Hay escenas clásicas que se repiten indistintamente a lo largo de una parte de la literatura, las novelas y las películas románticas. Varían los escenarios, los contextos, los personajes y hasta las palabras, pero básicamente sucede lo mismo, una y otra vez, en decenas de historias diferentes.
Una chica buena -si es pura y virginal mejor- conoce a un chico malo pero admirado por todos que, en primera instancia, la agrede y se burla de ella. Supuestamente empieza a enamorarse, pero es demasiado inmaduro o carga con demasiados traumas como para asumirlo. Ella identifica todos sus defectos durante los primeros encuentros: la violencia, la agresividad, la promiscuidad.
Porque sí, casi todos llevan una vida llena de “mujeres fáciles” hasta que conocen a “la indicada”. Al principio lo rechaza, pero poco a poco descubre su lado tierno, romántico, ese que solo sale con ella. Empieza a ceder. Al fin y al cabo, nos cuentan, del odio al amor hay solo un paso.
Más adelante, cuando ya están juntos, llega la escena de celos. Casi siempre sucede en una discoteca o una fiesta. Un tercero, que quizás no sabe que la chica tiene pareja, baila un poco más cerca de la cuenta o la invita a un trago. En algunos relatos, la insinuación llega al acoso y la agresión sexual. En otros, se repite un cortejo muy similar al que inició la historia de los protagonistas, pero ahora ya no parece tan “romántico”. En cualquier caso, nuestro “héroe” siempre llega para salvarla con una mirada fuerte, una amenaza o una tanda de golpes. El mensaje implícito queda claro: “No se toca lo que es mío”. Y aparentemente eso debería encantarnos.
Luego llega el clímax: los enamorados se separan tras una pelea épica en la que no son capaces de comunicarse. Las causas pueden ser muchas, desde un malentendido hasta presiones familiares o un error evidente de uno de ellos. Casi siempre el chico malo termina poniéndose agresivo y provocando destrozos a su alrededor. A ella no la toca, pero hay mucha violencia, el límite con la agresión directa se difumina. En realidad, la discusión casi siempre confirma que el noviazgo no es sólido.
Tras pasar días, semanas o meses separados, en los que “apenas pueden sobrevivir”, regresan pidiendo disculpas y se reconcilian. En definitiva, no suelen ser relaciones sanas, sino exageradamente dependientes y posesivas. Al final siempre terminan juntos, enamorados, pero por el camino validan un montón de estereotipos machistas y el peligroso mito del amor romántico. Lamentablemente, en la vida real, hay una historia después del punto final. Y cuando el principio tiene tantos vacíos, la conclusión no siempre es un “felices para siempre”.
A través de los estereotipos…
La lista de libros, más o menos conocidos, con historias similares es muy larga. Basta con echar un vistazo a los catálogos de editoriales como Titania, Terciopelo o Chic. En paralelo, el creciente éxito de la plataforma Wattpad -una especie de red social online de lectura y escritura, donde cualquier usuario puede compartir novelas, fanfics y otros textos- ha servido para que cada vez más relatos de este tipo lleguen hacia los editores y los grandes públicos.
Más preocupante aún resulta que varios de ellos dan el salto a las grandes pantallas a través de películas o series, muchas veces exitosas. Una mirada al pasado reciente permite enumerar sagas como After, Crepúsculo, El stand de los besos, 365 DNI o Cincuenta sombras de Grey, particularmente reconocidas por los amplios movimientos de fans que generan. Aunque con niveles de violencia diferentes, todas ellas repiten el formato descrito al inicio de este texto: una muchacha buena, bonita, tranquila, se enamora de un chico malo, agresivo, que la maltrata y controla, pero intenta ser mejor por ella en nombre del amor.
Hardin, Edward, Noah, Massimo y Christian comparten pasados traumáticos que, de un modo u otro, justifican el control obsesivo, el amor como posesión y las muestras de violencia más o menos evidentes. Mientras, Tessa, Bella, Elle, Laura y Anastasia, sus parejas, tienden a romantizar y justificar las conductas de sus enamorados. Además, se proponen cambiarlos, salvarlos, hacerlos mejores. Estas tramas y otras se sostienen en el repetido mito del amor romántico, que durante décadas se ha posicionado a través de la religión católica, las novelas y hasta las princesas de Disney.
La reconocida periodista Isabel Moya, profesora y experta en temas de género, describió este mito en sus investigaciones como la construcción sistemática de un ideal del amor, entendido como la unión de dos mitades, la complementariedad, el “sin ti me muero”, “sin ti no puedo vivir”; la exclusividad, la pasión eterna, entre otras creencias.
Mientras, Coral Herrera, antropóloga feminista española, explicó que está construido sobre un binomio de sumisión-dominación. “No nos enseñan a relacionarnos horizontalmente, de tú a tú, de igual a igual. Y como vivimos en una sociedad tan machista, nuestra forma de querernos es machista y por eso siempre la sumisión es de la mujer ante el hombre”.
Crecemos entre mitos y estereotipos como la búsqueda de la media naranja, porque sin ella estamos incompletos; la validación del amor controlador, porque “si lo amas te pertenece y si te cela solo está demostrando afecto” y aquello de que para amar hay que sufrir e incluso odiar, pues “quien bien te quiere, te hará llorar”.
Las historias antes descritas lo confirman una y otra vez: el enamoramiento se basa en primeras impresiones, en el destino. Al fin y al cabo, los protagonistas apenas se conocen, pero les basta un par de intercambios para convencerse de que son “los definitivos”.
Con uno u otro matiz, el amor se presenta como fuente de salvación para los hombres y como único objetivo en la vida para las mujeres, a veces por encima de la carrera profesional y la realización personal. Se valida aquello de que debemos esperar por un príncipe azul -un poquito teñido de negro para agregarle “sensualidad”, ya que estamos- que nos salvará de la monotonía, que nos proveerá estabilidad sentimental y económica y que, por supuesto, nos hará madres.
De más está decir que otros prejuicios machistas abundan: no es casual que el arquetipo de hombre mujeriego resulte atractivo, mientras que las muchachas con muchas parejas sean catalogadas de fáciles o “putas”. Más de la mitad de las protagonistas son vírgenes, el resto tiene a lo sumo un par de experiencias sexuales previas y muy bien justificadas.
En esa misma línea, enfrentar a nuestras chicas buenas con otras mujeres “de dudosa reputación” por la atención de sus amados es un recurso habitual; casi siempre acompañados por valoraciones machistas de estos últimos para intentar tranquilizar a sus novias. En este género literario la sororidad no existe. Y no, el clásico personaje de la amiga fiel no resuelve ese problema.
También se repite la idea de que un hombre deja de ser violento cuando encuentra a la mujer indicada porque, en cierto modo, ella tiene la cura para todos sus problemas y traumas. Se refuerza su rol sexista de cuidadora y se legitiman relaciones tóxicas y dependientes.
En ese camino, el hecho de que los noviazgos suelan comenzar con burlas y agresiones, que se presenten los celos, el control y la posesión como sinónimos de amor y que se justifiquen las explosiones de ira y los ataque a terceros como “tormentos de enamorados”, escenas todas muy frecuentes, abre la puerta para manifestaciones diversas de violencia de género. En realidad, del odio al amor no hay un paso, esa es otra fórmula de la sociedad patriarcal para justificar las agresiones machistas.
Violencia, la otra cara del mito
Ya lo decía Isabel Moya: “el imaginario en torno al amor romántico puede generar violencia, porque las relaciones que se establecen de esa manera están basadas en la dependencia y la desigualdad: el hombre siente que, además de querer y proteger, domina (…) Empieza con los celos, pero puede llegar a niveles de dominación en los cuales quien controla llega a pensar que tiene derecho a maltratar y hasta decidir si su pareja vive o muere”.
La validación persistente de este tipo de amor invita a las mujeres a convivir con abusos, maltrato y explotación en medio del ideal -casi sagrado – de “soportarlo todo”. Si nos cuentan que solo existe una persona correcta para cada uno y nos enseñan a temerle a la soledad, abandonar una pareja que no nos satisfaga puede ser muy difícil. En ocasiones el problema deriva en infelicidad y frustración, en otras tal comportamiento fortalece el ciclo de la violencia y el control va en ascenso, hasta convertirse en acoso, golpizas, feminicidios.
En definitiva, la creencia de que una relación se sostiene sobre la atracción a primera vista o el destino, echa por tierra la necesidad de construir bases sólidas de confianza y comunicación. El amor auténtico no puede basarse en la adoración, el control o la pertenencia; sino en la libertad de cada individuo, la lealtad, el compañerismo y la equidad. Aunque los libros, las series y las películas insistan en contar otra cosa. Toca mirar, aquí también, con espejuelos de género.
Felicidades! Buenísimo artículo! Digno de ser multiplicado. Porque, las personas caen en mitos del amor romántico y en esas relaciones dañinas, y no saben el por qué de tal infelicidad. Un abrazo!