¿Tienen los hombres un mayor sentido del humor que las mujeres? ¿Por qué existen en Cuba y en el mundo pocas mujeres que se dediquen al humor? ¿Siempre fue así? Estas preguntas fueron eje motivador del II Taller Nacional Prensa, Humor e Identidad, celebrado en enero en el Instituto Internacional de Periodismo José Martí.
A partir de mis reflexiones para uno de los paneles, me gustaría iniciar estas reflexiones tratando de responder la última de las preguntas. Tradicionalmente, las actrices cubanas han tenido la capacidad de pasearse entre los diversos géneros dramáticos, desde la tragedia hasta la comedia, pasando por las aventuras, el policíaco y cuanta representación escénica apareciera.
Rita Montaner, la Única, podía protagonizar comedias ligeras, obras cercanas al teatro bufo y luego, podía emocionar en melodramas y en obras como La Médium, de Menotti. La legendaria Candita Quintana, además de bailar rumba y decir chistes con una comicidad hilarante podía, bajo la batuta de Héctor Quintero, interpretar de manera desgarradora a Iluminada en El Premio Flaco.
María de los Ángeles Santana aparecía los miércoles en la piel de Remigia, la alcaldesa de San Nicolás del Peladero y los lunes podía encarnar en La casa de Bernarda Alba a una alienada María Josefa, que deliraba por un marido con una ovejita en sus brazos. Marta del Río era Finita cada jueves en Casos y cosas de casa y también podía hacer un personaje de Shakespeare o ser la madre borracha de Martine perdida en el bosque, en Rosas a crédito.
Rosita Fornés, la vedette de Cuba, cantaba, bailaba, hacía simpatiquísimos sketches en sus programas musicales, protagonizaba una comedia clásica en La comedia del Domingo y luego se convertía en una Filomena Marturano o era Elena Alving en Espectros de Ibsen. Consuelo Vidal se transmutaba en un fantasma mediador de situaciones cómicas en Detrás de la Fachada, pero aún tenemos un registro fílmico de su capacidad trágica en Yerma, de Lorca, la Elena de Julito el pescador o en Rey y Reina, de Julio García Espinosa. Más para acá, Aurora Basnuevo nos hacía reír al mediodía con su caracterización de Estelvina, en Alegrías de sobremesa y en la noche podía hacer un monólogo dramático escrito por Nicolás Dor sobre un anillo de brillantes.
Por otro lado, actrices como Natalia Herrera o Carmita Ruiz, cada una con personalidades muy fuertes, fueron encasilladas en personajes tipo, limitándose así sus capacidades. Me arriesgo a listar a algunas de estas mujeres, con el peligro de ausencias importantes, porque este es el tema del evento, pero los invito a pensar en la versatilidad de Enrique Santiesteban, Agustín Campos, Reinaldo Miravalles, Carlos Paulín, Juan Carlos Romero, Mario Limonta, etc., etc., etc.
Lo mejor de todo es que el público aceptaba con naturalidad estas transformaciones. Nadie recordaba a Plutarco Tuero cuando veía a Otelo, en la piel de Enrique Santiesteban, estrangulando a Desdémona. Hoy, algunos de nuestros actores, la mayoría con formación académica, o entrenados por maestros que ya no nos acompañan, como Armando Suárez del Villar, pueden moverse con comodidad de un género a otro: Osvaldo Doimeadiós, Carlos Gonzalvo, KiKe Quiñones, Omar Franco, entre otros. Sin embargo, no puedo olvidar cómo el público trataba de encontrar comicidad en el personaje del ladrón en la película Vinci, de Eduardo del Llano, solo porque estaba interpretado por Carlos Gonzalvo.
La no abundancia de actores y actrices con amplio registro dramático ha desacostumbrado a nuestro público a lo que antes era absolutamente natural. Actualmente, los más jóvenes corren el riesgo de encasillarse en un género u otro, si no tienen la suficiente audacia creativa.
En el teatro, después de la desaparición de grandes directores como Héctor Quintero, Berta Martínez y Armando Suárez del Villar pareciera que a nadie le interesa poner en escena las grandes comedias griegas, españolas y cubanas. Se extraña a Aristófanes, a Tirso de Molina, a Lorenzo Luaces, a la Avellaneda.
En la televisión, hasta los personajes caracterizados por el humor, típicos e infaltables en las telenovelas, han desaparecido. Solamente en la tira de programas humorísticos aparecen actores que nos hacen reír, pero lamentablemente, en su mayoría, con la caracterización de un solo personaje o en personajes-tipo de una sola cuerda. Por suerte, nos queda una Edith Masola, que no teme pasar del encanto farandulesco de una presentadora de éxito y de la atracción de una actriz dramática poderosa, a un personaje pegado a lo grotesco como Maritere.
En el cine, después de una etapa saturada de comedias derivadas de la coproducción, donde los personajes estereotipados de la jinetera, el marginal y el homosexual hacían reír con sus excesos, encontrar un personaje humorístico en serio es como buscar una aguja en un pajar, con la honrosa excepción de Bocaccerías habaneras, de Arturo Soto.
Por suerte, queda el registro de una Rosita Fornés haciendo las delicias en Se permuta, o Consuelito Vidal, Reinaldo Miravalles, Albertico Pujols, Beatriz Valdés y Silvia Planas con escenas memorables en Los pájaros tirándole a la escopeta; o una Daysi Granados, monumental en Plaff. Y quedan muy lejanos los tiempos de La muerte de un burócrata o Las doce sillas.
Esta tendencia en la creación artística, de la escena y el audiovisual a la no comedia, lleva a los actores de hoy a desentrenarse en el género y aunque provengan de la academia, que debe prepararlos para todo, muchas veces los formadores tienen el prejuicio de que la comedia es un género secundario que solo sirve para darles popularidad. Recuerdo con beneplácito una graduación de alumnos de la ENA a los que Carlos Díaz entrenaba en Macbeth, y Doimeadiós en una comedia de Shakespeare. Asistí a las sesiones de trabajo porque andaba haciendo casting para mi película y me gustó saber que esos jóvenes serían actores más integrales.
En el caso de las mujeres, la situación es crítica. Hace años participo como jurado en la entrega de los Premios Aquelarre y puedo decir que nos cuesta trabajo encontrar el premio de actuación femenina. Si Mireyita Abreu, del Dúo Cari Care; Yasnai Ricardo, de Komo tú; o Venecia Feria, de Etcétera no traen algo fuerte, el premio corre el peligro de quedar desierto. Hace unos años, un espectáculo como La cita, de Andrea Doimeadiós y Venecia Feria, hizo resurgir las esperanzas de un humor femenino fino, profundo y de excelencia.
Entonces, ¿qué hacer? ¿Es que los hombres tienen mayor sentido del humor que las mujeres? Me niego a creer esto, pero no se puede negar que, dentro de la crisis en la aparición de nuevos talentos para el humor, la escasez de escritoras, directoras y actrices es mayor. Por eso hace bien el Centro Promotor del Humor en promover espacios como este, a ver si entre todos y todas, encontramos los caminos para regresar a aquellos tiempos en que la mujer brillaba no solo por su belleza o su gracia, sino también por su talento para hacer reír.