Tengo un hijo de cuatro años y, como toda madre responsable, intento controlar los productos audiovisuales a los que se expone en esta era de tantos medios tecnológicos. A veces me siento tirana, privándolo de la mayoría de los espacios televisivos infantiles; sin embargo, mi labor de censura se queda corta ante tanto contenido violento, sexista, discriminatorio y excluyente.
Muy pocas propuestas (nacionales o foráneas) apuestan por una equidad real, sitúan en igualdad de condiciones a las niñas y a los niños, o rompen con los estereotipos establecidos sobre “el ideal” de masculinidad o feminidad.
A veces, cuando urge un entretenimiento audiovisual (para aflojar las cargas hogareñas), me siento con las manos atadas, impotente ante un recurso que ─si bien con medida puede ser útil─ en la vida real quebranta cada precepto que le inculco a mi hijo para que en el futuro se convierta en un hombre de verdad. No en el príncipe azul de alguien; no en el mancebo que no teme a morir entre «temibles sufrimientos», o que le avergüenza llorar…
Hay ejemplos positivos, es cierto, pero solo los veo por medios alternativos, pues en los canales dispuestos para la teleaudiencia cubana, la mayoría del tiempo se proyectan materiales infelices si los miramos con la lupa del enfoque de género.
Apagar
El cuento de hadas, sin lugar a dudas, es la historia mejor vendida desde siempre. Hasta hoy, las producciones continúan inspirándose en su argumento. Por eso las niñas, las adolescentes y hasta jóvenes en la veintena, pretenden convertirse en esa belleza occidental que encarnan personajes como Blanca Nieves, La bella durmiente, Cenicienta, la sirenita Ariel, y hasta figuras más «exóticas» como Jazmín y Pocahontas.
Todas ellas tienen rasgos en común que nunca cansan a los creadores: frágiles o fuertes; inteligentes o tontas, dependiendo siempre de la cercanía de la figura masculina; hermosas (ya lo dijimos), con aptitudes para el canto, el baile, las labores hogareñas…
Es increíble cómo «las princesas», como se le conoce a este «combo» de caracteres, representan el sueño de nuestras pequeñas. Anhelan ser salvadas, encontradas y amadas por el príncipe perfecto, que las rescate para vivir felices por los siglos de los siglos. Entonces, ser lindas y encontrar al hombre que las «salve» de los momentos difíciles se convierte en la meta de un elevado por ciento de adolescentes.
Por supuesto, hay argumentos de dibujos animados que se van al otro extremo. En estos la presencia femenina es de femme fatale, súper heroína que integra los cánones machistas y con una figura más sexy y estilizada que las modelos. Ahora bien, estas «contracorrientes» muchas veces ni siquiera interpretan el personaje positivo, sino que encarnan a malvadas contrarias de los protagonistas (Spiderman, Batman…).
Por otra parte, queda para los varones ese papel de galán que se las sabe todas; que tiene todos los talentos para las armas, la lucha; que no teme a la muerte; y que encima tiene un cuerpo escultural, pelo de modelo de Lorealyvoz de locutor de Nocturno. Nada, que en la medida en que pasan los años y los muñes adquieren mejor factura, le suben la parada a las construcciones de los personajes. El tema de los roles, así como en otros materiales y contextos, aquí continúa siendo machista, excluyente, estereotipado. Por ejemplo, los doctores son varones, las enfermeras son mujeres (muñes de Peppa la cerdita); los trabajos pesados siempre corresponden a la parte masculina, en tanto las muchachas asumen actividades delicadas o simplemente labores hogareñas (Mickey Mouse, Daniel el Tigre).
También pudiéramos señalar el lenguaje, sexista por excelencia. Cada vez que alguien menciona al grupo, se refiere a los «niños», incluso cuando se trata de un conjunto de animales (Peppa…).
Asimismo, existen otros códigos estereotipados vinculados con el vestuario y los íconos representativos. En los espacios competitivos, ya sean representados por infantes o por animados, no falla que encontremos a la niña vestida de rosa, con una flor en su iconografía, una mascota esponjosa y la voz más dulce del mundo (Equipo UmiZoomi).
Con estos avances, no caben dudas de que resulta sumamente difícil educar a hijos e hijas con un adecuado enfoque de género; sobre todo cuando quienes llevamos el peso de la instrucción poseemos ciertas luces al respecto. Ahí vemos, con aumento, el desamparo en cuanto al tema que ostentan las instancias y los entramados culturales que influyen día a día en la formación de nuestros infantes. Pues además del hogar, otros contextos familiares o institucionales inciden en sus comportamientos cotidianos. Aquí vale subrayar el papel de las escuelas, los círculos infantiles y los jardines de la infancia.
En tales espacios, junto con las sesiones docentes, también disfrutan de ratos de esparcimiento, los cuales condicionan muchas de las conductas y actitudes que luego asumen niños y niñas, casi siempre por imitación.
El panorama educativo cubano, ante la «revolución» de la enseñanza semipresencial, mediada por teleclases, espacios formativos y otros materiales de apoyo, da margen a la proyección de productos audiovisuales ajenos por completo al proceso educativo. Hablamos, claramente, de los dibujos animados.
Si bien en determinados hogares existe control para reducir el tiempo de exposición a la televisión y se monitorea lo que se ve, en los mencionados escenarios el hecho se dibuja desde un libre albedrío. Con tal de tranquilizar a la mayoría lo mismo se reproduce un disco compacto de dudoso origen, que lo que transmite la programación nacional.
Mediando…
Al analizar el consumo de los «muñequitos» advertimos cuántos elementos pueden validar ─ o no─ el peso de sus mensajes. Para que estas mediaciones operen, claro está, debe existir primero una exposición de la persona a determinada realización televisiva de esta clase. Luego, interceden la reiteración con que lo hace; el escenario donde ocurre, que lo consuman también -o no- en espacios de carácter institucional (como círculos infantiles y escuelas), donde pueden legitimar aquello a lo que exponen a su alumnado; si se ve solo o acompañado, y de ocurrir en esta última variante, qué características posee la compañía en que el niño o la niña realiza tales visualizaciones, y la connotación que esteotro televidente pone a debate; y hasta de qué forma se integran en su cotidianidad los códigos recibidos y asimilados desde la pantalla.
Justo como plantearon, desde la década de los años ochenta, algunos postulados alrededor de los estudios de recepción en América Latina: la recepción es producción y es interacción; los receptores no dejan de ser sujetos sociales cuando están en interacción con los medios; todo proceso de recepción está necesariamente mediado desde diversas fuentes.
Desde esos puntos de vista podemos asomarnos a esa educación familiar colectiva, sujeta a las condiciones de la realidad cubana. Hablamos de las casas en las cuales conviven varias generaciones y, por ende, cada una aporta e implanta (o lo intenta), su patrón cultural de lo que deben ser los hombres y las mujeres. Una manera de hacerlo radica en la selección yexposición a determinados “muñes”.
Por otra parte, la socialización con los amiguitos o amiguitas, como eslabón del proceso de la evolución del ser humano, contiene ese intercambio de saberes y experiencias donde, evidentemente, entran los dibujos animados, sus personajes y sus tramas.
En torno al asunto alarman varios puntos: qué papel encarnan quienes ofertan estos materiales a los infantes; qué contienen los mismos; qué uso hacen de ellos los pequeños y pequeñas; y que libertades adquieren para consumirlos o no.
Sin embargo, el desafío más importante viene de la mano de los conceptos que cargan las realizaciones que «entretienen» a nuestros chicos y chicas. Todas las personas implicadas en los procesos de creación y exposición deben revisar, y velar, porque los contenidos para la infancia se correspondan con nuevos patrones de masculinidad y feminidad, dispuestos a equilibrar la balanza de una buena vez.