Hace años, el experimentado presentador de televisión Fernando Guardado tira el «doble siete» cada domingo, para anunciar que «dentro de siete días, a las siete de la noche», vuelve el programa de la música campesina cubana Palmas y Cañas, a su habitual espacio del canal Tele Rebelde. A su lado, la también anfitriona Anabel Acosta, exageradamente zalamera y en ocasiones vulgar, sonríe a la par que lo acompaña en la conducción del espacio.
Le pregunto a mi abuela, asidua televidente, si el programa, conocido también como la Hora de la Campiña ha sido presentado alguna vez por una persona negra. No lo recuerda. Ni ella, ni los miembros más longevos de la familia, ni otros encuestados del trabajo, la calle, los amigos. Desde el nacimiento del espacio, con la conducción de los músicos Ramón Veloz y Coralia Fernández, nunca ha sido presentado por alguien de raza negra, excepto cuando ocasionalmente el repentista El Jilgero de Cienfuegos (Inocente Iznaga) cubría el turno de un locutor ausente.
Palmas y Cañas no es la excepción. En la conducción o presentación de los programas de la televisión nacional no solo predomina notablemente la presencia de anfitriones blancos, sino que, sean hombre o mujer, también deben encajar en los más estrictos patrones de «normalidad» patriarcal.
Lo más desafortunado es que el conocimiento y la preparación de muchas de esas personas tampoco es un medidor en su selección. Con el sino de una estética discutible, en ocasiones almibarada y poco auténtica, los conductores y conductoras de los habituales más recientes nunca han llevado grelos, ni parches en un ojo, nunca han mostrado discapacidades físicas, ni ningún otro rasgo externo que los identifique como parte de grupos minoritarios o discriminados. Un solo presentador rastafari ha tenido la televisión cubana, falseando los atributos de esa cultura. Su salida en el desafortunado programa veraniego A romper el coco, muestra la diminuta frontera entre la caricatura y las buenas intenciones cuando faltan seriedad y conocimiento. Alguien podría defender la tendencia a mostrar «lo bello», pero estaría abusando de un estereotipo ramplón. Ante tal enunciado habría que alegar, en primer lugar, que ninguna defensa a esta discutible estética vale cuando la frivolidad se ha apoderado de nuestros medios de comunicación para afianzar la preocupante crisis de valores que hace décadas vive el país; y, en segundo, la nunca bien valorada realidad de que toda la televisión cubana es estatal y, supuestamente, debe ser reflejo de las políticas sociales de inclusión e igualdad.
La estética conceptual y de forma que ha vivido tradicionalmente la parrilla de la programación agrava el caso: los domingos en la tarde siempre alguien ha presentado dramas sentimentales en Tanda del Domingo, Tarde de Cine, o Arte Siete; durante décadas las 7 y 30 de la noche siempre ha sido la hora de las Aventuras; mientras que programas musicales y de orientación social se alternan en las noches de los canales de alcance nacional, siempre después de la novela de turno. Espacios que con frecuencia cambian de nombres, pero no de escenarios, y muchas veces ni siquiera de presentadores y presentadoras.
La hora 7
El espacio Aventuras, antiguo exponente de las mejores series televisivas de acción y ficción, dedicadas al público joven, hace años fue dado por perdido por la depresión de las producciones cubanas y la cuestionable selección de los materiales foráneos transmitidos. Ante su período de más lamentable decadencia, un grupo de programas juveniles de dispar factura, pero similar estructura, ha venido a ocupar la antesala de ese horario, en el canal nacional Tele Rebelde.
Estos programas de opinión, de supuesta participación juvenil, son producidos en diferentes provincias del país, pero el calco en la dramaturgia de uno a otro se muestra en la selección de los temas (la primera relación sexual, el fraude, la cortesía, la solidaridad), en los escenarios (parques, escuelas) y, peligrosamente, también en la imagen y proyección de sus anfitriones y anfitrionas. ¿Las cubanas y los cubanos adolescentes son esa masa homogénea que muestran esas producciones?
Sin respuesta ante tal interrogante, transitan en la pantalla en días alternos y sin personalidad propia, Quédate conmigo, los lunes; Conexión, los miércoles; y Andado, los viernes. Sus conductores y conductoras padecen también una increíble estandarización, evidente desde las tendencias más cuestionables y descontextualizadas de su vestir, su expresión oral, y la pose ante la cámara.
Tanto Quédate conmigo como Conexión, irrumpieron en la pantalla junto a otros programas corales y juveniles como respuesta a la ausencia de la voz joven en los medios de difusión masiva. Esfuerzos válidos y certeros en sus primeras experiencias, que con el tiempo, contradictoriamente, se han hecho cada vez más parecidos.
En espacios alternativos de debate que se han desatado en organizaciones culturales como la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), en medios de prensa nacionales como CubaSí, la Calle del Medio, Cubadebate y otros, mucho se ha criticado cómo los cantantes más populares en la actualidad (mayormente del fenómeno reguetón) reproducen constantemente en sus canciones y videos clips estereotipos sexistas, retrógrados, que colocan a la mujer en su roles tradicionales de recatada coquetería y otros más burdos. Es llamativo que muchas veces las modelos y los modelos de tales audiovisuales comerciales sean justamente los jóvenes que luego conducen estos programas de orientación sexual.
Más, los directores y guionistas los colocan en esos mismos roles. Cuando una muchacha y un muchacho comparten la conducción del espacio, como casi siempre sucede en Andando, protagonizan una representación en la cual ella es siempre la más comprensiva ante los sentimientos de los otros, la desamparada, y él el protector infalible, medio torpe, pero inteligente.
Las medidas de la belleza
«Montar nuestro personaje ante las cámaras de televisión» era uno de los consejos más recurrentes del periodista de la cadena multinacional Telesur, Rolando Segura, a sus alumnos de periodismo audiovisual en la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana. «Personajes» que evidentemente se montan los hombres y mujeres que conducen espacios televisivos y quienes siempre cumplen a cabalidad con las construcciones de género más tradicionales en una sociedad machista y androcéntrica.
Las expresiones de la heteronormatividad se ubican entre las condiciones más raigales. Será muy difícil sumar representaciones de grupos minoritarios a estos espacios, cuando ni siquiera se ha logrado mostrar la diversidad de género, raza y orientación sexual que viven mujeres y hombres en la sociedad cubana. La proyección de los conductores de los programas de la televisión parte siempre de una actitud viril, que refuerza la masculinidad hegemónica, donde él es el «seductor» de su partner femenino (en caso de que exista). Ella entonces es toda delicadeza, que, real o fingida, la mayoría de las veces resulta en exceso almibarada. La espontaneidad parece estar ausente de la «normatividad» de la televisión cubana. No hay cambio en los patrones de comportamiento de esas figuras que conducen espacios para públicos diversos. Una variedad receptiva demostrada de sobra por los estudios de recepción en comunicación.
En una de sus múltiples definiciones al respecto del arte, Umberto Eco dice que «A menudo la atribución de belleza o de fealdad se ha hecho atendiendo no a criterios estéticos, sino a criterios políticos y sociales». En una sociedad patriarcal como la cubana, aunque tales imágenes pugnen por cambiar a nivel social, el hombre sigue siendo la medida de lo bello, de lo correcto.
Quizás por eso un programa como Ecos de Mujer, que pretendía dar voz a las inquietudes y problemáticas del género femenino, se ha convertido en una hueca retórica, en un eco de los sometimientos del siglo XIX, con sus «quiéreme mucho, dulce amor mío que amante siempre te adoraré», aunque me maltrates te adoraré… o te perdonaré, como resultó en su segunda emisión del mes de febrero.
Su presentadora Rosalía Arnáez, con años de experiencia en la materia, vino a sustituir a la actriz Blanca Rosa Blanco y ciertamente rectificó algunas lagunas del programa, pero casi todas limitadas a aspectos técnicos más que a temáticos, a la relación con la cámara más que al contenido de un programa que si bien tiene un guionista, depende mucho de la inventiva y el criterio de su presentadora ante las variables respuestas de las y los invitados.
Con más tiempo en pantalla, la actriz Tamara Castellanos ha logrado una mejor empatía con el público seguidor de Cuando una Mujer. Pero entonces sí es «golpeada» por un guión esquemático, que cada noche de lunes, también por Cubavisión, la hace repetir una y otra vez la misma presentación o despedida, sea cual sea la historia del programa. Una escasez argumental que recita desafortunadamente la joven Ariana Álvarez, también actriz, en Más allá de la música.
Justamente, son Castellanos y Álvarez, junto a Irela Bravo, de las pocas mujeres negras o mestizas que conducen con regularidad espacios de la televisión nacional. El Noticiero Nacional de Televisión hace su aporte a la diversidad racial sobre todo con las y los presentadores de la sección cultural, pero la representación es proporcionalmente bien escasa en comparación con la cantidad de alternativas que tiene el Sistema Informativo de la Televisión Cubana.
Elegir a actrices y actores para estos roles ha sido una de las tendencias más constantes y peligrosas de la televisión cubana, que pone en riesgo incluso el abordaje de temáticas que requieren necesariamente del criterio de especialistas para ser efectivas o al menos creíbles. La reiteración de rostros de un programa a otro, además de cerrar las puertas a la diversidad, atenta contra la imagen de los mismos, reproduce esquemas de comportamiento de las figuras y hace que los errores de unos pesen sobre los otros. Mediodía en TV, Sitio del Arte, algunas emisiones del Noticiero del Cierre, y hasta la publicidad de la Empresa de Telecomunicaciones, comparten a la joven conductora Bárbara Sánchez Novoa, fiel arquetipo de la mujer tradicional.
Alguien podría pensar que un cambio de mentalidad hacia la proyección de la imagen de la mujer en los medios de comunicación requeriría de una renovación también de los rostros que acompañaron una televisión de décadas de intolerancia. Pero ya lo vimos en subtítulos anteriores: las y los jóvenes presentadores, personas siempre lozanas y «hermosas», inundan hoy programas de corte juvenil reproduciendo los estereotipos más radicales de hembra y macho. Uno de los ejemplos más añejos es sin duda el Somos Multitud de los sábados en la tarde por el canal Tele Rebelde. Todas sonrisitas, coqueterías y guiños a la cámara son también las muchachas de Clip.cu (Sábados, 8 y 30 pm, por el mismo canal). En ambos casos los discursos no verbales son lo más llamativo, por cuanto a través de él reproducen un lenguaje sexista, el mismo de esos videos clips que presentan, sin interés crítico alguno, a pesar de la situación actual de la música cubana y la persistencia de su discurso machista y frívolo en los clips que a partir de ellas se producen.
Zenaida Castro Romeu marca la diferencia. Aquella directora de orquesta de cámara, que se atrevió a pelarse muy corto para, batuta en mano, dirigir una agrupación de mujeres en la década del noventa, hoy es también una transgresora de estereotipos en la televisión cubana. Si entonces lo hizo por aceptación en un mundo predominantemente masculino, o por valentía en su gusto estético, ya no importa mucho. La verdad es que en su espacio Otros Tiempos (jueves, cerca de las 10 de la noche, por Cubavisión) también muestra la eficacia de ser una conductora con conocimiento, sin vanos prejuicios, y con algo tan elemental como la educación de escuchar a aquellos a quienes, por algún motivo, invita. De su mano han llegado a la Televisión Cubana además las primeras cubanas percusionistas, las más destacadas directoras de orquesta, las raperas, Djs, y otras figuras transgresoras de los distintos géneros musicales cubanos. Propuestas hechas sin demasiada rimbombancia, pero que por suerte van mellando la «normalidad» de la que padecen nuestros medios.
En la actualidad, la balanza en la imagen y representación de las y los presentadores de la televisión cubana se inclina hacia la clara reproducción de los estereotipos sexistas y androcéntricos. Un hecho preocupante porque en definitiva ellas y ellos son los «rostros» y «la voz» de los mensajes aportados por esos audiovisuales al público receptor. Las televisoras locales, en auge con la fundación de un canal en cada provincia, padecen la misma estandarización.
FELICITACIONES POR LO ACERTADO Y LO PROFUNDO. GRACIAS POR ESE MATERIAL