
La infertilidad de la gran mayoría de las mujeres y el descenso de los nacimientos son precisamente ejes articuladores de la trama. La maternidad llega entonces, unas veces como deseo supremo y otras como deber. Así, se llega al sistema que clasifica y ubica a las mujeres en dicha sociedad y que tiene en cuenta tres elementos fundamentales: su capacidad para reproducirse, su identidad moral y sus prácticas religiosas. Las fértiles debían embarazarse de los líderes del gobierno; las Marthas, servir como sirvientas en las casas de estos; las homosexuales eran reclasificadas como no mujer, consideradas traidoras a su género y enviadas a trabajar con sustancias tóxicas hasta que murieran. Estaban también las que no se adaptaban a la situación y eran enviadas a Jezabel –un burdel- como prostitutas, con la particularidad de que, claramente, no cobraban por su trabajo.
Aunque todas las mujeres que presenta la historia son violentadas de las más disímiles maneras, el foco está en las criadas encargadas de parir para los líderes. Eran asignadas a cada matrimonio por un grupo de mujeres llamadas Tías, quienes se encargaban de su entrenamiento en las nuevas leyes y prácticas y daban seguimiento a su estancia en estas casas. El proceso mediante el cual se llevaba a cabo la fecundación tenía su base en un pasaje de la Biblia. Este establecía que si una mujer no podía tener hijos, su criada lo haría por ella, teniendo relaciones sexuales con su esposo mientras descansaba sobre sus pies y ella la sujetaba.
Por supuesto, en esta sociedad distópica, que proscribió tantas cosas, no se olvidaron del calendario menstrual, ni de los días fértiles, ni tampoco del período de ovulación. Esto les permitió establecer una fecha para el acto sexual, al cual llamaron ceremonia y realizaban una vez por mes hasta que la criada fuera embarazada. La ceremonia es, ya pensándolo desde la realidad, una violación. Todas las criadas eran violadas una vez al mes por un hombre casado, de una posición de poder relevante, que necesitaba un hijo.
Estas mujeres, las criadas, carecen de los más elementales derechos humanos: pierden su nombre –pasaron a llamarse como el líder al que servían, antecedido el nombre por De-; solo tienen permitido hablar del clima; se les ofrece helado, por ejemplo, solo una vez que paren; han sido separadas de sus familias –sus hijos reasignados a otros padres-; son escoltadas y vigiladas en todo momento y están sujetas a un sistema de castigos implacable que prevé golpes, quemaduras, mutilación genital femenina, supresión de partes o extremidades del cuerpo como un ojo, una mano u otros. El resto de las mujeres de Gilead también son víctimas del patriarcado: ninguna puede leer, escribir ni trabajar en la esfera pública. Las esposas se dedican, sobre todo, a la familia, la jardinería y el tejido.
La protagonista de la serie es, precisamente, una de estas criadas; Defred, que es asignada a la casa del Comandante Fred Waterford (Joseph Fiennes) y su esposa Serena Joy (Yvonne Strahovski). La pareja fue decisiva durante la planeación e instauración de la República de Gilead. A la esposa la movía una fe contundente, el convencimiento de la pérdida absoluta de los valores tradicionales y, lo más importante, un deseo –presentado como obsesión- de ser madre. Ella escribía, ahora, como las otras tejen y cuidan las plantas. A través de Defred –su nombre real es June- y su relación con esta pareja, se narra una historia de abusos y violencias que, salpicada por momentos de locura, desesperación y desidia –el personaje llega al intento de suicidio-, avanza para convertirse en un discurso de resiliencia, resistencia, solidaridad y amor. Pese a sus terribles circunstancias, Defred se enamora, tiene una hija fruto de ese amor y la libera incluso a costa de su propia vida.
Desde el punto de vista formal, la serie deja poco espacio a la improvisación: cada componente aporta a la idea de un producto contundente. En Gilead se viste de uniforme, así que el vestuario llega para reafirmar visualmente el estricto sistema de categorización. Los hombres van de traje -excepto escasísimas excepciones-, los guardias de traje negro –estilo uniforme de seguridad- y las mujeres son vestidas en dependencia de su categoría: esposa, Martha, criada. En todos los casos, se trata de ropa lo suficientemente decente de acuerdo a sus códigos –dígase vestidos anchos y largos. Las criadas van de rojo intenso con tocas blancas. Esto las hace visibles y fáciles de perseguir, a la vez que conjuga con la nieve y lo opaco de la escenografía para dar cuentas de una armonía de colores extraordinaria.
La fotografía es otro elemento a destacar: obliga a sentir de principio a fin. Los planos generales se usan para presentar el ambiente y los grupos de mujeres –esto aporta una visión de conjunto que apoya la idea de la conformación de un colectivo, una red. Pero lo que más impacta emocionalmente son los primeros planos y planos detalles. Se usan muchísimo a lo largo de la serie para mostrar sensaciones y golpes. Teniendo en cuenta que estas mujeres apenas pueden hablar y, si dicen algo reprochable, son castigadas, este recurso se explota convenientemente para dejar claro lo que están viviendo.
The handmaid´s tale establece perfectas relaciones entre el antes y el presente. De esta forma deja ver los privilegios que se esconden detrás de las discriminaciones y los patrones de decencia diseñados a la medida del poder. Gilead es una sociedad purificada, donde perpetuar la existencia humana es el imperativo fundamental, se criminaliza la anticoncepción y el sexo sin fines reproductivos se considera lujuria; sin embargo, hay burdeles para los jefes y los visitantes extranjeros y a los comandantes se les ve trabajando en sus laptops, lo que demuestra que la realidad del antes es casi completamente posible para los hombres. Las presentaciones de este y otros objetos tecnológicos remite a un desfase entre lo práctico y lo simbólico, lo objetivo y lo subjetivo que demuestra la hipocresía del sistema: ¿a qué se renuncia en realidad?, ¿las renuncias también vienen divididas por sexo?
Teocracia, al fin y al cabo, Gilead instrumentaliza la fe y establece lo ceremonial como norma: a la violación la denominaron “la ceremonia”; el momento del parto, la entrega del bebé a la familia y el abandono de la casa por parte de la criada también tienen su propio ritual. Dar un aire sagrado y solemne a los abusos, los castigos e incluso a los asesinatos forma parte de la maquinaria de un gobierno que ve en la Biblia un trampolín para alcanzar sus metas.
La novela homónima que inspiró esta propuesta audiovisual data de 1985. Es decir, hace 35 años su autora nos habló, desde la ciencia ficción y lo distópico, de las principales limitaciones de los derechos y las libertades de las mujeres. A la altura de estos días, cuando ya se cuentan tres temporadas de la serie y está en las redes el tráiler de la cuarta, que llegará en 2021, podemos decir que son numerosas las restricciones en relación con el aborto en América Latina y otros países –incluso cuando está en peligro la vida de la madre o cuando el embarazo es fruto de una violación; la mutilación genital femenina es practicada en varias partes del mundo, alcanzando cifras escalofriantes en lugares como África; el acceso de las niñas a la educación elemental es una deuda en varios países y los feminicidios se alzan con dinámicas y números preocupantes.
The handmaid´s tale es, entonces, una propuesta de esta hora, que llega para que pensemos en cómo lograr todo lo pendiente y evitar escenarios más complejos. Es, además, aleccionadora sobre el valor de la sororidad, las redes y la resiliencia. En cada una de esas mujeres hay retazos de nosotras. Hacer por el cambio es ahora más pertinente que nunca.

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