El cuerpo desnudo, representado a través de las artes, ha desatado (y desata) las más disímiles emociones, los más diversos criterios y las más ambiguas lecturas.El desnudo ha evolucionado a la par de la historia de la fotografía, recorriendo todos los estilos, las tendencias y las intenciones. Desde el silencio y el secreto por romper las normas morales, hasta el quebrantamiento explícito de estas; desde su inclusión en la revolución sexual y la libertad de los cuerpos, hasta la pornografía más burda; desde los propósitos artísticos, hasta la denuncia social.En todo este camino, un denominador común marca el devenir de dicha manifestación y se erige como centro de ella: el cuerpo femenino.
Tal hecho no expresa una renuncia a la representación de los hombres, que sí protagonizan muchas obras de desnudo en la fotografía. Pero, sin lugar a dudas, son la mujeres quienes engrosan la mayor cantidad de obras archivadas por la historia.Asociado con el erotismo, la sexualidad, la profanación de lo divino, la exposición de lo prohibido, el cuerpo femenino prolifera en múltiples creaciones fotográficas donde el rostro no siempre entra en el encuadre.
Para muchos creadores la segmentación del cuerpo refuerza sus fines, que van desde la deshumanización de la persona, confundiéndola con elementos otros de la composición, hasta el ensalzamiento de una zona corpórea en particular, con el fin de reforzar las emociones que esta despierta.
Flash back
Algunos especialistas afirman que el desnudo en la fotografía tiene su origen en la pintura y la escultura, reconociéndolo como la forma artística más clásica y pura, asociada a deidades sobrenaturales y a conceptos de belleza celestiales.
El desnudo fotográfico, como advertimos, comenzó al mismo tiempo que la historia de la fotografía. De su carácter secreto, escandaloso y prohibido, pasó al erotismo solapado, luego al sexo flagrante, y más tarde a la pornografía provocativa. Hoy en día, sin embargo, aparece como un ejercicio estilístico natural, cargado de los mismos matices que cualquier otra manifestación.
Sylvie Aubenas, conservadora del archivo fotográfico de Francia, en un documental producido en ese país hace unos años, Historia de la Fotografía, el desnudo, expresa: “el desnudo en fotografía tuvo muchos problemas para ser aceptado. Los fotógrafos que empezaron a hacerlo hacían trabajo de documentación para otros artistas. Las imágenes que producían no se consideraban obras de arte sino un documento.
“Las primeras fotografías de desnudo eran prácticamente imitaciones de los cuadros y utilizaban las mismas poses que las estatuas de la antigüedad y las odaliscas de Ingres. La mayoría de ellas no eran muy creativas”.
Con un precedente semejante, no se podía aspirar a que en sus inicios la fotografía del desnudo rompiera con los cánones que, según entendidos, la originaron. Por eso se limitaron a regalar las mismas imágenes de mujeres (y hombres, en menor medida) que exhibían las pinturas y esculturas. No obstante este parecido, continuaban relegadas a un plano secundario y oscuro, pues el realismo de las fotos, a pesar de mostrar imágenes casi idénticas a los lienzos, representaba una afrenta a las “buenas costumbres”.
Si bien desde el siglo XIX existían estos trabajos, no fue hasta el siglo XX que realmente salieron de las sombras.
A comienzos de los mil novecientos comenzaron a aparecer fotografías en la prensa, pero las de desnudo solo se toleraban cuando eran artísticas. Ahora bien, ¿qué articulaba este concepto de arte?, pues los patrones edulcorados, adornados y apartados de la realidad que determinaban los decisores al respecto.
Entonces, desde esa penumbra de censura la fotografía del desnudo acompañó a las formas de evolución artística. Por ejemplo, significó el simbolismo con René Le Begue; el impresionismo, con Robert Demachy y con Edward Steichen; y el surrealismo con Man Ray, quien expresó su agitación interior a través de técnicas inventadas por él, como la solarización.
Este despegue del género propulsó además las tendencias y visiones de los artistas y de los propios públicos.
La determinación de una mujer para tomarse fotos en cueros y luego dar su venia para exhibirlas en público, pudiera parecer, y de hecho, es, un acto de liberación. Pero, ¿hasta dónde este hecho rompía moldes, si el cuerpo femenino continuaba encarnando un objeto sexual?
Las mujeres fueron el pretexto para romper prejuicios y a la vez sirvieron para establecer estereotipos de belleza, cánones de moda, y recurrentes mensajes sexuales.
Declaraciones de Helmut Newton sobre una de sus series de desnudo fotográfico femenino lo explica perfectamente: “la idea para esta serie de desnudos se me ocurrió gracias a un recorte de periódico. Vi un artículo de la policía alemana donde había fotos de terroristas, vestidos, por supuesto, pero eran fotos de cuerpo entero, como las mías. Así que lo recorté, lo colgué en la pared y allí lo dejé durante tres o cuatro meses. Un día me dije: ‘quiero hacer una serie de desnudos en las que las chicas no parezcan modelos; no llevarán nada de maquillaje, irán peinadas de un modo antiguo; lo único que importa es que deberán llevar tacones altos’. Yo las llamo ‘mis chicas’, y han sido exhibidas por todo el mundo”.
Al presente
Cuba, como uno de los países pioneros en esta técnica artística, no escapó de las tendencias que marcan su historia en cuanto al desnudo. La mirada inicial fue machista, falocéntrica y sexista; sin embargo, la perspectiva de las mujeres tras la lente cambió el rumbo de este barco.
Rafael Acosta, importante estudioso del tema en la isla, lo corrobora: “El desnudo femenino en nuestra fotografía siempre estuvo marcado por la mirada machista o cuando menos falocéntrica. Eso no lo desmerece, debo decirlo, era la mirada que existía y eso duró muchos años, desde el surgimiento de la fotografía en la isla en su etapa colonial (más o menos casi simultáneamente con el surgimiento de la fotografía en Europa y Estados Unidos, es decir, sobre la década de los cuarenta del siglo XIX) hasta la década de los ochenta del pasado siglo. La perspectiva masculina de la mirada sobre el cuerpo era natural que se impusiera. Sin embargo, hubo en esta etapa inicial un grupo de fotógrafas mujeres que hicieron sus imágenes desde su propia óptica de género.
“Por lo general, las féminas han sido olvidadas en estos panoramas de la visualidad en el país, aunque en tiempos recientes la academia se está ocupando de ellas. El reciente libro Damas, esfinges y mambisas: Mujeres en la fotografía cubana (1842-1902), publicado por Ediciones Boloña, 2016, de Grethel Morell, y una investigación de pre-grado en curso, Catálogo de fotógrafas cubanas.
Las mujeres fotógrafas de Cuba desde 1853 hasta 2013, de Aldeide Delgado Puebla, así lo certifican”.
Confirma Acosta que el punto de giro se dio en los años ochenta del siglo XX, cuando un grupo de artistas, hombres y mujeres, realizaron imágenes del cuerpo alejadas de toda marca anterior; incluso aquellas que trataban el erotismo lo hicieron de una manera otra.
“Fue un cambio temático, de matices, de género, de profundidad de la imagen, de connotaciones plurales, es decir, en todos los órdenes. Cambió nuestra fotografía radicalmente. Marta María Pérez, Juan Carlos Alom, Eduardo Hernández Santos, René Peña, Abigail González, Cirenaica Moreira, entre otros, fueron los principales protagonistas de esa mutación”, resume el estudioso.
Aportando una visión más enfocada en los estudios de género, la especialista Danae Diéguez resalta que lo importante de este cambio radica en la transición de las mujeres de objetos a sujetos.
“La transformación se produce en la mirada ̶ confirma Diéguez ̶ , pues de ser observada pasa a observarse, mirarse a sí misma y ahí el componente representacional cambia. Ese cambio epistemológico es muy importante porque comienza a develar, no lo que otros quieren ver, sino lo que nosotras mismas vemos, lo autorreferencial es clave acá. Después creo que el otro paso se produce cuando comienzan a aparecer rostros e imágenes de mujeres diversas, que muestran esas diversidades y eliminan el contenido esencialista de las representaciones de mujeres: siempre de una forma, un estilo o una imagen que complace a un patrón heteronormado, patriarcal, que hace disfrutar a un veedor masculino a partir de esos estándares de feminidad construidos desde un falogocentrismo trepidante. Así que, entre las mujeres como sujetos, develándose ellas mismas desde sus miradas y las mujeres representando las múltiples formas de ser mujer(es) por ahí comienza el acto liberador en la representación, incluido los desnudos”.
Un cuerpo desnudo siempre representará eso. No hay maneras de enmascararlo de otra forma más allá de un cuerpo desnudo. Más, la forma en que el autor pretenda y logre representarlo, la interpretación de los públicos en torno a lo que ve y -muy importante- la significación que le imprima la modelo a este trabajo, son los elementos que determinan que un desnudo fotográfico marque la diferencia entre el paradigma patriarcal, anclado en nuestros constructos culturales durante siglos.
Precisamente la modelo, aun cuando la figura creadora sea masculina, comienza a jugar un rol determinante en las obras de esta clase.
La bailarina Gabriela Burdsall, pudiéramos decir, tiene cierta experiencia en este estilo de fotografía. Comenzó a explorar el desnudo con el joven creador Erick Coll, a partir de una postura de paisajes sutiles y andróginos a través de los cuerpos. Luego incursionó con Enrique Rottemberg en una obra a tamaño natural, y por último, con Gabriel Guerra Bianchini, en una serie sobre La Habana, todavía en proceso.
“Es muy difícil hablar del desnudo femenino sin discursar desde la mujer y a mí realmente me interesa acercarme a las temáticas de género siempre y cuando sea una inspiración verdadera. Específicamente en la serie Mi habana elegante, el desnudo femenino no es el foco del proyecto, funciona como un elemento que además de ser estético, pretende hacer reflexionar sobre la dualidad cuerpo-arquitectura, sobre el cuerpo como actuante y modificador, sobre la belleza de los espacios, de transformar los espacios, de pertenecer e intercambiar en el lugar donde vives. Las arquitecturas identifican culturas y una de las razones de hacerlo en Cuba y la ciudad tiene que ver con perpetuar su memoria”, comenta Gabriela.
“Tanto la fotografía como la danza son prácticas artísticas y la única manera de desarrollarlas es teniendo contacto con ellas a partir de una experiencia individual con las formas. Honestamente, lo que me proporciona ser bailarina, además de tener un registro amplio de movimiento, es continuar pensando sobre la ‘idea del cuerpo’ como una herramienta poderosa para trascender en aspectos personales y culturales. Mi insistencia en distintos proyectos siempre ha tenido que ver con investigar y crear una conciencia de mi lenguaje corporal en relación con los demás”. Actualmente, muchos artistas usan el desnudo en la fotografía para reforzar otros discursos. Rafael Acosta menciona los temas sociológicos, políticos y de género entre estos, aunque también señala que se emplea al cuerpo sin ropas como “metáfora del mundo”, agrega.
Así lo asumió Gabriel Guerra Bianchini en su mencionada serie Mi habana elegante: “La ciudad de La Habana es de una belleza reconocida. Utilizar este lienzo para luego agregarle el desnudo fue una explosión en mi cabeza. Empezaron a lloverme imágenes de lugares, de posturas, de luces. Entender que no he tenido que investigar en un cuerpo para encontrar una foto mágica, sino que he podido trabajar con dos protagonistas, ciudad y mujer, y ver cómo aparece un balance perfecto entre ambas. De hecho considero que en todas las fotos ese protagonismo compartido se hace notar. Esta serie deja claro que huyo de los estereotipos donde la sexualidad es el mensaje. Con ella encontré ese resultado que trata el desnudo de manera ambigua, sutil. Donde se puede decir, incluso, que no hay erotismo”, explica el creador.
La fotografía cubana más reciente (con sus excepciones), sobre todo en el tratamiento del desnudo femenino, ha alcanzado un nivel estético y de expresión diferente por completo a sus inicios. La comunidad de artistas entiende con mayor interés, la apuesta cultural que representa voltear y desmontar las imágenes donde se representa una hegemonía androcéntrica, para dar paso a prácticas de una profunda liberación de la figura femenina.