Llegó junio y los medios de comunicación, en esos pequeños segmentos, espacios, que escapan de la contingencia de la COVID-19, vuelven los ojos al cambio climático y a la gestión de desastres. En un periodismo signado históricamente por las celebraciones y el calendario, el Día Mundial del Medio Ambiente no ha quedado este año fuera de las agendas editoriales.
Pero esta vez las coberturas, a menudo, se enlazan. Desde la aparición del nuevo coronavirus SARS-CoV-2, a fines de 2019 en la ciudad china de Wuhan, la comunidad científica ofreció elementos sobre la posible vinculación de los murciélagos con la enfermedad. La fuente de trasmisión es zoonótica, se explicó. O sea, va de los animales, al hombre.
Sin embargo, no pocos especialistas y activistas del ambiente se apresuraron a aclarar que el enfoque no es adecuado. La deforestación, la invasión de hábitats de vida silvestre, la agricultura intensiva y la aceleración del cambio climático han alterado el delicado equilibrio de la naturaleza. Mantener intactas la naturaleza y la biodiversidad de especies también nos protege de las pandemias, explican.
Instituido en 1972 por la Asamblea de Naciones Unidas, el Día Mundial del Medio Ambiente de este junio tuvo como centro, probablemente no por casualidad, la biodiversidad y su relación con los seres humanos. El Programa de Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente (Pnuma) recordó, en sus pronunciamientos por la fecha, que desde fines de 2019 varios eventos naturales llamaban a reflexionar sobre las conductas entre los humanos y su hábitat: incendios forestales sin precedentes en Brasil, Estados Unidos y Australia, invasión de langostas en el Cuerno de África y ahora la pandemia de COVID-19.
A propósito de la fecha, la prensa se ha hecho eco por estos días de cómo la paralización impuesta sobre más de la mitad del mundo por la pandemia ha influido, para bien, en la contienda para frenar el cambio climático. La severa reducción de la actividad económica global desde el primer trimestre del año ha impactado de forma positiva sobre el medio ambiente, por las significativas reducciones de la contaminación y la emisión de gases de efecto invernadero en las áreas urbanas de muchos países. Se habla de saneamiento de los canales de Venecia y hasta de una reducción del agujero en la capa de ozono, entre otras noticias más puntuales. Recorriendo los medios, sin embargo, asaltan interrogantes diversas: ¿Será suficiente el tiempo de pausa para encaminar una acción mundial realmente responsable, que frene conductas arbitrarias de consumo o atentados a la biodiversidad? ¿Qué pasará cuando esa masa humana hastiada de estar en casa vuelva a salir a las calles del orbe? ¿Estamos haciendo la comunicación “que toca” sobre el tema?
Una primera evidencia es que no tenemos preparación suficiente para ocuparnos de fenómenos como el de esta pandemia, como tampoco la teníamos para atender de manera sostenible los efectos previsibles del avance del cambio climático. En primer lugar, y la comunicación pública es una gran responsable, porque solemos ver los fenómenos aislados unos de otros y no descubrimos sus interconexiones. En segundo, porque estamos mejor entrenados para proponer tácticas, que estrategias. Es más fácil ir a la defensiva, quitando los obstáculos del camino según van apareciendo, que establecer políticas integradas que aporten soluciones, salidas, a largo plazo. En tercero, porque miramos los fenómenos, y casi nunca a las personas que los causan y los sufren.
El cambio climático, la contaminación de las aguas, la pérdida de biodiversidad o la desforestación pueden incrementar el riesgo de epidemias o pandemias, pues profundizan la vulnerabilidad de muchos grupos de población. Por solo poner dos ejemplos, la contaminación del aire provoca más muertes prematuras por enfermedades respiratorias y la falta de acceso a agua potable incrementa los riesgos de contagio de no pocas enfermedades como el cólera o el ébola.
Entre estos grupos de población, las mujeres, las personas mayores y las niñas suelen estar en mayor situación de desventaja, pues el impacto del cambio climático y de los fenómenos ambientales tiende a exacerbar desigualdades de género ya existentes; pero, además, las desigualdades de género llevan a que los impactos negativos que enfrentan las mujeres sean mayores. Pocas veces las políticas ignoran esas conexiones; los medios de comunicación, por su parte, suelen visibilizarlas aún menos. Por muchas razones.
Urgen miradas de género en el periodismo ambiental
Un taller sobre periodismo, género, cambio climático y resiliencia, celebrado el pasado febrero en el Instituto Internacional de Periodismo José Martí (IIPJM), puso la mirada sobre algunas deudas relacionadas con el tema, no pocas de ellas vinculadas a la ausencia de enfoques de género y derechos en la prensa.
Conferencias, panelistas y participantes del evento, realizado en alianza con Oxfam y la Embajada de Canadá en Cuba, coincidieron en que el cambio climático sigue siendo tratado mayoritariamente como un fenómeno global, no local, y no suele identificarse su conexión con hábitos de vida, modelos de producción y consumo que impactan directamente en el incremento de las emisiones de gases de efecto invernadero y en el deterioro ambiental. Por tanto, no se logra movilizar la participación ciudadana en la búsqueda de soluciones y cambios de comportamientos, sostenibles a largo plazo.
Generalmente se aborda el asunto desde géneros informativos, dando prioridad a la actualización de las medidas de enfrentamiento, adaptación o prevención y no al análisis que permita profundizar y abordar su complejidad, sus matices o encontrar historias de interés humano, concluyeron talleristas en el IIPJM.
Tampoco es común el empleo de estadísticas desagregadas que permitan apreciar la multidimensionalidad de los fenómenos, con lo cual los impactos diferenciados sobre diferentes poblaciones quedan fuera de las coberturas de los medios. Otras veces se emplean conceptos imprecisos, o términos muy técnicos, que ponen zancadillas a la compresión del tema. También se suele caer en la tentación del catastrofismo.
Existe una bipolaridad paradójica en las noticias sobre cambio climático que a menudo se pierde en las coberturas mediáticas: la relación entre sus víctimas (generalmente mujeres o personas en otras condiciones de vulnerabilidad) frente a quienes representan a los gobiernos en las cumbres internacionales sobre el clima (hombres en su gran mayoría). Y eso es solo el principio. Obviamente, las interrelaciones ausentes hoy en los análisis van mucho más allá de reconocerlas a ellas como las principales afectadas o de denunciar su falta de representación en los espacios globales de decisión.
¿Cuál es, entonces, la conexión entre cambio climático y desigualdad de género que los medios de comunicación también deben mostrar?
Un enfoque necesario parte de reconocer que, en ambos casos, en el trasfondo se encuentra un modelo socioeconómico, consumista, productivista y patriarcal, sostenido en la sobreexplotación y el acceso desigual a los recursos naturales, la tierra, los créditos o los avances tecnológicos. Un modelo que garantiza que los desastres naturales acentúen las desigualdades de género existentes; pero, a la vez, que esas desigualdades pongan zancadillas al enfrentamiento eficiente al cambio climático.
Desde el ecofeminismo se reivindican, hace mucho, esas dobles visiones y se ha demostrado que solo podremos ganar la batalla climática, como muchas otras en la actualidad, si desmontamos el patriarcado. Pero el feminismo, ya sabemos, es palabra maldita en no pocos medios de comunicación, con lo cual, esas reflexiones llegan poco al periodismo.
Frente a esta realidad, urge publicar análisis que atraviesen y relacionen el cambio climático y el género, mirando con lupa los roles femeninos y masculinos frente a los procesos relacionados con el ambiente, las pautas de consumo y sus efectos.
Estadísticas de Naciones Unidas refieren que cerca del 80 por ciento de las personas desplazadas por cambio climático en el mundo son mujeres. Por su parte, las que residen en países en vías de desarrollo dedican gran parte de su tiempo a trabajar con los cultivos o a buscar alimentos, agua o combustible, labores que dependen en gran medida del clima.
Según Oxfam, solo en la zona subsahariana ellas representan el 75 por ciento de la mano de obra pero poseen solo el 1 por ciento de la tierra. También son las más perjudicadas por los contaminantes químicos presentes en los productos de agricultura y quienes corren mayores riesgos de padecer pobreza por falta de energías y combustibles. Igualmente, suman mayoría entre el número de personas que mueren en desastres naturales. Son apenas unos pocos ejemplos.
Pero los medios deben mostrar a las mujeres no solo como víctimas, sino como poderosas agentes de cambio. Paradójicamente, justo por su rol patriarcal de cuidadoras y dueñas de casa, suelen ser ellas las que toman decisiones sobre los combustibles con que cocinan, o sobre cómo educar a niñas y niños en su interacción con el clima. Son hechos, aunque sea injusto.
En ese camino, las políticas de adaptación y mitigación del cambio climático solo serán eficaces si incorporamos plenamente a las mujeres en los procesos de diseño, toma de decisiones y aplicación. Y, por supuesto, si las hacemos visibles.