En las últimas cinco o seis décadas los personajes femeninos en el cine latinoamericano han ido cambiando desde heroínas lacrimógenas, dependientes y estereotipadas hacia mujeres más fuertes, más visibles. Y aún cuando el camino ha estado repleto de trabas –que aún persisten- , los créditos del cine que se hace en nuestros países cada vez más, también, se pueblan de nombres de mujeres.
Una buena muestra fue la edición 39 del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano convocado en La Habana entre el 8 y el 17 del pasado diciembre. Junto a una vocación manifiesta de contar historias fuertemente enlazadas a la identidad y la vida latinoamericana, el evento cinematográfico sorprendió favorablemente por la cantidad de filmes hechos por mujeres.
Aunque fueron proyectados cerca de 400 películas, el segmento competitivo incluyó 19 largometrajes de ficción, 18 cortos y mediometrajes, 18 óperas primas, 23 documentales, 16 animados, 20 guiones inéditos y 24 carteles. El 34 por ciento de esa muestra tenía cuño femenino y de los 34 premios entregados, 25 fueron a manos de directoras, guionistas, actrices, etcétera.
Por solo poner algunos ejemplos notables, la película argentina Alanis, de la directora Anahí Berneri, conquistó el Premio Coral al Mejor Largometraje de Ficción y su protagonista, Sofía Gala, se alzó con el lauro de Actuación Femenina, compartido con la chilena Daniela Vega, del filme Una mujer fantástica.
La directora argentina Lucrecia Martel sostuvo el Coral de Dirección por Zama, película que triunfó en número de reconocimientos pues se llevó, además, el Premio Fipresci (Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica) y los Corales de Mejor Sonido (Guido Berenblum) y Dirección Artística (Renata Pinheiro).
En tanto, el lauro de Opera Prima lo alcanzó la también argentina La novia del desierto, de Valeria Pivaro y María Cecilia Atán; y el Premio Especial del Jurado de Opera Prima lo logró la colombiana Matar a Jesús, de Laura Mora. Esta cinta fue distinguida igualmente con los premios colaterales de Casa de las Américas y el Glauber Rocha, de la Agencia Informativa Latinoamericana Prensa Latina.
Pero el público también pudo juzgar Las dos Irenes, de Fabio Augusto Meira (Brasil); Las hijas de Abril, de Michel Ari Franco (México); Una segunda madre, de Anna Muylaert (Brasil); o Medea (Costa Rica, Argentina, Chile), dirigida por Alejandra Latishev.
También, Las mujeres deciden, documental ecuatoriano dirigido por la española Xiana Yago, que aborda de manera realista la violencia de género; y Amazona (Colombia) de la Clare Weiskopf.
Recorrido con vallas
Para las mujeres, cubrir el 39 Festival de La Habana ha significado un camino largo y tortuoso. Durante mucho tiempo su labor cinematográfica estuvo oculta o subordinada a la que realizan los hombres. Mientras ellos han sido mayoría en roles de dirección, producción, fotografía, guiones, ellas fueron desplazadas a tareas como el vestuario, el maquillaje y, en algunas ocasiones, la edición.
Ese escenario ha ido cambiando. Un breve y vertiginoso recorrido por la historia del cine de la región permite apreciar cómo, desde personajes femeninos débiles y estereotipados, en filmes dirigidos y escritos por hombres, se va llegando al reflejo de nuevas identidades de los sujetos femeninos en el cine, materializados ya en las décadas finales del pasado siglo XX en obras como las de la argentina María Luisa Bemberg (Yo la peor de todas), o la mexicana María Novaro (El jardín del Edén).
Aunque están lejos los tiempos en que la propia Novaro tuvo que tramitar un permiso oficial ante el sindicato del cine de México, su país, para poder dirigir su ópera prima, hay prejuicios que persisten.
A juicio de la investigadora mexicana Patricia Torres San Martín, fue en el marco de las luchas por los derechos de la mujer en las pasadas décadas del sesenta y setenta que se incrementó de manera apreciable el número de realizadoras, reunidas en torno a colectivos de cine de mujeres en algunos países como México, Colombia y Venezuela.
En su artículo titulado «Mujeres detrás de cámara. Una historia de conquistas y victorias en el cine latinoamericano», publicado a fines de 2008 en la revista mexicana Nueva sociedad, Torres aseveró que «las guerreras feministas de los sesenta y setenta afirmaron una identidad de género y una autoría propiamente femeninas. Proyectaron la praxis cinematográfica como una expresión política y de emancipación».
Pero si al inicio la visibilidad de la mujer cineasta se limitaba a una serie de nombres tales como la propia María Luisa Bemberg, Lita Stantic o la guionista Aída Bortnik, por solo citar tres ejemplos, ya en la década de 1990 del siglo XX la explosión de las escuelas de cine y la transformación de los sistemas de producción aseguraron la incorporación masiva de mujeres a la industria del cine.
Sin embargo, es difícil cuantificar la representación de la mujer en la industria cinematográfica continental porque la información no se encuentra sistematizada en todos los países y resulta difícil el acceso a las estadísticas. A la vez, no siempre se cuentan a las mujeres que no son directoras o guionistas y a veces nos perdemos la evolución de las fotógrafas, directoras de arte, editoras, etcétera.
Igualmente, falta material bibliográfico que aborde la obra de las cineastas contemporáneas, con lo cual la historia queda incompleta. Y sin dudas, vale la pena dar una mirada atenta a la producción de documentales y cortometrajes dirigidos por mujeres, que ha ido creciendo en las últimas décadas.
Madres, hijas, esposas, empresarias, víctimas… mujeres empoderadas, ellas van poblando cada vez más el universo cinematográfico. Pero el camino aún es largo.