Mucho antes de que comprendan o aprendan a preguntar sobre su propia sexualidad ya son bombardeadas con mensajes que no pueden entender. Mucho antes de alcanzar la madurez para decodificar imágenes y contenidos ya son el público-protagonista de esta historia.

Las niñas, y también los niños, pero ellas más, herederas de una cultura machista donde la mujer suele ser relegada a objeto de deseo o satisfacción. Ellas, que les ha tocado vivir una agresión sin límites en pleno siglo XXI: la sexualización, o erotización de la infancia, esa “bonita” manera de perder “a la moda” la inocencia. Ese “fruto prohibido”, antes de florecer.

Sobre el tema, muchos son los debates que se mueven en torno al análisis del fenómeno como una manera de maltrato infantil y riesgo para la salud y el bienestar de los menores, hasta enjuiciar el papel de los llamados medios masivos de comunicación. Formadores de opinión y constructores de sentidos, son las pautas que estos trazan alrededor del asunto las que suponen la necesidad de cambiar esa realidad.

Desde anuncios, películas, revistas, programas de TV, pasando por los concursos de belleza, y la música, entre otros muchos escenarios, se refuerza hoy en la sociedad a escala global un imaginario social absolutamente erotizado, que es, además, parte sustancial de una cultura del consumo; y ello no deja de ser alarmante.

La “tiranía de la belleza” no parece respetar el tiempo de la infancia, y lo preocupante es que es ejercida justamente por los adultos que tienen los pequeños a su alrededor. Se trata de que esa estética de la erotización, traspolada de un contexto, edad o entorno, donde es legítimo vivirla, se inserta en una época de la vida donde no corresponde: la infancia.

“Es la propensión de adelantar los comportamientos y actitudes sexuales a edades tempranas”, explica Silvia María Pozo Abreu, especialista en Medicina General Integral y Bioestadística, y coordinadora del boletín electrónico Prevemi correspondiente a los meses de julio a septiembre de 2017, disponible en el portal de Prevención del Maltrato Infantil, de la Red de Salud de Cuba.

Y en ese acto “inocente” son violentados los niños, los cuales imitan miméticamente algo que no tienen la madurez para sentir o pensar, y son arrojados a un mundo otro, donde corren el peligro de no vivir su infancia en todo su potencial. Sucede que la influencia de las imágenes y mensajes sexuales que a menudo rodean a los niños, determinan la apreciación sobre sí mismos, y aquello con lo que sueñan ser o poseer. Los daños pueden ser irreversibles.

Expertos e investigaciones internacionales realizadas al respecto, dan cuenta de que la imposición de una sexualidad adulta a los niños y niñas que no se encuentran ni emocional, ni psicológica, ni físicamente preparadas para ella en la etapa de la vida o fase de desarrollo en que se encuentran, rompe con el desarrollo biológico normal y saludable de la sexualidad que se da en el propio proceso de madurez individual dependiendo de cada persona.

Así lo reflejó, por ejemplo, el Informe Bailey, un estudio encargado en el 2011 por el exprimer ministro británico David Cameron, ante la preocupación de los padres sobre la conversión de los menores en consumidores precoces de este tipo de mensajes. El documento, y sus resultados, no solo se convirtieron en noticia para las principales agencias y cadenas televisivas del mundo, sino que disparó las alarmas acerca de una realidad evidente y galopante.

Hijas de modelos famosas, devenidas en famosas modelos desde la infancia o hermanas de otras modelos, que han comenzado la carrera incluso con menos de 10 años; centros y concursos de belleza para niñas; promociones de ropas, zapatos y hasta bikinis con relleno orientados a este público, pero claramente distorsionados; dibujos animados al estilo de las Barbie o las muñecas Bratz, símbolo de la delgadez extrema, la figura perfecta, el canon de perfección.

Símbolos también de la bulimia o la anorexia, la baja autoestima y la depresión. Apenas algunas de las detonantes del conflicto que ilustró el informe Bailey, y que son comunes al fenómeno en decenas de países.

De hecho, antes de Bailey, un reporte de la Asociación Americana de Psicología del año 2007 no sólo identificó efectos personales como consecuencia de la alta sexualización de las niñas en la sociedad contemporánea, sino también efectos sociales que se pueden generar a partir de esta situación. Dentro de estas repercusiones se encuentran un posible incremento del sexismo; la posibilidad de que pocas mujeres sigan carreras asociadas a la ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas; un aumento en las tasas de acoso y violencia sexual; y una demanda cada vez más creciente por pornografía infantil.

Y vale aclarar que hablamos de sexualización, muy diferente a una correcta información acerca de la sexualidad. La primera es un punto rojo, una alerta donde las principales víctimas suelen ser las niñas. La segunda es más que necesario fomentarla, para poder alcanzar un desarrollo sexual saludable.

Contrario incluso a mitos y estereotipos que la convierten en un tema tabú, y aún persisten en las sociedades vinculados incluso a la construcción de lo que es ser hombre y mujer, y qué es lo correcto, no existen evidencias que demuestren que tener un buen acceso a información con respecto a la sexualidad sea perjudicial para los niños. En cambio, sí presenta numerosas ventajas en su posterior desarrollo, tales como el retraso en el comienzo de su actividad sexual hasta sentirse preparados, una mayor tendencia a tener sexo seguro; y reduce las probabilidades de ser sexualmente abusados.

Sería un error asumir este fenómeno en Cuba como distante, en un mundo donde las tecnologías de la información y los medios de comunicación nos acercan, globalizan modas y tendencias, y marcan los comportamientos y la vida de millones de personas. Lejos de estar ajenos a esta influencia, nuestras niñas y niños también la viven y sufren.

“Es necesario ser conscientes de este problema, que provoca daños más graves que el usar mucho maquillaje con poca edad para una foto o un certamen de belleza, pues se trata de la construcción de la identidad femenina. Como esas menores aprenden a valorarse en base al atractivo y deseo que despierten, es normal que un número cada vez más creciente de niñas y jóvenes a las que se les está despojando de su inocencia aprendan a valorar más lo sexy que lo dulce”, alerta la especialista Pozo Abreu.

Coincidió con el tema—muy poco tratado en los medios cubanos— la profesora y psicóloga Patricia Arés Muzio, profesora Titular de la Universidad de La Habana, cuando en el año 2015, en el espacio televisivo Pasaje a lo desconocido, mencionaba entre las causas de lo que llamó “adultización” de las niñas y niños la educación sexista que estos reciben, la cultura del machismo que observan y viven a diario y el reforzamiento de estos y otros estereotipos.

Si bien es cierto que la publicidad, caldo de cultivo para estas tendencias, no invade la isla todavía, desde la música y los videos clip, por ejemplo, se suele tributar con frecuencia a visiones semejantes; bandas sonoras que han llegado a desplazar la música de los cumpleaños infantiles. Los pequeños corean los textos, y dolorosamente los adultos ríen.

Todo ello unido a la utilización de dispositivos móviles sin supervisión como las redes, un elemento que no puede desconocerse, máxime cuando cada día estamos más conectados.

Patrones de este tipo podemos reconocerlos, además, hasta en las tan esperadas celebraciones a las quinceañeras, donde “la moda” les incita a una sesión de fotos muchas veces nada cándida, donde las niñas aparecen semidesnudas en poses cuestionables como el “normal” tránsito a la adultez.

El problema está, las acciones son las que aún en el mundo no son lo suficientemente claras y enérgicas. La realidad es que mientras tanto, día a día, los mensajes de los “media” acentúan el fenómeno, de hecho en más de una dirección. Por un lado hiper-sexualizan a las niñas y, por otro, hiper-masculizan a los niños.

Tanto los niños, como en especial las niñas, necesitan modelos positivos que las ayuden a enfrentar los estereotipos de género y a desarrollar su propia autoestima en función de sus aptitudes y logros, no de su apariencia física. Que el rojo en los labios sea huella de golosina, no de carmín. Que la ajuga de unos tacones no venga a explotar los sueños de las pompas de jabón.

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