Estudiar con detenimiento la presencia femenina en el devenir de la fotografía cubana es una de las asignaturas pendientes de la historia de mujeres. Sus representaciones han sido acaso un poco más debatidas, pero no ha sido así con su impronta en el oficio.

La aparición de artistas como Cirenaica Moreira, Martha María Pérez y la cubanoamericana Ana Mendieta entre las décadas de 1980 y 1990 contribuyó a forjar un mito alrededor de las mujeres que se dedican profesionalmente a la fotografía creativa. Desde marcadas diferencias conceptuales, ellas tomaron la autorrepresentación de la feminidad y la maternidad como principal punto de partida. «Performances», concebidos e interpretados por ellas mismas, y la construcción explícita de escenas o personajes para ser fotografiados mediante distintas técnicas, forjaron la identificación de un estilo en sus disímiles series, casi todas muy polémicas para sus contemporáneos.

En los casos de Moreira y Mendieta, su interés por asumir la fotografía como discurso cultural y debate político tuvo mucho que ver con sus formaciones académicas en las artes escénicas; pero también con marcadas carencias en las representaciones femeninas en la plástica.

Ellas se reconocen como transgresoras de un espacio muy masculinizado. Antes de su inclusión en el canon, llevaba nombres masculinos toda la fotografía épica de los años 60 del siglo XX, y también el retorno al individuo que vivió la estética de 1970.

La figura de Norka Méndez, por ejemplo, es una de las pocas que trascendió los inicios de la fotografía comercial en Cuba. Todo porque en los años 50 fue el rostro más socorrido de la imagen de moda en el país, impulsada por ella misma y por el destacado fotógrafo Alberto Korda.

Los vacíos históricos asociados a la manifestación se remontan a su arribo a la isla en el siglo XIX. Si Korda y Osvaldo Salas son mencionados una y otra vez como referentes de la fotografía nacional, por la común presencia, durante más de tres décadas de sus obras documentales en medios masivos, pocas personas conocen nombres como los de Encarnación Aróstegui.

En 1851, varias galerías de daguerrotipo habían prosperado en La Habana, cuando llegó el gallego Pedro Arias, con su esposa e hijo, para adquirir un estudio ubicado en la calle O’Reilly. De 1853 data la primera constancia del trabajo profesional como fotógrafa (o daguerrotipista) de Encarnación Aróstegui, esposa de Arias y su compañera en la experimentación con las diferentes técnicas de la época. El 4 de febrero de 1853, El Diario de la Marina la menciona como «retratista» de confianza en el estudio de su esposo, y convoca a las damas de sociedad a contratar sus servicios.

Ser mujer le permitía arreglar los vestidos de sus semejantes sin que el acto implicara ofensas. Varios historiadores tratan de simplificar este ardid comercial en el trabajo de Aróstegui en el estudio de su familia, a pesar de que ella sostuvo el negocio mucho después de que su esposo murió.

Lo cierto es que la joven Isolina Amezaga siguió sus pasos. Fue famosa en la década de 1880 por fotografiar paisajes matanceros. Mientras los anuarios de finales del siglo XIX se refieren al amplio trabajo como retratista de Clara García, dueña de una galería en la calle Compostela. Su estudio fue pionero en el uso de lámparas eléctricas a partir de 1896. Los documentos de entonces censan a siete mujeres fotógrafas en el país. La cifra no es deleznable cuando se sabe que la Academia de Artes de San Alejandro solo les abrió sus puertas, por excepciones, en 1879.

1 Periodista cubana. Ha trabajado en diversos medios impresos y digitales como las revistas Bohemia, Tablas y La Gaceta de Cuba y otros como La Jiribilla, UNEAC, y la sección especializada en fotografía 70×70 de la web IPS-Cuba. Especialista en teatro y con varias investigaciones sobre el escritor cubano Virgilio Piñera. Textos suyos buscan relacionar las dimensiones de género y su incidencia en el campo cultural cubano.

Las mujeres cubanas, que en el presente se profesionalizan en la fotografía, son herederas de esta extensa pero poco divulgada tradición. Una historia que en los espacios públicos sigue opacada por el despertar épico y masculino de los años 60 del siglo XX.

"Turno de la mañana", de Carolina VilchesOtros presentes

Se dice que el rápido desarrollo de las tecnologías contribuyó decisivamente a la inclusión de mujeres en espacios donde se practica, por ejemplo, fotografía de prensa. En la última década, pequeñas tarjetas digitales sustituyeron a los rollos, se redujo mucho el tamaño de baterías, flashes y demás aditamentos, aligerándose el peso total del equipamiento que deben cargar por horas quienes practican el fotoperiodismo.

Mas los límites entre ellas y ellos siguen marcados. Un artista como Korda es reconocido como precursor de las fotografías submarina, de modas y documental en Cuba. Es cierto que el auge del oficio y la democratización de la tecnología empleada incrementaron el número de profesionales y aficionados, desdibujando el fuerte reconocimiento individual que caracterizó a la práctica en décadas anteriores. Pero creadores como Iván Soca, Tomás Inda, Ángel Alderete, con marcada presencia expositiva en los últimos años, son exponentes de diferentes manifestaciones dentro de la fotografía. Cada uno de ellos es reconocido por competencias que comprenden desde la foto artística y documental hasta el fotoperiodismo y la pedagogía. Lo mismo sucede con otros más jóvenes como Kaloian Santos o Erick Coll, éste último con amplia carrera en la publicidad.

Mientras, las cubanas continúan en ascenso en el espacio público, pero enmarcadas en expresiones específicas. Mercedes Ramírez, Martha Vecino y Carolina Vilches son algunas de las mujeres que por más tiempo han hecho fotografía de prensa. Las revistas Mujeres y Bohemia y los espacios informativos impresos de la provincia de Villa Clara, respectivamente, han publicado durante años sus trabajos. Vecino incursiona además en la fotografía fija en televisión y Vilches en la creativa, pero sus colegas las identifican sin dudar como fotorreporteras.

Otras más jóvenes como Yordanka Almaguer, Yaimí Ravelo o Anaray Lorenzo ocupan cada vez más espacios editoriales en medios impresos de prensa tradicional y publicaciones digitales como la revista de cultura La Jiribilla y la Agencia Cubana de Noticias (ACN). De manera mayoritaria, aunque no absoluta, se perpetúan sus asociaciones a la cobertura periodística de temas sociales y culturales, en comparación con otros como el deporte o la política, reservados por tradición a los hombres.

En las expresiones artística y documental sucede otro tanto. Nombres como los de Glenda Salazar, Leysis Quesada, Lisandra Isabel García López y María Cienfuegos encabezan esta relación. Ellas casi siempre utilizan la fotografía creativa como un medio de expresión o ventana hacia sus carreras más amplias como artistas plásticas.

sto no las exime de ser abordadas como fotógrafas intimistas, dedicadas a temáticas familiares, circunscritas a aquel mito de «temas femeninos» que abordaron con total autenticidad sus predecesoras.

Si bien la representación de las mujeres es el sino asumido conscientemente en algunas de las series de estas jóvenes, sus creaciones contemporáneas muestran una asombrosa versatilidad relacionada sobre todo con soportes y técnicas. El espacio privado no es su único motivo fotográfico, tampoco el cuerpo femenino. Contar con objetividad, detalle y compromiso la historia que las antecede contribuirá sin dudas a reconocer las diferencias de su presente.

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