¿Banalidad versus mujeres?

Existe una tendencia en los medios de comunicación masiva en Cuba que insiste en abordar temas sobre las mujeres o desde las mujeres, o sea: múltiples voces femeninas que hablan y cuentan sus experiencias. Así, varios espacios televisivos, reportajes en los noticieros, instituciones que proclaman el número de mujeres que tienen al frente de diversas tareas. Quienes trabajamos los temas de género, y especialmente los estudios de mujeres, pudiéramos ver todo ello como un progreso pero sucede que, precisamente al adentrarnos en un análisis de mapeo sobre cómo están articuladas esas representaciones afloran síntomas que desmienten ese aparente avance.

Es muy importante la posibilidad de visibilizar cualquier quehacer en que seamos protagonistas. Eso como primer paso es vital: hacer visible lo invisible. Sin embargo, cuando esa visibilidad recurrente repite estereotipos, reproduce binarismos esencialistas y se convierte en una característica es para preocuparse y mucho. Sucede que lo que aparentemente se quiere denunciar termina por aparecer como legítimo y natural. Lo que constatamos hoy en los medios y en el tratamiento que desde algunas instituciones se le da al tema es que hay una persistencia de la banalidad y la vulgaridad, a ello se le suma el encorsetamiento que sobre la feminidad se tiene, a lo que responden reportajes en los que mujeres transgresoras, en términos de lo que se conoce como la división sexual del trabajo, o sea que a aquellas que asumen roles profesionales no tradicionales para el habitual concepto de lo femenino, se les exija y de hecho se haga hincapié en cómo «a pesar de todo» continúan siendo «femeninas»: se arreglan las uñas, se maquillan, etc. El asunto es mucho más complejo pues la elección personal para todo ello es necesaria, pero como elección no como un deber ser que nos ubica en una feminidad que es arbitraria. 

En varios textos he comentado, y muchas de mis colegas lo han hecho de manera excepcional, el daño que puede provocar nombrar los estudios de género sin el dominio que debe sostener cualquier comentario al respecto. La televisión -que es donde me detendré-, aunque no la única institución sí es la de mayor impacto social y parece no tener en cuenta que simplificar y reducir es banalizar.

Por un tiempo, de cuyo alcance prefiero no acordarme, apareció el programa Ecos de mujer por el canal Cubavisión –uno de los más populares en Cuba-, en el que el caos de la puesta en escena no acabó nunca de explicarnos de qué eran los ecos y mucho menos logramos entender por qué eran los de las mujeres. Aquello en términos de coherencia con el tema no tenía ninguna lógica, a no ser la de continuar potenciando la banalidad. Porque allí, a pesar de tener en varios momentos invitados interesantes, como no había una concepción clara -al menos así se entendía-, cualquier comentario inteligente se diseminaba.

Hoy los ecos de mujeres continúan. Ya no hace falta ningún programa con ese nombre para constatar que así anda casi todo lo relacionado con el tema. Es increíble cómo desde los chistes que se reproducen ad infinitum en programas que incluyen una sección dedicada al tema, como en ¡Ay mujeres!, del humorístico semanal A otro con ese cuento, aparentemente ellas son las que asumen las riendas pero realmente aparecen con el chiste banal, insípido y vulgar; hasta programas con buenos humoristas en los que sus monólogos son un compendio de burlas a las mujeres. Lo peor es que el público femenino aplaude y ríe con lo mismo que las boicotea. Hasta ese punto se ha naturalizado el chiste en el que ellas son el centro de la historia y en la que los adjetivos de histéricas y peleonas se exhiben como si nada.

La pregunta estaría en si no tenemos derecho a cierta banalidad también, a tomarnos un descanso para el chiste y alguna «superficialidad». La cuestión radica en el derecho que tenemos de escoger ser lo que deseemos, pero escoger, no que nos digan cuál es la fórmula bien aprendida de qué significa ser mujer, amparado en una tradición que es patriarcal y que aún continúa sutilizando sus estrategias de reivindicación en el ejercicio de un poder perpetuado. La clave es si esa superficialidad no es la tónica de muchos programas de televisión que desde las voces de mujeres abordan temas «de mujeres», lo que, al convertirse en recurrencia, se lee como un discurso, quiero creer que irresponsable. La TV es uno de los medios que más impacto tiene en la conformación de imaginarios, en contribuir a modelar actitudes y la sistematicidad en ciertas representaciones. En un país en el que la institucionalidad asume un encargo al respecto resulta mucho más inquietante.

Persistir en programas que repiten hasta el infinito la imagen de una mujer tonta, que solo muestra su belleza y sensualidad es reproducir un tipo de televisión que se esmera en ser trivial, trivialidad que se ancla, en muchos sentidos, en el tratamiento que se realiza sobre los temas femeninos. Recuerdo un programa en el que dos hombres competían sobre deportes y cada uno era acompañado por tres mujeres provocadoras que bailaban cada vez que el competidor ganaba; ellas solo movían sus cuerpos con sensualidad y nunca hablaban, no estaban allí para eso. Que existan en la TV realizadoras interesadas y comprometidas con el tema, así como algunos muy selectos programas que se desmarcan de lo explicado, no quiere decir que tengamos una televisión que apuesta, al menos eso es lo que sus imágenes dicen, por la equidad de género.

La institución en su política puede darse el lujo de elegir, lo que no quiere decir caer en arbitrariedades de prohibición basadas en superficialidades como la que se argumentaba en el caso del video clip de la canción «Ser del sol» de la agrupación de pop cubana Buena Fe, en el que aparecen dos mujeres que se besan y por eso se le negó en un primer momento la transmisión masiva por la televisión nacional. Ante la protesta de los artistas y de varios activistas por los derechos sexuales la decisión fue rectificada. Ese clip debe ser visto y discutido porque precisamente lo que conflictúa la representación no es el beso en sí, sino cómo ese disfrute entre ellas está expresado a través de la mirada masculina, para regocijar a los varones, las mujeres como objeto de deseo y no como sujetos de placer. Es el continuo debate de la mirada en el cine: la mirada de los actores a ellas, la mirada de la cámara-director y la mirada de los espectadores, y en todas la contemplación que reproduce el disfrute falocéntrico. Sin embargo, de ahí no viene la discusión con el video clip, primero porque no es un debate que parece interesar mucho a los decisores y creadores pues está arraigado y pocas veces es subvertido, de hecho esa es la mirada que prevalece en casi todo nuestro cine y audiovisual.

Me detuve en el tema del video clip mencionado porque es el ejemplo de cómo se toman decisiones arbitrarias y realmente casi toda nuestra programación necesita un análisis que devele posicionamientos éticos y estéticos que no son precisamente que dos mujeres y/o dos hombres se besen, pues al final el amor es bello, libre y eso sí nos hace mejores personas.

Pasar por alto que en un programa como Todo con Tony -transmitido los domingos en la tarde por Cubavisión-, se invite a una artista plástica cuyo proyecto visual parte de los zapatos altos para mujeres y hablar del discurso femenino es algo que demuestra el desconocimiento del tema: allí la propuesta es la legitimación del cliché del zapato alto, uno de los estereotipos que más han ubicado a las mujeres en un esquema de feminidad. Si las propuestas de la creadora -entre ellas había un zapato con dinero- fuese un diálogo provocador con el referente, entonces pudiéramos encontrar una mirada interesante sobre el tema en las artes visuales. Pero no sucede así. Su obra expuesta certifica la superficialidad y la banalidad, además de no saber explicar el andamiaje conceptual de la misma, algo que no sería necesario si fuera verdaderamente enriquecedora. Peor es ampararse en el discurso de género y desde allí hablar de las inequidades y terminar reivindicando precisamente todo lo contrario.

Volvemos a la tesis de este artículo: derecho tienen esas propuestas a existir, el asunto radica en qué propongo como imágenes que se repiten en una política de programación que es capaz de exacerbar los cuidados y ponerse demasiado alertas con algunos temas y sin embargo pasa por alto a lo que va delineando, de forma contraproducente, el ser mujeres hoy en Cuba.

La cuestión sigue siendo la ausencia de diálogo en la toma de decisiones, la falta de asesorías con especialistas; por qué, si para programas de medicina u otras especialidades se tiene en cuenta a expertos conocedores para que comenten sobre lo que sí saben bien, no se hace lo mismo en estos temas para los que también existen personas especializadas que llevan estudios e investigaciones de mucho tiempo. Si, por ejemplo, como sucedió hace poco en un programa de alcance nacional, solo vamos a escuchar a las artistas plásticas hablar sobre cómo se sienten en tanto mujeres creadoras. Es necesario entonces que exista una voz que dialogue desde su conocimiento en estos temas. Porque hablar de mujeres no es solo decir ¿cómo te sientes?, ¿crees que has sido discriminada…? Quedarnos allí sería simplificar y sus resultados terminan leyéndose como un asunto de mujeres que solo compete a ellas. Y peor, suena al grito de…»por favor mírenme, ténganme en cuenta». Si ese diálogo con mujeres creadoras fuese acompañado con las voces de especialistas que han estudiado los modos de representación, la inserción en el canon artístico y las causas de esa infrarepresentación, entonces la propuesta televisiva asume una dimensión analítica que avala la complejidad de un tema que está lleno de matices.

Las políticas institucionales necesitan una mirada de género. Ello no significa decir, «estamos hablando de las mujeres», es articular un grupo de conceptos, categorías que llevan muchos años reactivándose en las investigaciones y saberlos anclar a los medios, según al género televisivo al que pertenezca y a los públicos a los que vaya destinado. Es necesario transversalizar no impostar; responsabilizarnos con la idea de que seguir legitimando un discurso cada vez más evidente, sobre todo si se lee a nivel macro, es la gota que ayuda a que en esa conformación de imaginarios comiencen a aparecer rostros femeninos cada vez más distantes de la idea de mujer independiente, con una habitación propia, libre de elegir y consciente de sus decisiones, dueña de su cuerpo y su vida. Conquistas de larga tradición que parece olvidamos, porque, aunque nuestras palabras o discursos digan una cosa las representaciones y las imágenes pudieran estar enunciando otra.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

nueve + 12 =