Durante los últimos años la sociedad cubana ha experimentado cambios notables. Transformaciones en todos los aspectos de la realidad son palpables y se pueden corroborar con una rápida mirada a la cotidianidad de su gente. Sin embargo, existe un aspecto que se hace muy evidente si alguien decide dar un paseo por las calles y parques de cabecera en cualquier provincia del país: el mayor acceso a las nuevas tecnologías de la información y las telecomunicaciones así como a diversos programas que, a través de la conexión wifi, les facilitan estar en contacto con familiares y amistades residentes en el país y en el extranjero.
La juventud constituye uno de los grupos etarios más visibles dentro de estos escenarios, siendo su inserción en las redes sociales un hecho bastante recurrente. El mundo virtual comienza a ocupar, como nunca antes, un espacio en sus vidas personales, dando lugar a una profunda imbricación entre la realidad online y la offline. Estos “nuevos” canales de expresión van modulando las formas de comunicación y las relaciones de grupo; mediante ellos, sus universos se reinventan constantemente.
A través de las redes sociales adolescentes y jóvenes chatean durante horas, intercambian información, socializan fotos y datos personales, hacen declaraciones, notifican la existencia de eventos importantes, anuncian sus estados de ánimo, etcétera. Pero, a diferencia de lo que acontece en el mundo fáctico, en el virtual generalmente estos acontecimientos adquieren un carácter público de manera automática, sin que las personas implicadas puedan medir el alcance que tiene el dato publicado en poco tiempo y las implicaciones negativas que puede acarrear su difusión.
La exposición de la vida personal impulsada por las redes genera vulnerabilidad a padecer nuevas y viejas formas de violencia. Este hecho se debe al control que unas personas pueden llegar a tener sobre otras a partir de la información que circula entre los internautas. Vale acotar que el uso de las redes posibilita observar y ser objeto de observación, a menudo de modo imperceptible, por personas de cuya identidad a veces ni sospechamos.
Según investigaciones, la violencia virtual ocupa un espacio amplio en las redes sociales y cada día adquiere dimensiones mayores y formas más invasivas de expresarse. Las construcciones sociogenéricas que moldean nuestras sociedades juegan un papel central en la manera en que este fenómeno se configura; pues como en toda manifestación del poder patriarcal su fin es, en última instancia, perpetuar la dominación masculina.
Este hecho explica el por qué las víctimas fundamentales de esta problemática social son las mujeres, ya que ellas son contactadas y luego asediadas por el único motivo de pertenecer a este sexo. Este resulta un elemento crucial para lograr una explicación real del por qué algunos hombres se toman el derecho de enviarles mensajes o vigilar sus perfiles en la búsqueda de datos personales. Ellos funcionan bajo los preceptos de una cultura machista que justifica y legitima este tipo de procederes.
Durante los últimos años la sociedad cubana ha experimentado cambios notables. Transformaciones en todos los aspectos de la realidad son palpables y se pueden corroborar con una rápida mirada a la cotidianidad de su gente. Sin embargo, existe un aspecto que se hace muy evidente si alguien decide dar un paseo por las calles y parques de cabecera en cualquier provincia del país: el mayor acceso a las nuevas tecnologías de la información y las telecomunicaciones así como a diversos programas que, a través de la conexión wifi, les facilitan estar en contacto con familiares y amistades residentes en el país y en el extranjero.
La juventud constituye uno de los grupos etarios más visibles dentro de estos escenarios, siendo su inserción en las redes sociales un hecho bastante recurrente. El mundo virtual comienza a ocupar, como nunca antes, un espacio en sus vidas personales, dando lugar a una profunda imbricación entre la realidad online y la offline. Estos “nuevos” canales de expresión van modulando las formas de comunicación y las relaciones de grupo; mediante ellos, sus universos se reinventan constantemente.
A través de las redes sociales adolescentes y jóvenes chatean durante horas, intercambian información, socializan fotos y datos personales, hacen declaraciones, notifican la existencia de eventos importantes, anuncian sus estados de ánimo, etcétera. Pero, a diferencia de lo que acontece en el mundo fáctico, en el virtual generalmente estos acontecimientos adquieren un carácter público de manera automática, sin que las personas implicadas puedan medir el alcance que tiene el dato publicado en poco tiempo y las implicaciones negativas que puede acarrear su difusión.
La exposición de la vida personal impulsada por las redes genera vulnerabilidad a padecer nuevas y viejas formas de violencia. Este hecho se debe al control que unas personas pueden llegar a tener sobre otras a partir de la información que circula entre los internautas. Vale acotar que el uso de las redes posibilita observar y ser objeto de observación, a menudo de modo imperceptible, por personas de cuya identidad a veces ni sospechamos.
Según investigaciones, la violencia virtual ocupa un espacio amplio en las redes sociales y cada día adquiere dimensiones mayores y formas más invasivas de expresarse. Las construcciones sociogenéricas que moldean nuestras sociedades juegan un papel central en la manera en que este fenómeno se configura; pues como en toda manifestación del poder patriarcal su fin es, en última instancia, perpetuar la dominación masculina.
Este hecho explica el por qué las víctimas fundamentales de esta problemática social son las mujeres, ya que ellas son contactadas y luego asediadas por el único motivo de pertenecer a este sexo. Este resulta un elemento crucial para lograr una explicación real del por qué algunos hombres se toman el derecho de enviarles mensajes o vigilar sus perfiles en la búsqueda de datos personales. Ellos funcionan bajo los preceptos de una cultura machista que justifica y legitima este tipo de procederes.
Por su naturalización y sutileza, la mayor parte del tiempo estos actos pasan inadvertidos o son ignorados por las víctimas; pero cuando su expresión se sale de la pantalla y se concreta en el mundo real, la historia cambia.
El amigo de mi amigo en Facebook
Facebook resulta uno de los espacios virtuales más frecuentados por quienes cuentan con conexión a internet en el país, principalmente por menores de 30 años. La población universitaria ocupa buena parte de las casi tres millones de computadoras conectadas a internet en Cuba, según datos de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información[1]. Si bien el uso que hace el estudiantado de dicha conexión es diverso, es común verles sobre todo en horas de mañana conectados a este sitio. Sin embargo, son pocos los estudios que han profundizado en el análisis de este hecho[2], por lo que este resulta un universo de investigación prácticamente virgen.
La inserción en las redes sociales, y en especial en Facebook, por parte de nuestra juventud, ha supuesto una transformación en la manera de relacionarse, comunicarse e interactuar. Incluso, en ocasiones, ha llegado a convertirse en un espacio de preferencia para la socialización, en tanto permite consolidar viejas amistades y crear otras tan sólo hacer un click. Pero, ¿qué acontecimientos pueden ocurrir tras aceptar la solicitud de amistad de un desconocido en esta red?
La historia de Dania y Manuel, acontecida el pasado curso académico en la Universidad de la Habana, es un ejemplo de ello. A continuación se muestran algunos pormenores de la misma aportados por la joven con motivo del presente estudio.
TODO empezó por Facebook…
Un día llega Manuel y me dice que él me había hecho una solicitud de amistad y que yo no se la había aceptado aún. No lo conocía y por supuesto que lo primero que hice fue preguntarle quién era. Me explicó que era amigo de un amigo mío y que me contactaba luego de recibir la sugerencia de solicitar mi amistad por parte del mismo. Vuelve a pasar el tiempo y yo nada de nada, es que prácticamente no entro al sitio. Entonces, como veía que yo no le aceptaba, me empezó a hostigar preguntándome por qué no lo había hecho, hasta que finalmente lo acepté y fue lo peor que hice.
El resultado final ha sido que ahora me tiene loca, es amigo de todos mis contactos en Facebook, tanto de mis amigos como de mis familiares. ¡Es horrible!, pues no sólo los ha incluido entre sus contactos sino que domina toda la información publicada por ellos.
Como estudiamos en la misma facultad, nos vemos todos los días. Yo en realidad no sé cuál es su verdadera intención, pero me tiene atemorizada. Viene a cuestionarme mis acciones y hace referencia a información personal que nunca he tenido a bien compartirle. Me pregunta sobre mi discapacidad y el por qué yo no camino si una atleta paralímpica con el mismo padecimiento lo hace, indaga sobre mis actividades, mis amistades y hasta por sucesos familiares tan delicados como la muerte de mi madre. Resultan increíbles las cosas que me dice y los datos que maneja. Por ejemplo, el busca a un amigo mío y se aprende toda la información de este, capta aspectos como el cumpleaños, sus hobbies, si está en pareja o no, a lo que se dedica, etcétera, y luego viene y me lo comenta para demostrarme que está enterado de cosas que yo a veces ni suelo recordar. Me ha llegado a decir hasta el número exacto de amigos que tengo en Facebook.
No sólo con mis amigos ha hecho esto, sino con mi padre. Domina a la perfección datos personales de mi papá, cómo se llama, dónde estudió, de qué se graduó, cuántos años tiene, dónde trabaja, etcétera. Cuando viene y hace alarde de la información que domina me asusto, porque no sé bien qué intención se esconde detrás de tan marcado interés. Me sorprende que sepa tanto de mi vida y de mi gente.
Según me han dicho, está obsesionado con manejar muchos datos y tener la mayor cantidad de ciberamistades. Tengo entendido que padece de un autismo ligero y que cuando hace fijación con
algo es difícil sacarlo de ese interés. Él estudiaba antes en la Facultad de Comunicación y allí tuvo problemas porque lo agarraron copiando la información personal de los trabajadores del centro. Según me contaron, allí le hizo la vida imposible a un muchacho y ahora que llegó a esta facultad parece que pretende hacer lo mismo conmigo.
Lo peor es que yo casi no me conecto, ni subo información a Facebook para evitar situaciones como esta; pero mis amistades si lo hacen y cuando me etiquetan en algún evento, él se entera. Conoce mis gustos, algunas de mis rutinas, a mis amistades, lo que yo hago durante mi tiempo libre y otros pormenores de mi vida cotidiana.
Como no tiene la posibilidad de usar directamente las herramientas de esta red social para afectarme, saca de ahí la información para acosarme en el mundo real. No hay una mañana que no pase por aquí a preguntarme cualquier cosa o a comentarme alguna de las informaciones que obtuvo. Hace unos días me asusté mucho porque me estaba llamando y cuando me hice la desentendida para huirle, me alcanzó y me jaló fuerte por un abrazo para que le prestara atención. Como estoy en una silla de rueda no puedo escapar fácilmente de sus pretensiones y a veces temo por mi seguridad, sobre todo cuando tengo que hacer gestiones y no estoy acompañada.
Esto se ha convertido en un verdadero tormento, pues constituye una violación total de mi privacidad y no tengo idea de cómo va a terminar esta historia.
Un corto pero necesario análisis…
Por suerte, esta historia terminó con la expulsión de Manuel de la Facultad por una indisciplina y Dania no lo ha vuelto a ver desde. Sin embargo, la experiencia permite ejemplificar la necesidad de poner atención al uso que hacen nuestros estudiantes de las redes y a las situaciones violentas que se pueden suscitar a partir de la actividad que tienen dentro de las mismas.
Se puso en evidencia cómo los datos personales que se colocan dentro de estos espacios pueden constituir un peligro, si no se dominan las herramientas necesarias para garantizar que se conozcan sólo por personas queridas y/o de confianza. También muestra el modo en que pueden llegar a interconectarse el mundo virtual y el fáctico a partir de la violencia psicológica manifestada en el acoso y el hostigamiento.
Por último, vale destacar que el estudio corrobora realidades que han sido descritas por investigaciones previas, sobre todo en relación a las diferencias de género que existen, no sólo en el reconocimiento de este fenómeno, sino también en las reacciones ante las agresiones que se suscitan. Algunas autoras destacan que si bien algunas personas reaccionan mayormente con sentimientos de rabia, estos sucesos suelen provocar en ellas tristeza, miedo e impotencia[3].
Medidas a implementar…
A través de estas líneas se ha querido visibilizar cómo las redes sociales se han convertido en plataformas donde se concretan abusos contra las mujeres; así como la indefensión e impotencia que pueden llegar a sentir algunas personas jóvenes al no contar con los recursos para prevenir este mal. Esta situación muestra un nuevo horizonte en el trabajo preventivo y de atención a este flagelo, al menos en el contexto cubano, donde la expansión de este fenómeno es reciente.
A pesar de lo planteado, las redes sociales también presentan potencialidades para la educación y la prevención nada desdeñables. A través de ellas se pueden crear espacios y mensajes destinados a la prevención y sensibilización en temas de género y equidad; difundir resultados de estudios sobre la (re) producción de las inequidades de género en las redes sociales; promover el activismo social informático como elemento fundamental para la consecución de un uso igualitario de los espacios digitales y denunciar el uso sexista y/o violento que se hace de las mismas.
Crear un mundo virtual diferente donde los estereotipos, los mitos y las creencias sociogenéricas se transformen, pasa sin duda por crear y construir nuevos mensajes, nuevos modelos, nuevos espacios virtuales y presenciales, por alzar nuestras voces y desarrollar estrategias colectivas
5 y/o individuales que limiten la aparición de situaciones violentas como la anteriormente reseñada.
Entre las iniciativas que podrían llevarse a cabo aparecen las siguientes:
a. Eliminar los rastros de navegación (historial, archivos temporales, etcétera).
b. Construir contraseñas complejas, en las que se alternen números y letras mayúsculas y minúsculas.
c. Cambiar la contraseña personal con frecuencia y no usar la misma contraseña para todo.
d. No compartir contraseñas.
e. Limitar los contactos a personas conocidas. Las amistades virtuales no tienen por qué compartir sus mismos valores y a veces pueden hasta resultar personas desconocidas.
f. Activar las aplicaciones de privacidad en las redes sociales, y otros usos similares.
g. Valorar el tipo de información que se pretende socializar antes de subirla a la red, para de ese modo no dar pasos que luego provoquen arrepentimientos.
h. En caso de identificar o padecer algún tipo de violencia a partir de contenidos socializados en las redes, denunciar y advertir rápidamente a los contactos.
Tomando algunas de estas medidas resultará menos probable la aparición de agresiones, ya sea de personas que no ocultan su verdadera identidad, como de aquellas que se refugian en el anonimato que les ofrece internet o roban una identidad para acosar sin ser descubiertas. Pongamos manos a la obra hagamos de la red de redes un espacio de mayor justicia y equidad.
[1] Hernández, Helen (2014). “Estudiantes replican desigualdades de género desde Facebook”. En: http://redsemlac-cuba.net/comunicacion/estudiantes-replican-desigualdades-de-g%C3%A9nero-desde-facebook.html. Consultada: 6 de diciembre de 2016.
[2] López, Ariel (2014). “Facebook ¿Una red social donde se reproducen desigualdades de género?”. Tesis de Licenciatura en Comunicación Social, Universidad de la Habana.
[3] Estébanez, Ianire y Vázquez, Norma (2013). La desigualdad de género y el sexismo en las redes sociales. San Sebastian: Eusko Jaurlaritzaren Argitalpen Zerbitzu Nagusia – Servicio Central de Publicaciones del Gobierno Vasco. P-18