A pesar de que para muchos especialistas la cinematografía siempre ha sido machista, patriarcal, un ambiente de y para hombres, a partir del triunfo revolucionario en Cuba, de manera muy paulatina, comienzan a llegar mujeres a los espacios de hacer cine. Sin embargo, no es hasta la década de los 70 que comienzan a aparecer productos que reflejan las problemáticas de ellas en la nueva sociedad.

Si bien entre la década de los 70 y la actualidad se han producido una suma alta de documentales realizados por mujeres (más de 300), estos han sido, en su mayoría, posteriores a 1990 y fuera de los espacios del ICAIC. El ascenso se debe a que en el período de crisis que constituyó la década de los 90 para Cuba se trazaron estrategias que de cierta manera contribuyeron a ampliar y diversificar las formas de producción, sobresaliendo la manera independiente y las coproducciones[1].

Dentro del ICAIC, el período de mayor esplendor de las mujeres realizadoras fue en la década de los 80, en el cual llegan a las cámaras Marisol Trujillo, Rebeca Chávez, Mayra Vilasís, Miriam Talavera e Irene López Kuchilán, nombres que sobresalen cuando de la realización documental cubana se habla.

La década de los ochenta es el momento en que el ICAIC cuenta con un grupo de recursos grandes y logra su mayor cantidad de producción, es el momento en que las mujeres logran conquistar un espacio dentro de la realización. También en este período entra el video como un segundo lenguaje, uno mucho más barato y accesible, que horizontalizó en muchos sentidos, tanto la divulgación de las obras, como la realización.

La obra documentalística del ICAIC, y sobre todo la anterior a los años 2000, ha sido la más sistematizada. Con respecto a las producciones realizadas fuera del ICAIC y posteriores a la década de los 90, resultan casi imposibles de abarcar en su totalidad pues se han diversificado mucho en cuanto a origen y a tecnologías empleadas. La mayoría de los documentales realizados con la llegada del nuevo milenio, han sido o independientes, o en colaboración, con fondos de otros países y compañías, o bien nacidos desde nuevas industrias, como RTV Comercial; o proyectos alternativos como Palomas o el Centro Martin Luther King Jr., por solo citar algunos ejemplos.

Uno de los patrones que se pueden definir es que a pesar de encontrar gran variedad de documentales, en la mayoría de los casos, estos son obras de un grupo selecto de realizadoras. Este fenómeno ocurre sobre todo en el ICAIC. Por ejemplo, entre 1970 y 2015 pueden rastrearse más de 200 documentales dirigidos por mujeres producidos por el ICAIC. Salvo excepciones de autoras que han realizado solo un documental o dos, la mayoría responde a los nombres de Sara Gómez, Marisol Trujillo, Mayra Vilasís, Rebeca Chávez, Mirian Talavera, Lourdes de los Santos, Gloria Argüelles y Marina Ochoa.

Fuera del ICAIC, en destacados centros de producción documental como los Estudios Cinematográficos de las FAR y la Televisión, sobresalen nombres como Belkis Vega, Lizette Vila, Niurka Pérez, Teresa Ordoqui y Gloria Rolando.

En los últimos años, dentro de las escuelas formadoras de realizadores audiovisuales (EICTV y FAMCA) la producción de documentales ha ido in crescendo. Muchos de los estudiantes de estas instituciones, incluso desde antes de graduarse, están desempeñándose en la dirección y producción de documentales. Ese es el caso también de otras facultades de la Universidad de La Habana como la de Comunicación. Además, centros como Televisión Serrana y los diversos telecentros del país han servido como plataforma para que mujeres documentalistas realicen sus proyectos.

Las nuevas generaciones, sobre todo en los últimos años, han aportado una oleada de jóvenes documentalistas que sí sobresalen por su variedad. El acceso a las tecnologías, la posibilidad de realizar proyectos independientes, coproducciones, la creación de más centros de producción cinematográfica en el país, el avance de las tecnologías han aportado nombres de mujeres con una prolífera obra. Entre ellas destacan Susana Barriga, Heidi Hassan, Dianellis Hernández, Ariagna Fajardo, Diana Montero, Ingrid León, entre otras.

El incremento de las mujeres en la dirección documental es un logro importante dentro de las luchas por conseguir la igualdad de oportunidades para ambos sexos en los más diversos sectores, sin embargo, sería un error pensar que por ser mujeres, los documentales estarán abordados desde una perspectiva de género.

Sobre todo en los primeros años de esta sistematización (década de los 70 y los 80) muchos documentales dirigidos por mujeres, igual que los dirigidos por hombres, trataban de reflejar los logros, epopeyas y héroes de la Revolución; tradiciones, flora, fauna, recursos naturales: los más diversos temas eran abordados.

En casi todas las décadas comprendidas en el período objeto de estudio (década de los 70-actualidad) las documentalistas abordaron de manera crítica las problemáticas sociales y de género que encontraba la mujer en su ascenso en la nueva sociedad.

Se pueden citar ejemplos como Mi aporte (1972), de Sara Gómez; Mujeres simplemente (1980), de Belkis Vega; Mujer ante el espejo (1983), de Marisol Trujillo; Cuando una mujer no duerme (1985), de Rebeca Chávez; Esa mujer de tantas estrellas (1987), de Mayra Vilasís; Blanco es mi pelo, negra mi piel (1997), de Marina Ochoa; Una mujer en el ring (2002), de Niurka Pérez; Ivette (2005), de Lourdes de los Santos, y La deseada justicia (2006), de Lizette Vila, entre muchas otras obras de estas y otras documentalistas.

Entre los temas más abordados por las realizadoras sobresalen el rescate de la vida y obra de mujeres que de alguna forma habían sido olvidadas por la historia, u otros que rinden una vez más homenaje a destacadas cubanas. Ejemplo de ello son, entre otras obras, María Luisa (1985), de Belkis Vega; Esa mujer de tantas estrellas (1987), de Mayra Vilasís; Yo soy Juana Bacallao (1989), de Miriam Talavera, y Loipa, existencia en plenitud (2011), de Gloria Argüelles.

Miradas de género: aciertos y desafíos

Sin dudas, ha existido una evolución en relación con el abordaje de las temáticas de género en los documentales. Si bien en un inicio las realizadoras denunciaban a través de las cámaras las diferencias existentes entre hombres y mujeres, y algunas manifestaciones de discriminación y subordinación; es evidente en sus propuestas que no estaban partiendo de un conocimiento teórico del género y el feminismo. Hay que reconocer que no eran temas abundantemente tratados ―o estudiados― en la Isla en la época.

Para la recientemente fallecida doctora Isabel Moya, en estos primeros documentales se puede hablar de una lucha por la igualdad, pero de género ―y sobre todo de reflejo y denuncia de la violencia de género―, no se puede hablar hasta el documental de Lizette Vila La deseada justicia (2006)[2].

La mayoría de los expertos entrevistados o consultados para esta investigación coinciden en que si bien es cierto que el desarrollo de las tecnologías, la diversificación en las formas de producción y divulgación de las obras, el incremento de los estudios de género en las diferentes facultades[3] y centros del país, han hecho que el número de mujeres detrás de cámara haya aumentado considerablemente en los últimos 15 años. Es innegable que ello no significa que la presencia de la perspectiva de género en las obras de las mujeres documentalistas tenga un incremento paralelo o de similar magnitud.

Según Moya, en el documental más actual, si bien es cierto que hay un abordaje muy grande de las temáticas de la mujer, no siempre ocurre desde una perspectiva de género, incluso que muchas veces se aborda porque hay una realidad que llama la atención del realizador o de la realizadora y con esa característica tan especial que tiene el arte es capaz de recoger problemáticas que no vemos en la prensa y que son hoy esenciales.

En ese sentido, muchos materiales no poseen una perspectiva de género pues muestran el fenómeno, pero no se detienen a profundizar en sus causas; se conforman con una descripción. Para Moya, la perspectiva de género posee entre sus presupuestos el de develar las causas de la subordinación, de la discriminación de las mujeres y no le es suficiente esa descripción.

“Eso se ve cuando uno siente que en la voz de los entrevistados, de los expertos, el tema se podía haber explotado más, que daba para más”[4].

Sin embargo, existen cambios conceptuales y formales en el tratamiento del género que demuestran que existe esta perspectiva y además han propiciado una evolución.

En la década de los 70 u 80 existían dos retóricas fundamentales a la hora de abordar los documentales. Una era desde el triunfalismo y la otra desde la retórica del machismo representado desde el estereotipo. Se hablaba del machismo, pero de una forma más exterior, un machismo que frenaba la participación de las mujeres; y por supuesto, la otra retórica era la de aquellas epopeyas, los grandes héroes, el éxito de lo logrado.

Actualmente de esos conceptos se ha transitado a una mirada más intimista, a dónde están las brechas que perviven hoy. Incluso hay quien asegura que ya no se habla de los logros de las cubanas, sino que lo que abundan son obras con una mirada crítica a lo que se ha alcanzado.

En cuanto a la evolución de los temas y las formas de abordarlos la investigadora y feminista Danae Diéguez argumenta que la más nueva generación de documentalistas crean sus obras muchas veces al margen de las instituciones y en sus propuestas existen, desde la asunción del lenguaje, búsquedas que recolocan, no solo a sujetos invisibles en las imágenes sobre la nación, sino también problemáticas que examinan nuevos puntos de vista sobre las relaciones de género dentro de nuestro contexto social y cultural[5].

No se trata de esencialismo triviales, ni binarismos ridículos, no se trata de que ser mujer implique solamente hablar de mujeres, o de temas que le interesen a mujeres; al contrario, hay muchos hombres realizando documentales con perspectiva de género y mujeres que reproducen sin cesar los patrones machistas en sus obras.

Para hablar de un cine o un documental, en este caso de ellas ―o mejor, con conciencia de género―, no bastaría mencionar si han aumentado detrás de cámaras, sino que sería necesario un desmontaje de las propuestas y una revisión de si repiten los paradigmas machistas o si han nacido de estas obras de ellas nuevas maneras de narrar, nuevas aristas que mostrar, una clara lucha por reflejar aquello que durante mucho tiempo las mantuvo discriminadas, subordinadas, o violentadas por motivos de género.

En ese sentido, sobre todo las nuevas generaciones de realizadoras, han ido reposicionando temas y puntos de vista asociados a las subjetividades y conflictos de las mujeres. Las formas de representarlos varían y los géneros cinematográficos que han servido de soporte también; sin embargo, destacan como temas más reiterados la emigración femenina (Tierra Roja, Heidi Hassan), el erotismo y el cuerpo de las mujeres asociados al espacio público y privado (El Patio de mi casa, Patricia Ramos), las mujeres y su relación con la racialidad y el cuerpo (Extravío, Daniellys Hernández), los procesos de autorepresentación para responderse de dónde vienen y quiénes son (The Illusion, Susana Barriga; Él eres tú, Diana Montero; Tormentas de Verano, Heidi Hassan), las diversas formas de violencia hacia las mujeres (Mírame, mi amor, Marilyn Solaya; El pez de la torre nada en el asfalto, Adriana F. Castellanos; Palimpsesto, Ayleé Ibañez; Misericordia, Maryulis Alfonso), las diversidades asociadas a los discursos sociales y sexuales del cuerpo femenino (En el cuerpo equivocado, Marilyn Solaya; Tacones Cercanos, Jessica Rodríguez) entre otros temas como el de la autonomía femenina (El grito, Milena Almira). (Diéguez, 2014)

Para Moya, hablar de la perspectiva de género en el documental cubano implica analizar algunas obras en específico, y la documentalística en sentido general. Refiere que está presente en la obra de documentalistas como Marilyn Solaya, Lizette Vila, Niurka Pérez, Belkis Vega, lo cual resulta muy interesante porque esas mujeres han ido transitando de una aproximación al tema a una militancia en el tema. Ya no es solo sus obras, sino que dan clases, generan talleres, enseñan, son militantes de esa concepción de que en este mundo mejor que queremos tiene que haber mucha más integración, participación y equidad para las mujeres.

 


[1] Hernández, S. L. (2007). Cine cubano. El camino de las coproducciones (Tesis doctoral). Universidad de Santiago de Compostela, Santiago de Compostela. P.145.

[2] Moya, I. (2016). Entrevista personal. Fecha de realización: 28/ 03/ 16

[3] Según la periodista Dixie Edith Trinquete, aunque los estudios de género y con perspectiva feminista han crecido en la última década en el país, aún se mantienen concentrados en actividades de postgrado, fundamentalmente como proyectos de investigación, temas de maestrías y de algunos doctorados. Muy pocas carreras tienen asignaturas de género contempladas en el currículo obligatorio, algunas lo incorporan como asignaturas optativas (Trinquete, D. E. (2013). “Cuba: Estudios de género, ¿al margen de la academia?”. En: SEMlac. Recuperado de http://redsemlac.net/index.php/genero/item/1648-cuba-estudios-de-genero-al-margen-de-la-academia).

[4] Moya, I. (2016). Entrevista personal. Fecha de realización: 28/ 03/ 16

[5] Diéguez, D. (2013). Mujeres detrás de cámara. Recuperado de https://issuu.com/tsunun/docs/para_jugar

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