Dime lo que consumes y sí te diré quién eres

Kaipiroshka de Fresa, 2012 © Rocío GarcíaCaracterizar a grupos sociales, étnicos, religiosos o económicos es un proceso social muchas veces necesario, pues generalizar conceptos en torno a determinados fenómenos constituye una herramienta para identificarlos o manejarlos mejor. Sin embargo, encasillar a las personas en conjuntos sobre los que se tienen creencias, ideas y sentimientos preconcebidos da lugar a la formación y reproducción de estereotipos.

Algunos grupos son más desfavorecidos en esta simplificación de la realidad. La generalización de conductas negativas asociadas a las personas de piel negra produce estereotipos e hiperbolizaciones que no siempre se fundamentan en la verdad. “Tenía que ser negro”, “Si no la hace a la entrada, la hace a la salida” son dicharachos populares que reflejan estereotipos y prejuicios raciales del imaginario social.

Pero no son ellos los únicos castigados, cuando de representaciones mentales se habla. La visión heterosexista de nuestras sociedades también ha sido el talón de Aquiles para otros grupos. Si una mujer tiene relaciones sexuales con varios hombres, se le acuñará de prostituta; si lo hace un hombre gay, se le tildará de promiscuo; pero si es un hombre heterosexual, no alcanzarán los buenos calificativos. Y sigue llevando la voz cantante el machismo.

Hombres gays, nunca al margen de los estereotipos

Múltiples representaciones sobre la homosexualidad permanecen arraigadas a nuestras culturas, como esas del hombre atractivo, fuerte y arreglado que presentan las series de televisión extranjeras como única posibilidad de gay. Otros mitos se asocian a imprescindibles manierismos, a la creencia de que el VIH es una enfermedad gay, o a pensar que la comunidad homosexual se divide entre la promiscuidad y la sensibilidad. Tales mecanismos niegan la heterogeneidad que caracteriza a las personas homosexuales, como parte de toda la humanidad.

Además de las tradicionales construcciones en torno a la homosexualidad, predominan otros estereotipos asociados al consumo cultural de esta población, a pesar de que no existen fórmulas determinadas para clasificar lo diverso, pues escenarios y hábitos de consumo son tan variables y heterogéneos como la propia gente, aun cuando sus preferencias sexuales parezcan unirlos.

Problematizar sobre el asunto sería contribuir a la brecha que fragmenta y separa los grupos sociales. ¿Existe alguna condición especial que varíe el consumo cultural según la orientación sexual? Habría que estudiar posibilidades, aunque lo más probable es que se trate solamente de lo mismo que distingue a un grupo cualquiera de otro. Tan diversa como es hoy la comunidad gay, son también sus hábitos de consumo.

Porque una realidad indiscutible es que cada persona consume según sus intereses. Cada subjetividad mueve lo que nos impulsa más que el resto de los contenidos, razón por la cual será normal que algo nos llame la atención y otro contenido pase inadvertido. Así, a quien se mueve en el mundo de la literatura le interesan las historias de poetas y a quien se desvela por la física le motivan los últimos descubrimientos de este campo, y a quien sueña con el deporte le atrae cuanta competencia ande en el ambiente. Quienes viven por la pasión de las luchas políticas atenderán a todo aquello que ocurra en ese mundo, que se escriba o se filme, con tal de estar al día y también para apropiarse de saberes y prácticas de los que ya han hecho su historia o la están haciendo.

Es esta la misma situación de quienes han vivido siempre en una realidad marcada por estereotipos y falsas creencias sobre sus modos de sentir y amar. Las personas con una orientación sexual diferente a la que han dictado los cánones del mundo dominante pueden verse motivadas de modo especial, igualmente, por los contenidos que aborden sus realidades, porque no somos ejemplos de objetividad, sino esclavos de nuestras subjetividades. Y ello no es ni recriminable ni síntoma de una diferencia excluyente del resto de las personas, también sujetas, por naturaleza humana, a lo que les interesa.

Por esa razón nunca estarán justificados los constantes clichés de consumo a los que se somete muchas veces a homosexuales, bisexuales o cualquiera de las distintas orientaciones en torno a la preferencia sexual o identidades de género.

Además del esquema clásico de asociarles directamente con artes como la danza, el cine más romántico, la música más cursi o las pinturas y esculturas que aluden directamente al tema erótico, la comunidad gay ha debido soportar también ser representada desde la lejanía y la indiferencia de quienes la enmarcan asociada a historias trágicas y signadas por la imposibilidad, una muestra del desconocimiento y el desapego que domina en nuestra sociedad, aun cuando cada vez el camino hacia la sensibilización se construya mejor.

Un ejemplo vigente de ello es el cine, donde por mucho que se haga alarde de una representatividad creciente sobre estos temas, constatamos que la mayoría de las veces la imagen va plagada de prejuicios y falsos dibujos que perjudican más de lo que apoyan la «causa» de la igualdad diversa.

Sin embargo, no podemos obviar que los estereotipos también determinan consumos, culturales o no. Si son estos clichés deformados los que dominan cada irrupción de las historias gay en la pantalla, la música o cualquiera de las artes; si son estos los que se propagan con el inigualable poder de los medios de comunicación, encargados (por fortuna o no) de sentar gustos, conocimientos y creencias… ¿cómo determinar lo que se prefiere o no?, ¿acaso hay espacio para un acercamiento real y libre por parte de quienes desconocen y se dejan alimentar mansamente por las mediaciones?

No podríamos aventurarnos a hablar entonces de un determinado y homogéneo consumo cultural para la comunidad gay. La cultura es amplia, diversa, de todos y todas. Cada quien la vive según ideologías, pasiones, sentimientos y condiciones objetivas de vida.

Las sexualidades solo ocupan una pequeña parte de lo que llevamos en la mente y el corazón como guía. Aunque los mundos y grupos que formamos determinen mucha de la cultura que consumimos.

¿Cambian los espacios y las mentalidades?

Incluso, cuando seguimos ateniéndonos a la verdad de que no hay forma de encasillar el modo en el que la comunidad gay prefiere consumir su tiempo, es imposible cerrar los ojos ante ciertas realidades que se vienen conformando desde hace algún tiempo.

Mientras que por años la comunidad gay en Cuba estuvo destinada a conformarse con sitios tan progresistas y defensores como El Mejunje de Villa Clara —adonde asiste también la juventud de esa provincia— o limitada a bares estatales como el habanero Las Vegas, gracias a un convenio del Cenesex (Centro Nacional de Educación Sexual) con el Ministerio de Cultura que permitía la actuación de travestis para promover conductas saludables de protección, hoy el contexto está cambiando.

¿Y quiénes son los primeros en lanzar el grito de conquista cuando se da la posibilidad de desafiar por cuenta propia? La respuesta es muy sencilla: quienes habían sido obligados a callar. Tal vez sea esa la razón por la cual comience a hablarse —sobre todo en la capital habanera— de la creación y proliferación de los nuevos bares gay friendly (amistoso), todos por iniciativa privada. Y aunque la primera aclaración de cualquiera que incite a visitar estos lugares es que no son solo personas con orientaciones homosexuales las que andan por esos predios, sí existe la creencia de que estas personas son las principales destinatarias de estos avezados emprendimientos o, al menos, así se han puesto de moda.

¿La iniciativa cuentapropista estará cubriendo el vacío estatal existente en cuanto al consumo gay? Una gran mayoría puede apoyar esta teoría. Y los que posean otras opiniones alegarán que hasta entonces no existían estas aparentes especializaciones porque no había discriminación para abrir las puertas de cualquier sitio público a quien deseara entrar, independientemente de su orientación sexual e identidad de género. Pero es bien sabido que una cosa se escribe en blanco y negro (como los derechos constitucionales de igualdad y no discriminación) y la otra la dicta la realidad, plasmada en mil colores, visiones, creencias e interpretaciones. ¿A cuántos no se les habrá limitado el paso por el umbral bajo el viejo y nunca fuera de moda derecho de admisión de los bares de antaño? ¿Ocurrirá eso hoy, bajo las luces de la modernidad y la inclusión que muchos proclaman a toda voz?

A primera vista, lo cierto es que mientras que antaño un espacio que pensara en gays como público era, desde esa definición, condenado a los prejuicios de suciedad, vulgaridad y peligrosidad, hoy los ambientes más glamorosos sirven de momento de socialización y recreación sin que quienes prefieran intimar entre iguales con la mayor tranquilidad estén condenados a quedarse en casa (en caso de que tengan esa posibilidad, que generalmente no son mayoría, pues muchas de las demandas por estos espacios derivan de la dificultades impuestas por las familias y los problemas de la vivienda).

Sin embargo, no hay que cerrar los ojos a otras verdades, ni excedernos en loas para con los nuevos aires, puesto que aún no son para que todos y todas los respiremos. ¿Acaso es posible, de acuerdo a los ingresos promedio de la ciudadanía cubana, convertirse en visitantes asiduos de estos atrayentes clubes? Por supuesto que no. Y aunque se agradecen, siguen sin alcanzar para tanto. El anhelo de que se democraticen las posibilidades es la esperanza que nos hace defender este nuevo mundo de perspectivas, una «democracia» económica que debe llegar en algún futuro no muy lejano. Y por la que esperamos con ansias.

Otros debates, liderados desde las redes por los miembros del Proyecto Arcoíris (organización defensora de los derechos sexuales), apuntan a la preocupación de que estos espacios se conviertan en un motivo más de segregación de la comunidad LGBTIQ (lesbianas, gays, bisexuales, trans, intersexuales y queer). O, peor aún, que se incurra en la formación de guetos dentro de esta población tan diversa, si algunos grupos se convierten en clientes fijos de ciertos bares y a otros se les limita el paso.

También preocupa que se sume a la diferencia en orientaciones sexuales, la desigualdad económica entre los miembros de la heterogénea comunidad, y que estos incluyan entre sus limitaciones aquella a la que los somete el bolsillo.

Integrantes de Arcoíris, organización anticapitalista e independiente de Cuba (como se autodefinen), alertan en entrevista a la agencia IPS, que estos establecimientos de propósitos lúdicos y no precisamente de activismo, no contribuyen al cambio de conciencia de personas heterosexuales, o al menos, no con los resultados esperados. Pues de la represión y la ilegalidad que caracterizaba años atrás a las reuniones de esta población, se ha pasado a la legalización y visibilidad sin el acompañamiento de un debate ciudadano exitoso que haga tomar conciencia del respeto a la diversidad. La idea que defienden quienes se han interesado más por el fenómeno desde el punto de vista sociológico es que estos bares o cabarés han nacido por la leyenda de que el conocido como mercado rosa es muy solvente y, a partir de esa realidad, han creado todo un mundo de iniciativas allí donde antes solo existía el deseo por la socialización y el entretenimiento (que también son parte de las necesidades psicológicas y sentimentales de cualquier ser humano), y no clasifican como un lujo o práctica exótica.

Otro concepto, muy bien manejado en la idea de no excluir sino abogar por la inclusión, es el de los bares que se declaran amigables para la diversidad sexual y donde conviven personas con diferentes orientaciones sexuales y de género, sin que ello suponga la especificación de que se trata de un bar gay. Otra tendencia se aprecia también en bares privados como Esencia Habana y Le Chansonier, que dedican algunas noches a la diversidad sexual y el resto queda puramente al azar.

La profesora universitaria Anabel Mitjans —quien lleva el proyecto de debate Motivito, encargado de realizar reuniones lúdicas en casas privadas o lugares públicos— considera que el mundo gay se está convirtiendo en un espacio restrictivo económicamente y de consumo capitalista, en el que las lesbianas no parecen ser rentables. Muchos observadores coinciden en señalar que las asistencias por estos lares privilegia a los hombres gay, mayoritariamente blancos y con alto poder adquisitivo, mientras lesbianas y transexuales siguen relegados. Estas tendencias parecen derivar de diferencias de género que colocan en un lugar privilegiado de la economía a los hombres y desplazan en posibilidades de obtener trabajo y ganancias a mujeres y, más aún, a transexuales.

Tanto cerrar los ojos ante los nuevos reflejos, como cegarnos ante la luz, son filosofías que no podemos adoptar como auténticas. Lo importante es apoyar que las posibilidades se multipliquen, abogar porque beneficien a la mayoría y no convertirlas en sitios que contribuyan a la segregación, cuando su intención debe ser abrir las mentes y los espacios.

Que nazcan estos bares, pero que nazcan sin prejuicios de ningún tipo. Que el natural derecho de admisión (creado para limitar el paso a quienes pueden alterar el orden) no se convierta en un derecho al capricho, a una posibilidad abierta a la discriminación permitida y supuestamente amparada en el hecho de que quienes están al frente pueden decidir la entrada basándose en quién les cae bien o mal.

La protección a los derechos sexuales debe alcanzar incluso a las nacientes formas de gestión, para que el consumo gay no “consuma a nadie”; sino que alimente el espíritu y las necesidades de cada persona. Las libertades que se conquistan no deben opacarse en prisiones absurdas.

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