“No sé por qué dan tanto miedo nuestras tetas”, cantaba Rigoberta Bandini en su Ay Mamá –ya convertido en himno– frente a una teta gigante que emulaba un globo terráqueo. Fue la escenografía elegida por la artista en las finales para optar al concurso Eurovisión y dio que hablar.
No es algo casual: detrás hay toda una reivindicación y un mensaje contra la norma que recae sobre los pechos femeninos y muy especialmente los pezones. En el espacio público -y en las redes sociales- una mujer tiene que cuidarse mucho de que esta pequeña parte del cuerpo no se vea, no se note, se disimule. Si ocurre, solo puede ser por descuido y así será visto socialmente.
Los ejemplos surgen a golpe de click. Una búsqueda rápida en Google nos da cuenta periódicamente de a cuántas famosas se les ha visto un pezón en televisión “por descuido”, un hecho convertido en noticiable. Con la cantante Janet Jackson la cuestión fue mucho más allá y se convirtió en debate mundial. Ocurrió en la Super Bowl de 2004, cuando Justin Timberlake le arrancó el top y dejó al descubierto su teta derecha, lo que fue calificado de escándalo y hoy bautizado como #Nipplegate (nipple es pezón en inglés). El incidente perjudicó seriamente la carrera de Jackson y catapultó la de él.
En España, el ejemplo más reciente es el de la ministra Ione Belarra, que fue blanco de ataques en redes sociales hace una semana por una foto junto a Irene Montero en la que no llevaba sujetador y se intuían sus pezones bajo la camiseta, llegando Canal Sur incluso a montar un debate al respecto. Cada vez más, aunque ocurre desde los 90, vemos a famosas, actrices, cantantes o modelos abandonar el uso de esta prenda y aparecer así en público en un contexto en el que la reivindicación se ha hecho cada vez más potente, con movimientos como #FreeTheNipple (Libera el pezón) en alza.
Que prescindir del sujetador sea cada vez más común no significa que no sean muchas veces objeto de críticas y juicios. Así le ocurrió el año pasado a la actriz Florence Pugh, que tuvo que defenderse en varias ocasiones públicamente por llevar un vestido rosa que transparentaba sus pechos en un desfile en Roma. “No quiero ofender a la gente, pero la cuestión es ¿cómo pueden ofenderte tanto mis pezones?”, dijo este enero en una entrevista en Vogue.
El pezón femenino es un tabú, pero no hace falta irse al mundo de las celebrities para comprobarlo. Taparlo es el mandato no escrito que en general las mujeres han asumido desde pequeñas y modulan en función del contexto. Pueden hacer topless en la playa, pero una vez salen de ella, aunque sea al bar de enfrente, ojo con que el pezón se perciba. No es poco habitual decidir ir sin sujetador, pero tapar los pezones para invisibilizarlos con una pequeña tira de esparadrapo, lo que evidencia hasta qué punto esta pequeña parte del cuerpo es, en el caso de ellas, problemática.
La respuesta de Belarra a los ataques haciendo referencia a la “obligación de llevar sujetador” inspiraron a la periodista June Fernández para subir un post en Instagram con una fotografía vistiendo un top blanco sin esta prenda en el que contaba que lo había estrenado en un almuerzo familiar. Sin embargo, aunque raramente suele llevar sostén, en ese caso se lo puso porque le parecía que llevar el top ajustado sin él era “romper una especie de ley sagrada”. “Al final una regula, igual decides ir sin sujetador en casa, en el barrio, en mi entorno, pero en ámbitos institucionales o en reuniones es una cuestión diferente”, opina.
La mirada masculina y la paradoja del autocontrol
Las expertas consultadas para este reportaje consideran que, tras la concepción social de los pezones femeninos, en contraposición a los masculinos que pueden mostrarse sin problema, lo que emerge es la sexualización. “Solo tienen una lectura, que es la sexual. El patriarcado lo que nos dice es que, si el contexto es el apropiado desde la mirada masculina, no molestan, que es lo que ocurre por ejemplo con las revistas que muestran mujeres desnudas, pero en otros contextos es prácticamente exhibicionismo”, explica la socióloga de la Universidad Complutense de Madrid Amaro Lasén, quien además pone el foco en cómo desde esa lógica el pezón se erigiría como una provocación.
“A las mujeres las define su cuerpo y por tanto es un objeto de deseo. Ahí está clara la asimetría de género: ellos son los que tienen el deseo sexual y ellas son objeto de ese deseo, por eso sus pezones no importan, aunque sean prácticamente iguales. Al final es una cuestión de la mirada que se posa sobre nuestros cuerpos. Pareciera que las mujeres nunca podemos estar en una situación no sexualizada desde el momento en que hay hombres heterosexuales a nuestro alrededor”, defiende la experta.
Tanto es así que los pezones femeninos, solo los de ellas, son censurados en las redes sociales Facebook e Instagram, donde se eliminan de forma sistemática las publicaciones que los muestran. Las mujeres no pueden publicar fotografías en las que se les vean, pero hay ejemplos llamativos del absurdo de esta medida automática, entre ellos, el de la retirada por parte de Instagram, que después se disculpó, del cartel de la última película de Almodóvar, Madres Paralelas, que muestra un pezón lactante.
Aunque Meta ha ido flexibilizando las reglas y sí permite ahora publicar fotos de pezones femeninos en contextos médicos, lactantes o como acto de protesta, su consejo asesor de contenido le acaba de dar un toque de atención sobre este asunto, por lo que la eliminación de la censura puede estar más cerca que nunca. Esta junta explicó claramente en sus recomendaciones lo que ocurre, más allá de las redes sociales, con los senos de las mujeres: “La política de actividad sexual y desnudez de adultos de Meta asume por defecto que constituyen imágenes sexuales”, criticó.
“Desde pequeñas se nos enseña que nuestro cuerpo es observado, tenemos que ser recatadas, pero el margen de lo apropiado en el que nos movemos mujeres y hombres no es el mismo”, añade Lasén, que considera “perverso” el fenómeno que provoca.
“La cuestión es que somos nosotras las que tenemos que preocuparnos de que el pezón no se vea y, por tanto, de controlar la sexualización de nuestro cuerpo, pero eso es una paradoja porque la sexualización no está en nosotras, sino en la mirada exterior. Es decir, no tenemos derecho a sexualizarnos nosotras ni a ser agentes de deseo, pero sí somos responsables de cómo los otros nos ven como objetos”, explica la socióloga.
Que la mirada masculina moldea la lectura social que se hace sobre el pecho femenino es algo comprobable en la representación histórica artística que se ha hecho sobre él. Así lo analizó Marilyn Yalom en Historia del pecho, publicado en 1997, en el que explica cómo los senos femeninos se han codificado históricamente como “buenos” o “malos”, pero siempre desde el punto de vista de los hombres, ya sean las vírgenes lactantes, las alegorías políticas como la pintada por Delacroix o la figura de Lady McBeth de Shakespeare, ejemplifica.
Y es precisamente el arte uno de los ámbitos desde el que precisamente se está intentando dar respuesta. Es el caso de la artista y diseñadora Natalia Lobato, que ha puesto en marcha el proyecto Mugró (pezón), una exposición participativa de mural cerámico formado por pezones de diferentes formas, colores y tamaños hechos a partir de fotos reales. “La representación de las tetas en la mayoría de los contextos históricos ha sido realizada por hombres y eso ha contribuido a su sexualización”, asegura Lobato, que quiere con el proyecto dar la vuelta a esta concepción y mostrar “la diversidad” de cuerpos que existen.
Más allá del pezón, el cuerpo
Todas las expertas coinciden también en contextualizar los mandatos respecto a los pezones femeninos en un marco más amplio que pone el cuerpo de las mujeres en el centro con el objetivo “de hacernos sentir incómodas y avergonzadas”. En palabras de Fernández, apunta a lo que ocurre con muchas otras cuestiones como el peso, el pelo, el escote o la piel. Algunos comentarios nos recuerdan que seremos valoradas por nuestro físico.
La coordinadora de la Unidad de Igualdad de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) María Olivella utiliza como explicación el concepto del poder disciplinario de Michael Foucault. Considera el tabú del pezón una expresión de esta teoría, que implica que “el poder se basa en actos de disciplina”, en este caso “de forma constante con el cuerpo de las mujeres y otros colectivos históricamente discriminados” en base a unas determinadas normas.
Entre las características de este proceso, explica la también politóloga y antropóloga, se encuentra el estar hablando constantemente de ese cuerpo, que deba modificarse para adaptarse a esos cánones que no casan con las realidades corporales o proveer un conjunto de normas incoherentes que generan “una sensación de ansiedad constante en la que estamos las mujeres”. “Tienes que tener pecho, pero no mucho, puedes mostrar escote, pero no mucho, estar delgada, pero sin pasarse, maquillaje bien pero no demasiado…”, ejemplifica la experta que como último rasgo nombra el “autodisciplinamiento”.
“Si yo sé que va a haber un castigo, un estigma o una reprobación me censuro y en ese momento el poder ya está en nosotras mismas”, concluye.