Crítica cultural feminista, una voz necesaria

El videoclip continúa generando polémica en Cuba. Al centro de la diana estuvo esta vez el Chupi-Chupi, clip de la canción que defiende el reguetonero Osmany García, quien se auto titula «La voz».

 

A raíz de la crítica pública que hicieran a la canción y al video autoridades musicales y culturales de alto nivel, se desató una polémica en torno a la relevancia que clip y tema musical disfrutaron en los medios de difusión masiva cubanos. Calificado como una grieta en el sistema cultural, la meteórica difusión del Chupi Chupi lo llevó a escalar listas de éxito radiales y televisivas, manteniéndose seis semanas entre los primeros lugares de lo más popular en LUCAS, principal espacio para la promoción del videoclip en Cuba.

Por si fuera poco, días antes de ser censurado, el material se alzó con seis nominaciones en el festival que premia lo mejor de la producción nacional. Su incuestionable factura le mereció el reconocimiento del jurado de LUCAS 2011 en las categorías de edición, fotografía, producción y dirección de arte y, dando crédito musical al tema, también fue nominado en el apartado de video más popular del año y mejor video de reguetón.

Dame un chupi chupi/ Que yo lo disfruti/ Abre la bocuti,/ Y trágatelo tuti.

Dame un chupi chupi,/ Dale ponte cuqui,/ Y apaga la luqui,/ Que se formó el balluqui.

A partir de la desaparición del video de la TV y su eliminación en el certamen, se desataron criterios a favor y en contra de la censura del material, tanto en la prensa impresa -el periódico Granma, del Partido Comunista de Cuba publicó un extenso artículo de una reconocida catedrática- como a través de la red de redes.

La polémica desempolvó el debate que suscitara, durante algún tiempo, el boom del reguetón. A la mayoría de las/os polemistas les preocupa el curso de las políticas culturales y mediáticas en el país; la tergiversación de lo popular a favor de un populismo que niega toda tradición y la consecuente legitimización como lo más querido por «todo el pueblo» de un quehacer musical -no me atrevo a decirle creación- que promueve una imagen basada en el derroche económico, el control y superioridad frente a las demás personas, una identidad personal y cultural que pone en lo externo y material la razón del éxito.

Comparto la mayoría de los certeros y sentidos análisis que tuve la oportunidad de leer. No obstante, salvo en algunos textos, sentí la ausencia de un punto de vista, perspectiva y posicionamiento político que desde hace tiempo circula en artículos y espacios de debate. Continuamente debemos rescatar la tradición ética, teórica, crítica y creativa que desde el feminismo y el género existe en esta Isla.

Uno de los aportes de la teoría y movimiento feministas es la mirada integral y compleja hacia las desigualdades, sus causas y las estratagemas de reproducción de todo sistema de dominio. El llamado de atención de la teoría de género sobre el poder de lo simbólico en nuestra historia personal y colectiva, en la manera de relacionarnos y ver el mundo, constituye un pilar indiscutible en la comprensión de los complejos procesos y dinámicas sociales del presente.

Analizar los modelos de feminidad y masculinidad que reproducen, justifican y promueven la mayoría de nuestros productos culturales -incluyendo algunas instituciones y políticas públicas- podría darnos pistas sobre el por qué de muchas actitudes. Son modelos que trascienden las fronteras del cuerpo y, en el orden de lo subjetivo, se adueñan de espacios, comportamientos, instituciones, objetos, maneras de ser y hacer.

Claro, resulta sintomático de una sociedad patriarcal como la nuestra, la poca visibilidad de los debates desde una ética feminista y un profundo análisis de género. Esgrimir como eje principal de la crítica un cuestionamiento que aborde las inequidades entre hombres y mujeres, la violencia simbólica que se ejerce sobre el cuerpo femenino y la construcción de un discurso falocéntrico, heteronormativo, eurocéntrico y en muchas ocasiones racista, hubiera provocado que no solo se cuestionara la popularidad y nominación del Chupi Chupi.

Por ejemplo, hablemos de los ganadores en LUCAS. En el apartado de mejor video de reguetón se alzó con el premio un clip cuyo tema tiene como estribillo «yo me la llevo con dinero y pasmao». A su vez, el clip más popular del año, ese que escoge «el pueblo de Cuba» vía SMS fue otorgado a la Charanga Habanera por el clip de uno de sus más recientes éxitos, en el cual se representa el velorio de uno de los charangueros, quien, aún después de muerto, sufre la persecución de todas sus viudas. El estribillo versa:

Hay que suerte tengo yo, te la voy a contar/ Que a su novio ella dejó, por mi culpa/ Y ahora quiere chantajearme, con mi novia/ Otras ya han venido, con la misma historia

De los LUCAS… más allá de su género

La actualización del discurso televisivo en la Cuba de hoy mucho le debe al videoclip y especialmente al proyecto LUCAS. Cada año se nominan en categorías audiovisuales, muy apegadas a lo cinematográfico, los mejores videos producidos en el país; casi siempre son los nominados en las especialidades los que se alzan con nombramientos en los distintos géneros musicales. La lógica indica entonces que se está premiando el binomio clip-tema musical, por tanto lo más lógico sería que los mismos raseros de calidad se aplicaran a las canciones. ¿No?

¿Cómo entender entonces que se alcen con nominaciones y premios en categorías cinematográficas y en géneros musicales videos que casi siempre están muy bien facturados pero que carecen de calidad musical? Aquí deviene el conflicto principal que a mi criterio enfrenta el proyecto LUCAS: aunque un videoclip esté bien hecho, si su tema musical resulta cuestionable, ¿debe ser nominado? Un clip promueve la canción, el disco y el artista, pero también vende una ideología y un discurso, una manera de mirar nuestro presente y nuestra identidad.

En esa contradictoria relación forma-contenido de los clips parece crecer un fenómeno preocupante -al menos en cuanto a la imagen de mujeres y hombres-. Cada vez es más frecuente la estetización y estilización de estereotipos, roles y sistemas de relaciones humanas que una vez nos parecieron superados.

Las nuevas tecnologías, con la edición digital, los efectos especiales, los atractivos matices que nos permite la corrección de color, nos han jugado una mala pasada. Puede parecer que estemos ante lo más actual; sin embargo, los viejos y gastados preceptos de la dama de compañía, el macho en incansable defensa y expansión de su territorio (físico-carnal, económico y por su puesto de status y valor) reviven, y peor aún, se legitiman como medios casi exclusivos para la supervivencia y satisfacción personal.

Y es que las máquinas carecen de toda conciencia ética, de toda historia sentida y vivida. Lo que nos lleva a abogar por una democratización de los medios, una distribución equitativa e intencionada en el acceso a las tecnologías, y el desenmascaramiento del mercado que representa la realización de videoclips (algunos se montan ya en decenas de miles).

Entonces, para hacer posible esa contrapropuesta que se pide a coro -pues cierto es que la censura nada bueno trae-, debe estimularse la creación de realizadoras -el mundo del clip resulta sintomáticamente masculino- y realizadores comprometidos con una mirada no complaciente hacia el mundo que les circunda y hacia la relación contractual con el/la cliente, ya sea una disquera o el propio sujeto a publicitar.

También debemos hacer respetar los principios que rigen la política social y cultural del país. Un proyecto social que aboga por la realización plena de las personas en un espacio de convivencia inclusivo, solidario y no violento no puede darse el lujo de semejante contradicción, pues le va en el desliz la pervivencia de los valores que sostienen nuestra identidad como nación y proyecto político. Sí, lo político está también en lo doméstico, en lo privado, en el cuerpo, en las sexualidades, en las artes y en los clips. Desde esos espacios se proyecta la cultura y se hace política, en tanto se imprime en los productos nuestra ideología como creadores/as, cubanas/os, hombres y mujeres. Ese es otro de los aportes del feminismo.

Para ejemplificar el contradictorio panorama al cual nos enfrentamos solo quiero exponer una situación real. El pasado sábado 3 de diciembre el programa estelar La Descarga, que transmite el canal de mayor teleaudiencia Cubavisión, comenzó con el tema Dime cuánto ella Vale, otro de los éxitos de la orquesta Charanga Habanera.

«Dime cuanto ella vale, que yo la voy a comprar. Si no la quieren conmigo voy a hacer lo prohibido y me la voy a robar. Su papi quiere un millonario, un tipo que tenga dinero, yo no tengo ni un centavo, pero tengo un corazón pa repartir al mundo entero, porque yo soy un charanguero».

Mientras, a la misma hora, en el Canal Educativo, el programa Clip.cu dedicaba su emisión al tema de la violencia contra la mujer, con la participación de especialistas y conocidos artistas que se han sumado a las campañas y actividades a favor de la NO Violencia hacia la Mujer.

Hace algún tiempo hubiera sido un sueño pensar en la visibilidad de un contradiscurso, pero la situación expuesta demuestra que si bien en la actualidad se orienta el tema mujer y género como parte de las agendas mediáticas, continuamos sufriendo el desconocimiento y la indulgencia. Más aún, la falta de una política comunicativa y cultural orgánicas que integren los conocimientos y valores más avanzados en materia de arte y creación, de las ciencias sociales y de la comunicación, continúa poniendo en desventaja las acciones, esfuerzos y logros que en materia de género existen en la Isla.

¿Cómo puede no ser vulgar una manifestación de machismo? ¿Se deja de ser violento y abusivo solo porque se utilizan palabras e imágenes estilizadas, modernas? Sufrir ante la mediocridad musical y cultural implica también el percatarnos de la barbarie que representan los modelos de masculinidad y feminidad que VENDEN buena parte de nuestros productos culturales, aquellos que llegan a través de los medios de comunicación y que también promocionan instituciones públicas.

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