A propósito del taller “Buenas prácticas para la elaboración desde una perspectiva de género de productos comunicativos para la prevención del VIH/sida”, realizado en la sede de las Naciones Unidas, en La Habana, en junio de 2009.
Hace casi 20 años que me enfrenté a mi primer trabajo periodístico sobre sida. Entonces, trabajaba en el periódico cubano Juventud Rebelde y eran los tiempos en que apenas se hablaba del tema en los medios de comunicación cubanos. Siguiendo de alguna manera la tendencia internacional, la prensa impresa y la televisión le colocaba una tira negra sobre los ojos a cada persona seropositiva que entrevistaba, sólo en ocasiones muy especiales.
Camino a lo que sería uno de esos momentos que propician un giro radical en la vida de una persona, en este caso de una periodista, recuerdo que, contra todo el prejuicio y desconocimiento sobre el virus de inmunodeficiencia humana (VIH) que existía en aquella época, un grupo de amigas nos dijimos que si lo íbamos a hacer tendría que “ser de verdad”. Y así, junto a mi colega Dixie Edith –entonces estudiante de periodismo- y dos sicólogas del equipo de investigaciones de JR, iniciamos una cobertura que, me atrevo a asegurar, fue única en la prensa cubana de inicios de los años 90’s.
La primera diferencia radicó en que nuestra principal fuente de información no fue, como era la norma, las autoridades sanitarias, sino personas seropositivas que habían acabado de formar lo que todavía hoy es conocido como el Grupo de Prevención Sida, además de varios especialistas del Centro Nacional de Educación para la Salud y del sanatorio de Santiago de las Vegas, único que existía en el país en aquel entonces y donde eran internados todos los casos de VIH/sida detectados en el país.
Aquella especie de alianza generó trabajos periodísticos que, sin olvidar la prevención o las garantías del programa cubano de respuesta a la epidemia, pusieron a hablar a personas portadoras del virus desde sus realidades, inquietudes, necesidades y demandas. Entre los aportes más significativos recuerdo que Juventud Rebelde publicó un amplio reportaje sobre la vida sanatorial, sus ventajas y desventajas, incluyendo los resultados de una amplia encuesta a las personas seropositivas allí internadas.
A esto se sumó un trabajo de página central que incluía, por primera vez en Cuba, nombres y apellidos de las personas seropositivas, fotos sin parches negros sobre los ojos, e historias que partían de lo personal para plantear el derecho a amar a cualquier persona, independientemente de su condición serológica, y la necesidad y posibilidad real de seguir siendo útiles a la sociedad; en otras palabras, integrarse a ella en lugar de aislarse en un sanatorio.
Pasado tanto tiempo no logro recordar si en ese momento teníamos plena conciencia de que, de alguna manera, estábamos contribuyendo a cambiar las cosas o, sencillamente, lo asumimos como un proceso que creíamos justo y en el que el periodismo tenía algo que aportar si debía cumplir su función social. En cualquier caso, lo importante es que el periódico acogió aquella propuesta como suya, y aunque hubo polémicas sobre alguno de los trabajos, todos se publicaron y marcaron una diferencia. Viéndolo desde una perspectiva más personal, todavía hoy, ese es uno de los momentos de mi vida profesional que recuerdo con más cariño y orgullo.
PERIODISMO INFORMADO
Algo importante comprendí tras mi primera conversación con personas seropositivas a inicios de la pasada década. El tema del VIH/sida no se puede enfrentar desde el desconocimiento, como suele suceder tan a menudo en nuestro medio. No se trata de estar al tanto de cada avance científico –algo que, además, resultaría casi imposible-, pero sí hay que tener una información básica y el dominio de determinados conceptos y términos, algunas de las cuales están en sistemático movimiento: lo que ayer pareció bien, hoy ya no lo es más.
El periodismo no puede estar ajeno a esos procesos porque no se trata de comunicar bien por el simple hecho de hacerlo. En el caso del VIH/sida estamos hablando de personas inmersas en una epidemia que tiene dimensión humana, cultural y social, que involucra algo tan íntimo como su sexualidad, y que, desde el momento de su aparición, fue “demonizada”. Así, lo que puede parecer sólo un término mal usado, se puede convertir en una manera de estigmatización, inconciente, pero estigmatización igual. El periodismo genera estado de opinión y también actitudes; la responsabilidad del periodista pasa por nunca olvidar esa dimensión.
Sin embargo, todavía hoy, a más de dos décadas de la detección del primer caso en Cuba, un número importante de periodistas y comunicadores siguen sin saber diferenciar lo más elemental: ser seropositivo al VIH y ser enfermo de sida. Esta desinformación de esencia suele marcar el inicio de cada entrevista o reportaje, sobre todo en la televisión y la radio, donde la palabra sale espontánea y no pasa por los filtros de edición de la prensa escrita. El riesgo, como ya se ha planteado en Género y Comunicación con anterioridad, refuerza la relaciónVIH = sida = muerte.
Más allá de los términos, está la forma en que se presenta a la comunidad seropositiva, cómo se le trata, cómo se interactúa con ella y, también, las imágenes y mensajes que se transmiten, muchas veces con las mejores intensiones. Mientras la lástima – en lugar de la comprensión- se perpetúa como forma de solidaridad, las coberturas periodísticas y anuncios de prevención suelen mostrar personas blancas, citadinas, bien vestidas y jóvenes, imágenes que crean falsas expectativas en determinados grupos sociales y etarios, limitan el alcance de los mensajes y siguen escondiendo no pocos condicionantes que pueden aumentar el riesgo ante el VIH.
PERIODISMO RESPONSABLE
Mirando atrás, recordando aquellos tiempos de Juventud Rebelde, y siguiendo de cerca lo que se publica a diario, cabría la pena preguntarse si no es hora de que la prensa sume al tema de la prevención, al uso del condón y las conductas de riesgo, toda la multiplicidad de aristas de la estigmatización por VIH/sida. Con un abordaje generalmente limitado a la vinculación entre estigma, VIH y homosexualidad y al trato interpersonal, se impone ir más allá, escuchar las experiencias de las personas seropositivas, comprender que no todo es “color de rosa” como es tan cómodo imaginarse y que, en nuestra sociedad, a pesar de las garantías creadas, se sigue estigmatizando y discriminando a muchas de estas personas, quizás no a nivel comunitario, pero sí cuando necesitan acceder a determinados servicios y sectores sociales.
Junio de 2009
Dalia Acosta*
Premio Nacional de Periodismo 26 de julio por una investigación sobre la comunidad rockera cubana, realizada junto a la periodista Dixie Edith, y Premio Tina Modotti, por la mejor historia de prensa sobre el aporte de la mujer en la formación de la identidad nacional. Coautora del libro Fotos de Cuba (IPS, 2009). Periodista, corresponsal en Cuba de Inter Press Service (IPS) desde 1995 y colaboradora de SEMlac desde 1992. Entre 1987 y 1994 trabajó en los periódicos Granma y Juventud Rebelde. Ha participado en equipos de investigación periodística sobre diversidad sexual, prostitución femenina y masculina, VIH/sida y violencia de género.