Literatura, mujer y humor a partir de los años 90 en Cuba

Las escritoras cubanas Marilyn Bobes (Premio Casa de las Américas en dos ocasiones) y Mirtha Yáñez (galardonada varias veces con el Premio de la Crítica) abrieron en el año 1996 la posibilidad del debate acerca de la existencia de un discurso femenino en la literatura cubana con la antología Estatuas de Sal (Ediciones UNION).  

En ella, reunieron en dos grandes acápites llamados “Antepasadas y todavía vivas” y “Cuentistas cubanas contemporáneas” los materiales que consideraron más sobresalientes dentro del panorama narrativo cubano, limitado por el marco temporal correspondiente a cada etapa. Así, en el primero de los acápites recogieron textos de las principales escritoras que ejercieron la prosa en el neoclasicismo, el romanticismo y el modernismo hasta la primera mitad del siglo XX, y en el segundo presentaron a treinta narradoras de las diversas promociones que comenzaron a publicar después de 1959, estableciendo como fecha límite el año 1995.
Como bien ha señalado Mirta Yáñez, muy pocas personas creyeron en la importancia de este panorama narrativo cuando vio la luz por primera vez, considerado entonces un peregrino proyecto. Sin embargo, el libro fue perseguido por lectores y profesionales de la literatura siendo necesarias una segunda y tercera ediciones, la más reciente de las cuales ocurrió en el año 2008. Desde entonces, transcurridos muchos años de esa selección inicial, son muchas las escritoras cubanas que  se incorporan al corpus narrativo de la Isla, haciendo válida la afirmación de Olga Marta Pérez, directora de Ediciones UNION y presentadora del libro Espacios en la Isla, 50 años del cuento femenino en Cuba: “(…) la eclosión de los noventa en la literatura escrita por mujeres constituyó un gran fenómeno que no solo marcó una solidez en nuestra literatura, sino también marcó un punto importante de permanencia, autenticidad, laboriosidad, muy lejos del estatismo intelectual….”
Contrario a todos los pronósticos, las mujeres escritoras cubanas comienzan a obtener importantes lauros literarios que, de manera habitual, habían sido adjudicados a los hombres antes de 1990. El premio de cuentos Luis Felipe Rodríguez, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, el premio de narrativa Alejo Carpentier en sus modalidades de cuento y de novela, y el premio literario Casa de las Américas, son ejemplos significativos del nivel alcanzado por la narrativa que realizan actualmente las mujeres. En el ya mencionado libro Espacios en la Isla, 50 años del cuento femenino en Cuba (Ediciones UNION, 2009), se incorporan trece nuevas narradoras que no habían sido incluidas en Estatuas de Sal, la mayoría de las cuales ha sido ganadora de varios certámenes literarios. En el prólogo, Olga Marta responde a la pregunta ¿Las editoriales cubanas hicieron un espacio para las narradoras? afirmando que fueron las narradoras las que se abrieron el espacio, ganaron terreno y se hicieron visibles a través de   las publicaciones de sus libros y de antologías. 
El Centro Cultural Dulce María Loynaz convocó hace años a varias escritoras y ensayistas al Panel “¿Existe una literatura de género?”, con la participación de la gran narradora argentina Luisa Valenzuela, invitada por Cuba a integrar el jurado del premio iberoamericano de cuentos Julio Cortázar. Algunas de las ponencias de ese debate aparecieron en la publicación La jiribilla de papel bajo el título “Dossier: Mujer y Literatura”, siendo muy significativo en cuanto a la diversidad de criterios, los subtítulos que escogieron las autoras de los trabajos, en los que predominan las interrogantes. Encabeza el dossier un breve texto llamado “¿Tiene género la literatura?”, seguido de la ponencia de la ensayista Zaida Capote: “¿Existe una literatura de género?”, para continuar con otra pregunta “¿Discurso femenino o una nueva feminidad?”, de Marilyn Bobes. En aras de introducir un tema del cual hablaré más adelante, yo también caí en la tentación de cuestionar y titulé mi trabajo “¿Acaso las mujeres ríen menos?”, que aparece entre dos artículos curiosamente afirmativos: “La literatura y las mujeres, la misma vuelta de tuerca”, de la profesora y ensayista Luisa Campuzano, directora del Programa de Estudios sobre la mujer de Casa de las Américas y “Lenguaje y escritura de mujeres”, de la periodista Helen Hernández Hormilla.
Para no hacer demasiado extensa mi reflexión, y con la esperanza de que estén disponibles los textos mencionados, no voy a detenerme en ellos de forma individual. Sin embargo, no puedo dejar de señalar la complejidad del asunto, ni el hecho crucial de no haberse alcanzado entendimiento entre todas las partes implicadas, si consideramos como tales a las críticas literarias, a las ensayistas, y a las narradoras cuya obra creativa está siendo juzgada. 
Muchas escritoras (para no hablar de sus equivalentes masculinos) niegan la existencia de una literatura puramente femenina, escudadas tras el criterio de que la poesía, como los ángeles, no tiene sexo, pensamiento que puede traspolarse a la literatura en general y que fuera  enunciado por  la gran poeta cubana Dulce María Loynaz. En las entrevistas que ha hecho  la periodista Helen Hernández Hormilla, y que vieron la luz a través de la revista Revolución y Cultura, existen dos evidentes tendencias donde se agrupan las respuestas a la pregunta de si existe o no una literatura propia o característica de mujeres: Quienes niegan tal diferenciación, además del ya citado comentario de Loynaz, aducen que no se ha categorizado la contraparte masculina, y que al no existir una literatura masculina, carece de sentido definir otra que sea femenina. El término femenino de por sí, suscita no pocas controversias señaladas por Hernández Hormilla, como la necesidad de distinción entre literatura femenina (referida sólo al sexo de su autora) y escritura femenina (construcción de lenguaje donde se patentizan las diferencias genérico sexuales). Por otra parte, aquellas que afirman la existencia de una particular mirada perteneciente al género femenino, defienden su postura partiendo del concepto de autoafirmación a que recurren las mujeres, receptoras y víctimas de toda una cultura que rige los comportamientos y el modo de acercarse a la literatura como expresión artística.  Sea como fuere, lo innegable es que existe por tradición una diversidad de tópicos que suele ser abordada literariamente por mujeres en todas las latitudes (lo doméstico y cotidiano, la nostalgia, la familia, los hijos y la maternidad, el matrimonio, la vida privada), y otra por sus congéneres masculinos (la guerra, la política, la sociedad), así como dos puntos de vista diferentes, ubicándose en el centro de la acción los personajes masculinos diseñados por autores del mismo sexo, y desde la frontera, desde los límites periféricos la mujer como sujeto cuando es  generada por una autora, hecho éste   señalado por Mirta Yáñez. Al momento de ser interrogada en tal sentido, coincido con Luisa Campuzano al afirmar que sí existe una literatura de mujeres y otra de hombres ya que no hay ninguna actividad que no esté en cierto modo marcada, señalada o afectada por la diferencia sexual, como también hay una literatura producida a partir de posicionamientos de clase, de raza, de lengua, de cultura, de ideología y de preferencia sexual. 
En el caso concreto de Cuba, la eclosión de escritoras se produce a partir del llamado Período Especial, durante la gran crisis económica que asoló al país durante la década de 1990. Por paradójico que resulte, fue en medio de dicha crisis, que afectó a todas las esferas de la vida, sin excluir al mundo editorial y de la cultura, cuando un gran grupo de mujeres emerge y comienza a hacerse notar en el terreno literario. Gracias a la iniciativa y generosidad de intelectuales argentinos, se creó el proyecto “Pinos Nuevos” en 1993 con el objetivo de dar a conocer a cien escritores hasta entonces inéditos en los géneros de narrativa, poesía, teatro y literatura científica. Las mujeres ganan terreno desde ese momento, predominando entre los autores cuyos trabajos fueron seleccionados para la primera edición, en 1994.  Dos años más tarde aparece la ya mencionada antología Estatuas de sal, con textos exclusivos de mujeres, y en el 2000, se publica en España, Alemania y Francia el libro Nuevos narradores cubanos (Siruela) donde se compilan cuentos de muchas escritoras y escritores cubanos nacidos después del triunfo de la revolución, en 1959. Es así como se da a conocer a nivel internacional la nueva hornada de escritoras y escritores de la Isla, y desde entonces resulta indetenible el flujo constante de la aparición de mujeres en el mundo literario. Varias veces ha sido analizado el papel que desempeñamos nosotras a escala social en los momentos más críticos de ese período, llamado Especial debido a que se caracterizó por condiciones de guerra en tiempo de paz, donde la esfera de la cultura no quedó exenta de la participación activa de las mujeres.
Debo señalar que los tópicos escogidos por los escritores y escritoras surgidos a raíz de esta circunstancia histórica fueron reiterativos durante varios años (el éxodo, la crisis de los balseros, el resurgimiento de la prostitución, la penuria económica, las dificultades cotidianas, los cortes de luz y de otros servicios elementales), hasta que fueron decantándose según transcurrió el tiempo , y comenzó el lento proceso de recuperación del país con nuevas condiciones desde todo punto de vista. El aspecto social predominó sobre cualquier otro asunto en la literatura de ese período, como si todas las voces narrativas tuvieran la misma urgencia por reseñar y dejar constancia de cuanto sucedía en nuestras vidas. Ese mismo fenómeno de decantación explica que a la postre, luego de veinte años, sea posible identificar estilos distintivos entre las narradoras según las temáticas y preocupaciones fundamentales, más allá del entorno socioeconómico. Así, por citar sólo algunos ejemplos, la escritora Anna Lidia Vega Serova aborda el asunto de la homosexualidad abiertamente, Lourdes González maneja con habilidad el tema de la vida en provincias, Marilyn Bobes escribe sobre mujeres maltratadas física y emocionalmente, Mylene Fernández Pintado profundiza en la dicotomía de vivir entre dos países, Ena Lucía Portela utiliza la ironía como recurso para sus historias descarnadas, Karla Suárez se remite a la niñez para hablarnos de silencios y dudas existencialistas, y Aida Bahr aborda la problemática  de la lucha entre viejas y  nuevas concepciones que rigen el comportamiento de la mujer, mientras Rebeca Murga incursiona en la novela negra . Cuba, con una fuerte tradición de humor en diversas manifestaciones del arte: comedia musical, teatro bufo, dibujo humorístico, programas televisivos de humor, y literatura humorística entre otras, tiene, sin embargo, pocas mujeres que se dediquen a cultivar este recurso, y no se trata de un fenómeno exclusivo de mi país.
Amén de lo difícil que resulta definir el humor con exactitud (sucede como con el amor, que todos los estudiosos brindan un concepto distinto sin que lleguen a un consenso, aunque no por ello dejemos de saber qué es) resulta muy fácil detectar cuándo una obra es humorística o no. Reconocemos a los grandes maestros del humor, y si nos fijamos bien, casi todos son masculinos. Por ejemplo, en el cine, en el teatro, en la música, y también en la literatura, los nombres de mujeres humoristas escasean tanto, que hay que buscarlos con una lupa. Son como agujas en el pajar, y me pregunto por qué.
Estuve mucho tiempo tratando de encontrar textos humorísticos escritos por mujeres que demostraran que la mano pérfida y discriminatoria de algún hombre había soslayado a propósito sus nombres, pero fracasé en el intento. Para colmo de dificultades, el humor ha
sido considerado un subgénero, un submundo, una sub manera de hacer arte, así que debía sumergirme en dos subterráneos a la vez. En la búsqueda y captura de mujeres semiescondidas ya de por sí, y entre ellas, a quienes se dedicarán de una forma u otra al humorismo. Como casi siempre sucede, el nombre de la gran Dorothy Parker salió a dar la cara. Con su mordacidad característica, sigue siendo una gran maestra del sarcasmo. La Editorial Lumen publicó en el año 2003 su narrativa completa, con el atractivo añadido de que Maitena hizo el prólogo y el dibujo de portada. Maitena, esa argentina cuyo portentoso ingenio se desborda en sus dibujos y en sus textos, escribió una carta a Dorothy treinta y seis años después de muerta aquella, y es muy significativo lo que le dice: Para darte alguna buena noticia, me gustaría contarte que lo que sí ha cambiado en estos años es la mirada sobre tu obra. La justicia es lenta, y los editores ni te digo. Pero hoy se te considera una escritora, como tú querías ser llamada; no una humorista, como tanto te molestaba que te llamaran [……] tus agudas historias, tan llenas de humor como de dolor, hoy son consideradas literatura y tu nombre está entre los grandes.
O sea, si una mujer de la talla de Parker sufrió de incomprensiones por su rebeldía, si era menospreciada porque no se parecía a nadie con su talento descomunal, y ella misma rechazaba el término humorista, ya podemos suponer cuán difícil será para una mujer ser considerada parigual de un hombre en cuanto al uso del humor. Si aceptamos (y debemos hacerlo) las múltiples propuestas que se acercan a una explicación razonable acerca del uso de este recurso, encontramos que es aún más sorprendente que tan pocas mujeres se dediquen a él. Veamos: Jorge Mañach en su lúcido ensayo de 1928 Indagación del choteo dijo que éste dirige su burla sistemáticamente contra todo lo autorizado, y el costumbrista Eladio Secades aportó que el cubano tira las penas a relajo, pero para lograrlo, primero tienen que existir las penas. Según ambas afirmaciones, la mujer debería estar más que presente, ocupando un lugar de primera línea. Para nadie es un descubrimiento que somos nosotras quienes más hemos soportado los abusos de poder establecido (y por tanto, autorizado) en cualquiera de sus formas, y quienes más penas llevamos acumuladas entre el pecho y la espalda. Como afirma tan atinadamente la escritora norteamericana Bárbara Kingsolver, todas estamos hechas de la misma tierra cicatrizada.
Entonces, ¿por qué no nos burlamos del poder y por qué no tiramos nuestras penas a relajo con suficiente fuerza? ¿Por qué le hemos dejado tanto espacio a los hombres, responsables casi siempre de nuestro dolor y de nuestro sometimiento? Es comprensible que sean los hombres quienes más hablen de temas épicos, puesto que son ellos los que en su mayoría integran los batallones militares, que cuenten de grandes hazañas en el polo norte, de excavaciones al centro de la tierra, historias de espías en lugares recónditos, de contrabandos y de piratas, leyendas de vikingos y de corsarios, pero ¿por qué no disparar con mano de mujer contra la autoridad? ¿por qué apenas nos mostramos a través de la risa, si somos tan agudas y alegres como pueden ser ellos? 
En Cuba, es notable la cantidad de talentosos escritores que se preocuparon y se ocupan por y del humor. Desde Ramón Meza, Carlos Loveira, Secades, Juan Angel Cardi, Marcos Behemaras, Zumbado, Enrique Núñez Rodríguez hasta los más jóvenes Eduardo del Llano, Senel Paz, Francisco García, Jorge Fernández Era, toda una pléyade de buenos narradores se arriesga a ser considerada humorista (o al menos a escribir con sentido del humor), y logra textos muy eficaces por la agudeza del tratamiento con que aborda temas difíciles, escabrosos. Me pregunto entonces ¿qué sucede con sus equivalentes representantes del sexo femenino? 
Según las investigadoras de la literatura femenina Mary Berg y Catharina Vallejo, el humor es arma de resistencia, y consideran que las pocas mujeres que lo utilizan hoy en Cuba, demuestran su fortaleza a través de él. Sin embargo, los casos son aún ínfimos en comparación con la gran eclosión de narradoras que existimos hoy en la Isla. Sobre este punto, volveré más adelante. En el prólogo a la antología que hiciera la escritora Olga Fernández en 1986, publicada por la Editorial Letras Cubanas, Las mujeres y el sentido del humor, ella formula la tesis de que con el advenimiento de los cambios sociales resultado del triunfo de la revolución, la mujer cubana, libre de las trabas sociales con las que cargó históricamente, une sus fuerzas y su talento creador al hombre […..] y es incuestionable que en los últimos años un buen número de autoras ha utilizado el humor dentro de la literatura y el periodismo. Para demostrarlo, incluye textos de catorce mujeres en su libro, que constituye la primera y única antología de su tipo en nuestro país. Una de esas escritoras, Miriam Alonso, quien también aparece en otra selección que se hizo en México en el año 2000, llamada La Mona Risa, pronunció la curiosa frase Yo considero que el hombre escribe sobre lo que ve y discurre lo que no ve. Nosotras las mujeres, por el contrario, inventamos lo que vemos y contamos lo que no vemos.
Si nos ceñimos al entendimiento del humor como arma, como recurso de resistencia y de denuncia, entonces dicha afirmación contradice el propósito que pudiera lograrse, cuando una mujer es quien enarbola el látigo con cascabel en la punta. No sería efectiva una crítica si no hemos sido víctimas, victimarias, testigos o cómplices del acto que pretendemos ridiculizar, aunque sea transformándolo a través de la ficción. Del total de narradoras antologadas en Las mujeres y el sentido del humor, ninguna nació después del año 1959. Daína Chaviano, la más joven, quien es conocida por su habilidad para escribir relatos de ciencia ficción y no humorísticos, nació dos años antes, en 1957. En otras palabras: han transcurrido veinticuatro años de esa selección, y todo indica que el hecho de sentirnos hoy más liberadas, no ha contribuido al desarrollo de un sentido literario del humor. 
Al considerar el carácter social de la risa (ampliamente estudiado por Henri Bergson), enfrentamos una crisis sin razones bien explicitadas, consistente en el rechazo consciente o no por parte de nosotras para escoger esta forma de mirar al mundo como expresión literaria. La repetición de temas en lo que escribimos hoy las narradoras cubanas como las escaseces del período especial, la prostitución, la violencia, la pérdida de valores sociales, la disminución de los atractivos físicos con la llegada de la vejez, las relaciones homoeróticas y los cuestionamientos éticos quizás no dejan espacio a la sátira, a la mirada burlona, a la desacralización del poder. 
La licenciada en Historia del arte Caridad Blanco, profunda estudiosa del humor gráfico en Cuba, con quien conversé sobre el tema, me sugiere que una posible razón para la falta casi absoluta de mujeres en el humorismo gráfico y en el literario podría ser la dificultad en lograr el distanciamiento emocional que se requiere para burlarse de un hecho o de una situación determinada. Es muy interesante esta hipótesis, porque profundiza en las diferencias que la sociedad ha impuesto en cuanto a responsabilidades, deberes y obligaciones entre ambos sexos. El sentido práctico que la vida nos obliga a las mujeres a desarrollar todo el tiempo frente a la maternidad, el cuidado de la casa, la alimentación de la familia y otras agotadoras tareas, tal vez sea responsable de nuestra incapacidad para establecer distanciamientos emocionales. Para ser implacables y lograr una burla demoledora. No suele lograrse una página humorística hablando desde el amor, desde sentimientos tiernos, dulces y sensitivos. El humor es despiadado, debe serlo. 
Sin embargo, en materia de violencia física y sexual, las mujeres no sienten tal inhibición. Existen muchos ejemplos de escritoras que escogen estos temas, y los desarrollan con el mismo ímpetu descarnado de los hombres. Obviamente, el humor es más complicado. Lograr una carcajada que luego obligue a reflexionar y convoque a una meditación, es más difícil que narrar un asesinato múltiple. No implica compromiso emocional, no sentimos que estamos traicionando nada, que no descorremos ningún velo sentimental como parece ocurrir con el sarcasmo, la ironía, la burla o la sátira. El problema de la exigua cantidad de mujeres en el mundo del humor, no se limita a Cuba. En la ya mencionada antología realizada en México, La Mona Risa, aparecen dieciocho hombres y sólo tres mujeres. De Cuentos humorísticos, Veinte clásicos, publicada en Cuba por la Editorial Arte y Literatura en el año 2004 con autores universales, los veinte son masculinos, y en la deliciosa colección Humor a la uruguaya, de Colihue Sepé Ediciones, hay textos de veinticinco hombres y uno de mujer: Elina Berro, quien firmaba con el pseudónimo Mónica.  
Por otra parte, en junio del año 2007 se realizó en Londres un panel de tres mujeres profesionales del humor (Stella Duffy, Shazia Mirza y Marina Lewycka) con el objetivo de analizar una vez más si lo que escribe la mujer es diferente de lo que escribe el hombre y si existen bromas universales para todos en todo el mundo. De acuerdo a lo señalado por las panelistas, la presencia masculina en el público apenas alcanzó el 2%, y resulta muy interesante la percepción que tienen ellas mismas acerca de la relación mujer-humor, y la vinculación que establecieron entre este tipo de trabajo y la condición sexual. Según Stella Duffy, el mundo del humor sigue siendo propiedad del hombre, donde a la mujer se le juzga y mira con lupa porque trabaja el humor de manera diferente, desarrollando la idea poco a poco, in crescendo, para luego soltar el chiste, al contrario del hombre, que lo dice todo rápido y suelta el chiste de pronto. Quien reseñó el panel, la escritora y traductora Alejandra Guibert, abunda sobre esta diferencia al apuntar que los hombres sienten amenazada su masculinidad si son vistos mientras leen un libro de tapa rosa, y que dicha masculinidad es rápida, como son las bromas que cuentan. Según sus palabras; entregar el chiste rápido, el placer rápido, el orgasmo precoz, la necesidad de soltar. Su objetivo es el resultado, mientras que el placer demorado, el humor femenino, el desarrollo, el amor al proceso, es obra de mujer.
Marina Lewycka, quien considera que el hecho de haber sido catalogada como escritora humorística constituye un peso, ya que siente la obligación de ser graciosa cada vez que imparte una conferencia o escribe un texto, fue clara y precisa al afirmar que los hombres leen a los hombres. Las mujeres leemos a los dos. El concepto general es: los hombres escriben literatura y las mujeres, basura comercial. Shazia Mirza, cómica de micrófono y cultivadora de un humor cáustico y directo, no tuvo reparos en confesar que se tuvo que volver masculina para tener éxito en el escenario ya que el hombre tiene permiso para ser gracioso, mientras que se espera el doble de una mujer que sale sola al escenario, o al menos, que su comicidad sea como la del hombre, de acuerdo a sus reglas. Declaró que hay dos hechos en el mundo del humor: Uno es que los hombres se sienten amenazados por las mujeres masculinas. El otro es que no creen que una mujer femenina tenga gracia.
En otras palabras: No tenemos por dónde ganar.
Al regresar al tema humor-mujer en Cuba, observamos que las dificultades para el desarrollo de esta categoría son similares al resto del mundo donde ha sido analizada. Por ejemplo, grandes actores del cine y del teatro asumen personajes femeninos humorísticos, como el caso del mejor de todos, Osvaldo Doimeadiós, quien ha elaborado una mujer llamada Margot, de amplio reconocimiento social, y responsable de gran parte de su actual popularidad, pero hay muy pocas actrices que se dediquen al humor en la escena. En el diseño gráfico y en la música apenas es perceptible la presencia de la mujer practicante de humor, y en literatura podrían citarse algunos nombres que luchan por alcanzar cierto grado de aceptación. Tal es el caso de Mirta Yáñez (la más conocida y veterana de todas, cultivadora de un humor llano, abierto), de Nancy Alonso, que utiliza el sarcasmo para desnudar situaciones dolorosas, y de Lourdes González, que crea situaciones paradojales donde el humor salva desgarramientos a que somos sometidas las mujeres. Quisiera, para concluir esta ponencia y no dejar la impresión de que la he escrito con resentimiento o a manera de una queja que pueda parecer lacrimógena, pedirles modestamente que me permitan leerles un cuento que hice a raíz de una de las preocupaciones que me obseden como narradora: la visión que tiene un varón cuando tiene la peculiaridad de ser hijo de una madre que escribe.

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