En el transcurso de los últimos años, el movimiento de mujeres ha irrumpido en el mundo de la comunicación con un alcance de difusión sin precedentes. Ha generado una producción apreciable en la comunicación alternativa en Internet y en algunos medios masivos sobre problemáticas y propuestas específicas de las mujeres, como también sobre una gran diversidad de temas tratados desde un enfoque de género. De igual modo ha emprendido múltiples acciones frente a la marginación y discriminación de las mujeres en el ámbito comunicacional.

Cuando el movimiento feminista resurgió en los años sesenta, su principal frente de batalla en comunicación fue la crítica y denuncia de las imágenes estereotipadas y degradantes de las mujeres en los medios de difusión, que contribuían a perpetuar el sexismo. Esta acción permitió sensibilizar a sectores de la opinión pública y, en algunos casos incluso, logró modificar el comportamiento de ciertos medios, como también la adopción de algunas políticas públicas para frenar los excesos. Sin embargo, los límites de estas estrategias se han hecho evidentes pues en conjunto el panorama poco ha cambiado. 

Para los noventa, en el contexto de la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer, sectores feministas vinculados a la comunicación expusieron los límites de este enfoque que considera a las mujeres como objetos o imágenes y no como sujetos activos.

Tomando como referencia esta perspectiva, pero ahora bajo la era de Internet, propusieron a las mujeres el reto de «apropiarse» de la comunicación y las nuevas tecnologías y desarrollaron iniciativas para una «comunicación con enfoque de género». Se impulsaron entonces medios feministas, suplementos dedicados a las mujeres y un sinnúmero de actividades de intercambio y difusión bajo la plataforma de Internet. Estas voces contribuyeron también a impulsar el movimiento continental por la democratización de la comunicación a partir de reflexiones que incluían el enfoque de género. ¿Qué significa esto? Analizar las relaciones entre mujeres y hombres tomando en cuenta sus diferencias y desigualdades, en las que las relaciones de poder entre ambos géneros tienen un peso importante.

En lo que va del presente siglo, América Latina ha sido escenario de la emergencia de movimientos sociales articulados en torno a las luchas contra el modelo neoliberal capitalista y por la justicia social. En estos movimientos, protagonizados por organizaciones del campo, indígenas, afrodescendientes, de sectores populares urbanos, jóvenes, se destaca el desempeño de las mujeres, en muchos casos en roles de liderazgo.

Es cada vez más evidente que estas actuaciones sociales de las mujeres exigen tener voz propia en las decisiones que afectan sus vidas. Al no encontrar respuesta en la mayoría de los medios masivos han ido creando sus propios mecanismos de comunicación: reuniones, encuentros, movilizaciones, espacios en las radios comunitarias, mensajes por celular, páginas web y blogs; expresiones culturales como las «batucadas y pintadas» en Brasil; el teatro y la oralidad en Guatemala, México y otros países centroamericanos; todo lo cual termina generando un cierto contrapeso frente a la influencia de los medios llamados «tradicionales» que dominan el espectro de la comunicación mundial.

A partir de estos elementos, se podría decir que desde hace años se viene produciendo en América Latina una «reconexión de la comunicación con la acción social», que en etapas anteriores había sufrido una dislocación como consecuencia de la intermediación y el control del sistema mediático.

A la misma vez se han multiplicado las voces críticas frente a los medios masivos que continúan defendiendo sus posiciones e intereses particulares. De modo que la demanda de democratizar la comunicación toma fuerza en el continente y, al propio tiempo, crea nuevas aperturas para hacer propuestas desde un enfoque de género en comunicación.

Generar capacidades críticas

En las sociedades patriarcales, la valoración de lo masculino como elemento de superioridad es utilizada como justificación de las desigualdades entre hombres y mujeres, y para otorgar privilegios y poder a los primeros.

En consecuencia, el enfoque de género no puede ser un «agregado» que se anexe a una propuesta previamente elaborada. Más que eso, debe atravesarla de pies a cabeza. Por esa misma razón, la comunicación con enfoque de género es aquella que contribuye a superar las desigualdades y los desequilibrios de poder entre hombres y mujeres en la sociedad.

Solo que para lograr ese «equilibrio» es necesario dar prioridad a la socialización del discurso desarrollado por las mujeres y, por lo mismo, ponerlo a debate para reequilibrar el escenario público dominado por el discurso de los hombres como resultado de un largo camino histórico y sociocultural en el cual el patriarcado ha asentado su presencia.

Como vivimos en sociedades donde las grandes mayorías —mujeres y hombres— están marginadas de los procesos de comunicación social, este enfoque de género es parte de la apuesta para democratizar la comunicación. La interrogante sería: ¿cómo lograrlo de manera estratégica?

En este campo existen múltiples variantes. Hay quienes apuntan a darle más peso a las producciones propias de medios desde un enfoque de género: medios de mujeres, feministas, alternativos, populares o comunitarios, donde lo esencial es la incorporación —tanto en las prácticas y concepciones, como en los discursos— de un trato igualitario a las mujeres y en defensa de sus derechos. Esta variante, sin dudas, ha logrado no pocos avances en el ámbito de lo que se conoce como «comunicación alternativa» pues ha posibilitado generar capacidades propias, innovación en la creación de nuevos contenidos y conceptos comunicativos, además de proponer una estética nueva que valore a las mujeres sin centrarse en sus atributos físicos. Si bien es cierto que muchos medios alternativos tienen un alcance limitado son fundamentales para llegar a audiencias específicas como los sectores organizados, las redes interconectadas, las comunidades locales y los proyectos barriales, entre otros.

Cada día más, los medios masivos siguen teniendo el monopolio virtual de la esfera pública, por eso quienes hacemos comunicación con enfoque de género tenemos el derecho y la obligación de reivindicar una apertura de espacios. En este sentido, se trata de «colarse por el hueco de la aguja», es decir, tratar de abrir nichos en los medios masivos, sea para conquistar espacios para las mujeres, para monitorear y criticar su tratamiento, para que las mujeres accedan a puestos de dirección, para sensibilizar a periodistas y directivos sobre el enfoque de género en comunicación o para hacer alfabetización mediática. Aunque esta no puede ser la única vía pues los medios masivos responden a una lógica perversa. De hecho se han convertido en el espacio principal de mediación social y política, desplazando incluso a otras instituciones como las iglesias, la escuela o los propios partidos políticos, lo que les permite gravitar sobre la conformación del sistema de valores.

Una tercera variante estratégica, que cobra mucha actualidad en países latinoamericanos, es aquella que apuesta por la acción en el terreno político para cambiar las reglas del juego. En ella se incluyen disímiles maneras para ejercer presión ya sea para lograr una mayor democratización de la comunicación, un reparto más equitativo del espectro radioeléctrico, para impedir el control de los monopolios, por la creación de medios públicos y su apertura hacia la ciudadanía, por el acceso de las mujeres a las nuevas tecnologías o por gestionar recursos y políticas públicas que las incluyan.

Estas estrategias, claro está, no son ni únicas ni exclusivas. Ninguna podrá lograr los cambios de fondo que se necesitan; sin embargo son indispensables para intentar avanzar hacia una comunicación democrática y con enfoque de género.

Cambiar el paradigma

Pensar la comunicación estratégicamente no significa sólo aprender a utilizar las diversas herramientas comunicativas, ni dominar las técnicas utilizadas por los grandes medios masivos, sino hacer del proceso de comunicación una construcción de significados y sentidos compartidos. Es decir, concebir ese proceso en un

espacio de creación de discursos y debate de ideas, vinculándolo a la acción social capaz de transformar el mundo y las relaciones humanas.

Esto implica, por supuesto, desarrollar competencias y también procesos educativos, dialógicos y horizontales de comunicación en todos los niveles, ya sea en un proyecto, un centro de estudio, un medio de prensa, una organización, una comunidad… ¿Para qué? para desbloquear la capacidad de expresión de las personas y facilitar una participación más activa y comprometida.

No se trata de conformarse con recibir respuestas aisladas de «arriba» sobre determinada problemática que atañe a las mujeres sino juntar energías para impulsar iniciativas comunes, articuladas, que más allá de sumar esfuerzos, permitan concertar agendas comunes de acción.

La construcción de esas agendas comunes de acción —que incorporen las voces de las mujeres, sus visiones críticas, problemáticas, experiencias teóricas y prácticas, sus cosmovisiones y sentidos— es el primer paso para acercar el horizonte a la meta: hacer de la comunicación un auténtico espacio de creación que legitime el desempeño del movimiento de mujeres, sus luchas y reivindicaciones más allá de estereotipos sexistas.

Cambiar el paradigma implica arriesgarse, descalzarse para volverse a calzar. Para quienes comunicamos desde el enfoque de género el desafío está en hacer consciente en nuestra práctica comunicativa cotidiana lo que defendemos: el verdadero derecho a tener voz y voto en nuestros medios y en cualquier espacio donde actuemos. Y estas pistas para la acción ciudadana serán más hermosas si las compartimos con otras y otros.

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