Una persona que conozco muy de cerca transitó por una etapa muy curiosa de su vida donde dejó de leer, escuchar, ver cualquier mensaje preventivo, información o historia que abordara la existencia y consecuencias del VIH/sida. No lo hacía precisamente por negar el problema, sino porque tenía conciencia de que asumía conductas sexuales de riesgo y optó por cerrar los ojos. Su reacción solo cambió cuando finalmente lo diagnosticaron como seropositivo, entonces ya era tarde.
Los medios de comunicación en Cuba abordan con bastante frecuencia la epidemia de VIH/sida, para algunos incluso más de lo que sería deseable. Sin embargo, los resultados de ese empeño por divulgar, prevenir y hasta novelar el asunto no son necesariamente los más halagüeños.
Aunque el país mantiene un 0,1% de prevalencia del virus en su población entre 15 y 49 años, la más baja en el área del Caribe y una de las menores en el mundo; según los datos que ofrece el doctor Jorge Pérez Ávila en su reciente libro Sida: nuevas confesiones a un médico, las nuevas infecciones continúan en aumento. Desde el 2007 sobrepasaron los 1200 casos por año, con un incremento progresivo que arrojó más de 1800 nuevos diagnósticos en el pasado 2010.
Por supuesto que en estos índices inciden múltiples y muy diversos factores sociales, culturales, médicos y hasta económicos, y no sería exacto ni justo atribuir la responsabilidad del aumento de la infección con el letal virus a lo que hacen o no, mejor o peor, los medios de comunicación de la Isla.
No obstante, quisiera compartir algunas valoraciones personales sobre las posibles falencias en el abordaje del VIH/sida en nuestra prensa escrita, en la radio y en la televisión en términos generales, sin detenerme a hacer la crítica de uno u otro espacio o programa específico.
Lo primero sería decir que esta apreciación acerca de la presencia del tema en los medios de comunicación depende, al menos, de tres grandes perspectivas: cómo la perciben quienes viven con el VIH/sida, los grupos más vulnerables o de mayor riesgo y el público en general que no siente —aunque debiera— ninguna identificación con el problema.
Según ese tamiz las opiniones podrían ser muy discordantes. Entre la mayoría de la población que no tiene conciencia del peligro o considera que sus conductas son seguras y no tienen por qué mostrar preocupación al respecto, podría existir la sensación de que hay suficiente mención sobre el VIH/sida, e incluso demasiada insistencia sobre el tema en los medios. Saben que existe el virus y la enfermedad, les preocupa razonablemente la infección de sus familiares o la propia, y no logran entender muy bien por qué, a pesar de todo lo dicho sobre la pandemia, el problema continúa.
Para los grupos de mayor riesgo la situación quizás es un tanto diferente. El 81% de las personas con VIH/sida en Cuba son hombres y, dentro de ellos, un porcentaje similar o mayor tienen o tuvieron sexo estable u ocasional con otros hombres. Quizás dentro de ese segmento de los Hombres que tienen sexo con hombres (HSH) ocurra la mayor falta de identificación con lo que los medios de comunicación proponen al respecto —y la consiguiente negación del fenómeno—, porque son realidades en muchos casos invisibles, como resultado de la cultura homofóbica que no permite todavía a la sociedad cubana asumir con naturalidad la existencia de otras orientaciones sexuales no heterosexuales.
En el caso de las personas seropositivas la percepción del reflejo que hacen los medios sobre el VIH/sida es probablemente mucho más crítica. Detectan no solamente los vestigios del estigma y la discriminación que todavía pudieran contener ciertos argumentos, sino que también aprecian con mayor facilidad las tensiones sociales que esta infección genera solamente por ser de transmisión sexual, y las contradicciones y endeblez de buena parte de los mensajes y contenidos que intentan abordar una realidad que la sociedad quisiera evitar, pero sobre la cual le molesta hablar y, definitivamente, preferiría no mostrar o, en algunos casos, ni siquiera reconocer.
Por ejemplo, muchos de las menciones preventivas sobre el uso del condón que vemos o escuchamos en la radio y la televisión, o en las imágenes impresas, tienen como protagonistas a parejas heterosexuales jóvenes, sin conflictos sociales serios que impidan su relación.
Sin embargo, las historias en los medios de comunicación donde las personas contraen el VIH/sida suelen ser los suplicios existenciales de personajes irresponsables -ahí sí homosexuales o bisexuales- con un enfoque tendencioso, o cuando menos simplista, no lejano incluso en ocasiones a ciertas reaccionarias teorías de algunas iglesias que asocian esta enfermedad con el «error» de asumir la sexualidad como disfrute y derecho, y con el consecuente castigo divino, por no cumplir con determinados preceptos «morales» que pretenden negar o disimilar esa condición humana.
Por supuesto que tampoco sería prudente englobar en un mismo saco todo lo que hacen los medios de comunicación sobre el VIH/sida.
Hay diferencias ostensibles entre la abundancia de los mensajes de bien público —spots o menciones, afiches, sueltos, etcétera—, cuyas principales dificultades suelen ser la poca sutileza de abordajes no siempre sugerentes ni exactos, así como una pobre calidad formal; las secciones especializadas y los programas didácticos o con un enfoque preventivo, que casi siempre abordan el tema desde la salud pública y sin profundizar en toda la complejidad social y cultural del VIH/sida.
También difieren entre sí los espacios informativos que suelen presentar los avances científicos en relación con el estudio del virus y en la contención de la enfermedad, ya sea en Cuba o en el mundo —casi siempre con demasiados elogios hacia lo interno y un contraste crítico muy poco objetivo con la experiencia internacional—; y los géneros dramatizados o de ficción, donde las incursiones en el VIH/sida son mucho más esporádicas pero con mayor impacto y siempre muy polémicos, entre otros motivos por la inconsistencia o no correspondencia de guiones y personajes con la realidad que la población percibe, o como consecuencia de la manera de presentar los conflictos, formal o conceptualmente.
Pero todavía hay realidades que quedan fuera de los medios. Por ejemplo, a estas alturas del siglo XXI el sida en Cuba constituye una enfermedad crónica trasmisible, pues el 87% de las personas con un diagnóstico positivo desde el 2001 permanecen vivas, según los datos que aporta en su libro el doctor Pérez Ávila.
En un país pequeño y bloqueado por los Estados Unidos esto es un verdadero logro de la salud pública, que provee de tratamiento antirretroviral al 100% de los pacientes que lo requieren, el 76% solo con los medicamentos genéricos que Cuba produce y el otro 24% con esquemas mixtos, donde al menos uno de los fármacos de su triple terapia es de factura nacional.
Sin embargo, no recuerdo ningún personaje real o de ficción en los medios de comunicación cuya coexistencia con el VIH/sida tenga un abordaje natural, donde ese sea otro dato más en la caracterización de ese ser humano tan complejo y multifacético que somos y no el centro de un relato con un principio o un final trágico o melodramático.
Cuando existen esos acercamientos al tema en la programación dramatizada de la radio o la televisión, las historias terminan casi siempre con momentos límites como la muerte o la comunicación del diagnóstico, pero no abordan la vida enriquecedora que una cubana o un cubano pueden tener en este país, incluso con VIH/sida, sin renunciar por ello a decir también que esta es una enfermedad prevenible, sin cura y mortal.
Y me detengo para hacer referencia a la mujer, cuya vulnerabilidad ante la epidemia proviene precisamente de muchas de esas construcciones culturales erradas que todavía arrastramos en una sociedad machista y patriarcal.
El tratamiento en los medios de la infección entre las mujeres es casi siempre de carácter informativo, y las campañas de prevención y los productos comunicativos que buscan abordar las experiencias femeninas en relación con el VIH/sida, padecen —en mi criterio— de una franca debilidad: atacar los efectos y no las causas del problema.
La principal vía de contagio para las mujeres en Cuba son sus parejas estables, ya sea en el matrimonio o por uniones consensuales, con hombres bisexuales u homosexuales que ocultan o no reconocen su orientación sexual por la presión social y cultural sobre ellos.
La mujer es, por tanto, una víctima indirecta de la homofobia en Cuba. Los medios de comunicación, por el contrario, prestan menos atención a este fenómeno y tienden a responsabilizar a la infidelidad conyugal, a la promiscuidad o a otras conductas individuales dentro del todavía bastante oculto tema de la sexualidad humana y su diversidad.
Por ello resulta de gran relevancia que entre los puntos a debatir en enero próximo durante la primera Conferencia del Partido Comunista de Cuba luego de su VI Congreso esté uno que plantea «Reflejar a través de los medios audiovisuales, la prensa escrita y digital, la realidad cubana en toda su diversidad en cuanto a la situación económica, laboral y social, género, color de la piel, creencias religiosas, orientación sexual y origen territorial» (el subrayado es del autor), lo cual es un inédito y necesario reconocimiento de la urgencia de mostrarnos tal y cómo somos, en todos los aspectos de la vida, incluyendo la imprescindible educación sexual, cuyas carencias tanta relación guardan con el virus del sida y su propagación.
Lograrlo contribuiría, sin dudas, a un reflejo más exacto, una aproximación más útil y un tratamiento más eficaz en el abordaje del VIH/sida en los medios de comunicación y, consecuentemente, en resultados todavía mejores para Cuba en el enfrentamiento de la epidemia.