Cuando escuchamos hablar acerca de comunicación inclusiva, nuestra mente se remite, de manera automática, a las cuestiones relacionadas con el lenguaje escrito y hablado, donde el genérico masculino invisibiliza a más de la mitad de la humanidad; así como a la lucha por la implantación de un lenguaje inclusivo como una cuestión de derechos humanos.
Pero comunicar con inclusión o en igualdad va mucho más allá de vencer esas primeras batallas. Es compartir información, de manera igualitaria, con precisión y respeto; llegar a todas las personas sin distinciones; empoderar al sujeto comunicador y al comunicado, así como al objeto de comunicación; construir mensajes más justos desde nuestros espacios de ficción y de no ficción; comprender que emitimos mensajes también a través del lenguaje audiovisual. Una comunicación realmente inclusiva activa el cambio social, porque invita a cuestionarnos la manera en que usamos la información, las palabras, las imágenes y otras herramientas comunicativas para dar sentido al universo que nos rodea y crear nuevos imaginarios sociales.
He ahí donde el término comunicación inclusiva se vincula al concepto de invisibilización como metáfora en las Ciencias Sociales, que se refiere a “los procesos culturales dirigidos por un grupo hegemónico, para omitir la presencia de un grupo social (considerado) minoritario, con la finalidad de suprimir su identidad, y así reducir su resistencia a la dominación”1. La invisibilización es una de las estrategias habituales de la violencia simbólica y de la violencia basada en género (muchas veces inconsciente, tanto en personas víctimas como en victimarias); y ha estado –y continúa estando presente– en la manera en que construimos y revisitamos la historia, día tras día, en nuestros medios de comunicación.
Puede que uno de los ejemplos más controvertidos y dolorosos lo encontremos en los inicios del séptimo arte. Para cualquier persona con elementales conocimientos sobre el tema, resulta obvio que los hermanos Lumière fueron los inventores del Cinematógrafo. También puede que usted haya estudiado en los libros de historia del cine, o conocido a través de algún que otro documental, la figura de George Méliès como iniciador del denominado cine de ficción. Pero, ¿acaso le “suena” el nombre de Alice Ida Antoinette Guy, más conocida como Alice Guy Blaché? Probablemente no. Sin embargo, se trata de la mujer pionera del séptimo arte, una de las primeras personas en hacer cine narrativo y la primera mujer que hizo cine profesional y logró vivir de él. La talentosa cineasta fue total e injustamente excluida de la historiografía del cine hasta hace pocos años, cuando Alejandra Val Cubero inició el rescate de su figura y su obra, con su libro “Vida de Alice Guy Blaché”.
Alice comenzó siendo aquella joven secretaria, que quedó maravillada luego de asistir junto a su jefe, León Gaumont (uno de los directivos de Le Comptoir Général de la Photographie), a la primera proyección del Cinematógrafo de los Lumière, el 22 de marzo de 1895, en París. Mientras los Lumière batallaban con Thomas Edison para reclamar la patente sobre su invento y Gaumont solo apreciaba el potencial económico del “aparato”, la joven dejaba volar su creatividad. La sortie des ouvriers des usines Lumière à Lyon Monplaisir (La salida de los trabajadores de la fábrica Lumière), generó en ellaun sinfín de sueños artísticos y narrativos, al imaginar cómo aquel increíble equipo podía convertirse en un medio, no solo para captar imágenes, sino para construir historias, para hacer arte. Alice se las ingenió para convencer a su jefe de permitirle filmar, bajo la condición de no descuidar sus funciones como secretaria. Ese sería el inicio de una larga y fructífera carrera en el séptimo arte.
Desde su primer filme de 1896, La Fée aux Choux (El hada de los repollos), hasta su aclamada Vampire (Vampiro) en 1920, Alice se mantuvo activa y exitosa profesionalmente. Tuvo un rol competitivo como productora y directora independiente, al interior de la industria hollywoodense, y lo cierto es que sus producciones cinematográficas –aunque hasta hace poco borradas de la memoria fílmica– estuvieron siendo exhibidas y comercializadas al mismo tiempo que obras tan conocidas como El regador regado (L´arroseur arrosé-1895), de Louis Lumière. La creatividad artística de Alice Guy Blaché la condujo a convertirse en pionera en la utilización de caracterizaciones y atrezo. Del mismo modo, bebió de los avances de su contemporáneo George Méliès, para poner en práctica en sus filmes efectos especiales como los de sustitución de imágenes, la múltiple exposición, la cámara rápida, entre otros. Sin contar sus múltiples contribuciones al lenguaje cinematográfico en su función comunicativa, desde la experimentación con el sistema de planos, hasta el trabajo con los valores narrativos y descriptivos de la iluminación y del montaje.
Sus novedosos aportes a la historia del séptimo arte incluyen también la grabación de cantantes de la época interpretando sus canciones en playback, con una novedosa utilización del sonido y el color, convirtiéndose en precursora del videoclip moderno. A ello se suma la utilización, por vez primera, de actores negros como protagonistas de su película A fool and his money (Un tonto y su dinero, 1912).
Y, por si fuera poco, su versión de El nacimiento, vida y muerte de Cristo (1906) se convirtió en la primera súper producción de la historia, con un metraje de 30 minutos, la creación de 25 decorados y la utilización de más de 300 extras. Fundó y dirigió varias productoras en Francia y Estados Unidos, rodando alrededor de 600 películas de los más diversos géneros (western, drama, espionaje, fantasía, policíaco, etc.), con estrellas del cine mudo de la época como Darwin Karr, Blanche Cornwall y Billy Quirk.
El divorcio acabó con la fructífera carrera de esta talentosa cineasta, obligada a retornar a Francia luego de vender en 1922 su primera y prestigiosa productora Solax (la cual poseyó el estudio de cine más grande de Estados Unidos durante varios años). Alice luchó infructuosamente por reclamar en ese país la autoría de sus películas. La mayoría de sus filmes terminaron siendo conocidos con el crédito de sus directores de fotografía, mientras su nombre quedó sepultado bajo los lastres del sexismo cinematográfico.
La historia de Alice Guy Blaché es la de muchas mujeres de todos los tiempos. No se trata de demeritar a esos hombres increíbles que han dejado un valioso legado artístico tras su muerte, sino de colocar a su lado a las múltiples mujeres que también lo hicieron, reconociendo y eternizando sus aportes, para así reescribir una nueva y más justa historia de las artes.
Lo que aparece en los libros de Historia, ¿ya existe?
Según Jean-Françoise Lyotard, “la historia es la huella que deja detrás de sí la búsqueda”2. La reciente “existencia” de Alice Guy Blaché en las nuevas historiografías del cine, es un maravilloso paso de avance en la escritura de la nueva historia de la humanidad. Ha sido producto de muchos esfuerzos realizados por la teoría y crítica fílmica feminista desde mediados del siglo pasado, revisitando exhaustivamente la historia cinematográfica, en pos de visibilizar la obra de muchas mujeres anónimas que han trabajado y trabajan detrás de las cámaras; búsqueda que la teórica Annette Kuhn denominó “hacer visible lo invisible”3.
Sin embargo, resulta sintomático que, tanto Alice como muchas otras mujeres creadoras (a pesar de haber sido “reivindicadas”), no se encuentren dentro de los referentes cinematográficos habituales de los públicos, de los críticos y de los periodistas. Esto, más que un fenómeno historiográfico, resulta un fenómeno comunicativo. Alice, desde el punto de vista de comunicación género-inclusiva, continúa estando al margen de nuestros imaginarios sociales. Porque “lo que no se nombra (de manera habitual, agregaría yo), no existe”4.
Urge naturalizar el hecho de nombrarla, no como conejillo de Indias por su valor de “cineasta reivindicada”, sino como uno de los nombres incuestionables dentro del surgimiento del universo audiovisual. Se hace necesario escribir sobre ella, continuar investigando su obra, realizar documentales sobre la historia del cine que la coloquen a la altura de Méliès y de los Lumière, que visibilicen a la realizadora y a la mujer. Para que un día, sin proponérnoslo siquiera, su nombre surja de manera natural a la hora de escribir un artículo científico sobre el séptimo arte, o cuando redactemos una nota periodística sobre el aniversario del surgimiento de la industria cinematográfica.
Se trata de construir, desde la comunicación, nuevos imaginarios colectivos inclusivos; para que un día X, de un año X, el acto de “visibilizar” resulte innecesario, porque “lo antes invisible” –finalmente[1]forme parte natural e indiscutible de nuestra cotidianeidad histórica, social y comunicativa.
1 Bastidas y Torrealba (2014), citado por Hernández López, I. (2020). La invisibilización como metáfora: Una categoría de análisis para identificar el proceso de invisibilización en problemáticas sociales. Trama, Revista de Ciencias Sociales y Humanidades, 9(1), 100-131. http://doi.org/10.18845/tramarcsh.v9i1.5271(Vol.9Núm.1,2020)
2 Lyotard, J-F. (1989), citado por Laborda Barceló, J.; Siles, B.; Torres, S.; Alarcón, J.R. (2022). Alice Guy, una historia del cine. MAKMA, Revista de Artes Visuales y Cultura Contemporánea. http://www.makma.net/alice-guy-una-historia-del-cine
3 Íde
4 Frase adjudicada al filósofo George Steiner, luego enarbolada por Rubi Rich y otras teóricas feministas.
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