Me he aproximado a los temas de literatura y género por intuición y hambre de justicia. También porque me apasiona «observar» la realidad múltiple y llena de matices que me circunda para desde ahí «tomar parte», es decir «participar». Con esta certeza explico las razones que me han acercado desde mi condición de comunicadora y de mujer que mira «atentamente» su realidad, su contexto y, por supuesto, el quehacer intelectual y humano de sus contemporáneas al ejercicio de pensar qué han aportado las mujeres al discurso de género desde su creación literaria.
No sé por qué extraña razón, cuando se habla de mujer y creación intelectual, de modo general, y en particular en la literatura, siempre lo asocio a las «crisis», entendidas no solo como la vivencia de circunstancias negativas o la máxima expresión de un problema sino, sobre todo, como la oportunidad de crecer y superar contradicciones. Las crisis no necesariamente son señales de deterioro, sino que suponen riesgos y conquistas, y por tanto, son motores impulsores de los cambios.
Aquí me gustaría citar a la profesora Zaida Capote que en el prólogo al libro Mujeres en crisis. Aproximaciones a lo femenino en las narradoras cubanas de los noventa, de Helen Hernández dijo que «Cada vez que el país atraviesa un momento difícil, la vigilancia patriarcal flaquea».
Pareciera que esos tambaleos del «poder», esos resquicios donde ciertas estructuras se ablandan, propiciaran la emergencia del necesario reconocimiento público hacia la fuerza creadora de la mujer, impronta que nadie ha regalado sino que ha sido conquistada, en ocasiones, frente a fuertes resistencias.
No pretendo hacer la historia aquí cómo la mujer en Cuba ha ido ocupando espacios en el campo de la creación intelectual, y literaria en particular, ligados intrínsecamente a su condición y subjetividad femenina y al contexto que ha marcado con mayor o menor distancia esa creación. Sólo quisiera apuntar, a modo de provocación, algunos «silencios» editoriales que todavía pueden llenarse con estudios más completos y abarcadores sobre temas afines al feminismo y a la creación intelectual de las mujeres, en especial en lo que se refiere a publicaciones periódicas como Bohemia, Carteles y Social, en la época de la revolución antimachadista, por sólo citar un ejemplo; eso sin mencionar que a partir de 1959 cómo se ha reflejado en medios impresos, el pensamiento de la mujer, su representación de género; y cómo, al mismo tiempo, esa representación se entrecruza con la realidad social, económica, política y cultural de la Isla y las subjetividades y vivencias de las propias mujeres, cómo ellas mismas: blancas, negras, de diferentes estratos sociales, ocupaciones, creencias, territorios, edades y orientaciones sexuales se autovaloran y se van transformando, emancipando, en la misma medida que van viviendo contextos cambiantes, de auges y retrocesos, estancos y florecimiento. Por eso estimo que falta mucho por recopilar y estudiar críticamente, pero, sobre todo, publicar, publicar, publicar.
Por supuesto, en Cuba hay que agradecer la labor paciente de Zaida Capote, Margarita Mateo y Luisa Campuzano, por sólo mencionar tres de las más persistentes y agudas investigadoras de la narrativa femenina cubana de estos tiempos. También la gestión personal de mujeres al frente de editoriales como Aida Bahr, en la Editorial Oriente. Pero insisto, no basta con acometer estudios críticos, de hecho es muy importante continuar haciéndolo —y no sólo en La Habana, sino también en provincias—. Sin embargo, es imprescindible recopilarlos, editarlos, publicarlos, incluso algunos hasta re-imprimirlos pues los públicos, sobre todo los más jóvenes, no han tenido oportunidad aún de conocerlos.
Las voces de las mujeres han estado siempre presentes a lo largo de la historia de la nación cubana.
Recordemos a Aurelia Castillo de González en aquel primer número de la revista El Fígaro, de 1895, dedicado a exaltar a músicas, pintoras, poetisas, científicas y pensadoras del país. Fijémonos en la fecha: 1895 es el año que marcó definitivamente el modo de pensar y sentir de los cubanos frente al poder colonial.
La propia obra de Gertrudis Gómez de Avellaneda —de la que estamos celebrando su bicentenario este año, quien se adelantó a su tiempo al comparar las ataduras sociales de las mujeres con el sistema esclavista—, sigue siendo un paradigma de la lucidez del pensamiento femenino en esta isla.
Pero conquistar los espacios para la creación intelectual femenina y «otorgarles su justo reconocimiento» ha sido un terreno movedizo que pasa por cómo se ha estructurado en la sociedad cubana el patriarcado y cuánto ha calado en las mentalidades y los comportamientos. Ya lo dijo Virginia Woolf (escritora británica) «es más difícil asesinar a un fantasma que a una realidad».
Durante los años noventa se desarrolló un conflicto cultural a nivel social y personal que se dirimía en la vida cotidiana de mil maneras contradictorias, vociferantes o sordas, y que aún se mantiene como telón de fondo en el imaginario y la conciencia de cubanas y cubanos.
La crisis de los duros años noventa —que quedaron en la memoria colectiva como un amasijo de apagones, masivas salidas del país, desabastecimiento de productos de primera necesidad— tuvo también otras dimensiones, que terminarían siendo, a mi modo de ver, las más significativas. Y me gustaría detenerme un momento en esto porque, sin dudas, la crisis cambió la percepción de la vida en el país: de largos proyectos de vida personal y familiar muy vinculados al conjunto del proyecto social, muchos pasaron a estrategias de sobrevivencia a más corto plazo, experiencias compartidas por varias generaciones en las cuales la escolarización y el nivel educacional desempeñaban un papel fundamental, dieron paso a comportamientos y planes más diversificados: aumentó la importancia del dinero, se alteró y complejizó la percepción de la emigración (que durante años había supuesto nociones de abandono e, incluso, traición al proyecto común); el sentido del trabajo y su papel como motor impulsor de los cambios económicos y sociales (que había sido visto de manera diferenciada respecto a otros contextos) cedió lugar a la familia y al núcleo de los amigos cercanos, que se tornaron espacios privilegiados de intercambio y seguridad material y espiritual.
En lo tocante a la literatura, como dice Zaida Capote, «en los 90 las narradoras echarían abajo todo tipo de mitos, y responderían a la exclusión de las antologías previas con la afirmación propia, una afirmación catalizada, sin dudas, por la antología de Mirta Yáñez y Marilyn Bobes: Estatuas de sal», que puso lentes de aumento no solo sobre la obra de las narradoras de ese momento sino sobre la tradición literaria femenina cubana.
Pero aquella crisis hunde aún sus huellas en el presente, sobre todo cuando con los nuevos reacomodos económicos se potencia el trabajo por cuenta propia y se aprueba la iniciativa privada en sectores no productivos (la gastronomía, los oficios, y más recientemente las cooperativas en el sector no agrícola). ¿Cómo están impactando estas medidas a la sociedad cubana y, en particular, a las mujeres, mujeres empleadas por otras mujeres para hacer trabajo doméstico que llegan a sus casas y siguen haciendo trabajo doméstico, mujeres empresarias, mujeres emprendedoras, mujeres cabeza de familia, mujeres urbanas, mujeres campesinas, mujeres negras, mujeres jóvenes, mujeres de la tercera edad…? todos estos son temas para la creación literaria actual.
Cuba cambia y cambiará mucho más en el futuro. La literatura femenina tendrá que buscar con inteligencia, audacia y creatividad los modos de continuar develando el ser mujer dentro de un contexto de transformaciones y autotransformaciones. Será cada vez más complejo ignorar el exámen crítico de nuestras deficiencias, insuficiencias y resquebrajamientos éticos, ocultar la distancia que existe entre el discurso oficial y la historia real que viven cubanos y cubanas cotidianamente, quitarle el velo a las máscaras que nos hacen tanto daño, desacostumbrarnos a que todo nos «caiga de arriba» y aceptar, de una buena vez, que la crítica es medio y ámbito de la creatividad revolucionaria y, por eso mismo, hay que perderle el miedo a los errores y conflictos, a la engañosa unanimidad que desvanece tantas subjetividades e individualidades, y buscar los espacios democráticos de desarrollo de un debate público cívico que se desenvuelva en relaciones de comunicación social no excluyentes ni jerarquizantes.
Sobre el pasto de estas contradicciones y de esas «imágenes de mujer» que aún no terminan de construirse, se dibuja el camino posible para que siga germinado la creación literaria femenina en la Cuba de hoy y del futuro.
* Periodista cubana. Ha trabajado en varios medios impresos y digitales del país. Actualmente coordina la Editorial Caminos del Centro Memorial Martin Luther King Jr., donde también estuvo al frente de los proyectos de comunicación.