Recién, una pareja amiga de orientación heterosexual se me acerca y ambos me confiesan que llevan 10 años infructuosos intentando alcanzar la maternidad y la paternidad por las vías naturales y asistenciales, acogidos a nuestro programa nacional de atención a las parejas (heterosexuales) infértiles.

Por razones que ahora no vienen al caso, y porque no estoy autorizado a develar intimidades que no me corresponden, hasta este momento no han podido lograr su sueño de años de amor; pero permítanme vanagloriarme de haber sido el medio al que recurrieron para depositarlos en las mejores manos de nuestros especialistas en los temas referidos a las concepciones humanas por vías no naturales.

Por fortuna, técnicas como la ovodonación hoy son transmisoras de mucha felicidad en hogares cubanos, pues hacen realidad muchos sueños otrora inalcanzables, así como la creación de un banco de esperma y otro de óvulos que vienen a colmar las expectativas de mujeres y hombres que, tras años de insomnio, albergan nuevas esperanzas de vivenciar sus maternidades y paternidades.

Esta pareja amiga, a pesar de no haber logrado su cometido hasta este preciso instante, tiene algo muy importante a su favor que le permitió ingresar en nuestro Programa Nacional de atención a la parejas infértiles: su heterosexualidad.

Fui visitado por muchos sentimientos y todos llegaron a mí al unísono. Sentimientos de felicidad y sentimientos de mucha tristeza y frustración.

Sí, es cierto: la felicidad por ayudar a esta pareja amiga es tan grande por la relevancia y trascendencia que deposito en el tema referente a las maternidades y paternidades pero, a la vez, mi angustia es mayor cuando pienso en cuántas parejas, que no comparten la misma orientación sexual de mis amigos recomendados, quisieran también disfrutar de las mismas oportunidades, posibilidades, derechos y beneficios que otorga dicho programa nacional de atención a parejas infértiles en nuestra hermosa nación cubana.

Las implicaciones de no ser incluidos o incluidas en un programa de reproducción asistida, que proporcione una equidad entre todos y cada uno de los seres humanos que por voluntad propia deseen vivenciar los efectos de las maternidades y las paternidades, son invaluables e innumerables. Pero, para sensibilizar e informar, voy a aventurarme a mencionar algunas de las esferas de la vida donde más incidencia los efectos de estas no inclusiones.

Las dimensiones más permeadas por el dolor de la no inclusión a un programa de reproducción asistida son las siguientes: la individual, la de pareja, la familiar y la dimensión social, por solo citar algunas.

En la dimensión individual, las maternidades y las paternidades inalcanzadas por razones ajenas a lo biológico o lo psicológico, y donde prima una infertilidad social impuesta en el impedimento de tal anhelo, se multiplican los niveles de frustraciones en poblaciones humanas LGBTIQ (lesbianas, gays, bisexuales, transexuales, intersexuales y queer). Ello las convierte en familias paranormativas, es decir, no se espera que formen pareja, ni mucho menos que tengan descendencia en sociedades heteronormativas.

Las mujeres lesbianas y los hombres homosexuales ni siquiera tienen la posibilidad de saberse fértiles o infértiles, estériles o no estériles. La pesadilla vitalicia de no poder transmitir amor, saberes y experiencias a sus descendientes, así como brindarles protección, responder por su educación y su sustento económico, agudiza sobremanera las sensaciones de impotencia ante un fenómeno socialmente castrante e inhumano, condicionado por desconocimiento, prejuicios y estereotipos hacia los “no normados sexualmente”. Todos ello, junto a la homopaternofobia y lesbomaternofobia, lacera la autoestima y los sentimientos de equidad entre semejantes, cuando a algunas personas se les estimula a reproducirse y a otras se les silencia.

Esto refuerza la representación social que se pudiera tener de la persona homosexual adulta mayor en soledad: hombre o mujer, solo o sola, bien porque haya vivido una vida plenamente frustrante en su área sentimental y de su sexualidad (no auto aceptación de su condición homosexual, por ende, deshonesto consigo mismo), sustentada en gran medida por las contradicciones sociales a las cuales esa persona homosexual llega a hacer suyas, como heredera, víctima y victimaria de la cultura excluyente y de sí misma.

La mujer o el hombre homosexual no es representado socialmente como generador de una llamada “estabilidad emocional”, frase sustentada en patrones subjetivos y muy utilizada para identificar la permanencia en el tiempo de un vínculo erótico-afectivo. Tales sujetos con semejantes conductas sexuales no se visibilizan como entes proveedores de hijos o hijas. Si las relaciones homo son estériles e infértiles, entonces no puede haber descendencia y ello ya es ingrediente principal para el consabido destino de una o un homosexual: la soledad socialmente impuesta; hasta que la muerte los separe.

Considerar que alguien, por ser poseedor de una orientación sexual heterosexual, es mejor proveedor de una educación más integradora, de una responsabilidad y moral incuestionables, es una interpretación sin fundamento que está privando a muchos seres humanos de traer hijos e hijas a hogares cubanos.

Niños y niñas que siempre son motivo de alegrías y preocupaciones que a todos, sin exclusión, les asiste el legítimo derecho de vivirlas, según mejor se acuerde: en formato de a dos o de a uno (o sea, en pareja o no). No hay por qué ser inflexibles en cuestiones de formatos si de maternidades o paternidades se trata; sí hay que ser más exigentes en la responsabilidad que conlleva tales ejercicios. La exigencia debe ser equivalente y no asumirse que, por tal orientación sexual, una será más adecuada que otra, pudiendo caerse en sesgos ya conocidos.

En la dimensión de pareja, es un elemento preponderante que sea un deseo mutuo. Las parejas homosexuales tienen más tiempo para madurar la maternidad y la paternidad, pues al no adquirir estas condiciones por sus relaciones sexuales y no existir espacios para embarazos accidentales, entonces siempre tendrán hijos e hijas deseados. Así, cuando el niño o niña es concebido al interior de la pareja –o sea, que no provenga de una relación heterosexual precedente–, es porque se ha hablado con tiempo y es una decisión suficientemente pensada.

Este fenómeno de no procrear a partir de las relaciones sexuales también tributa a una mejor planificación familiar. Es decir, se tendrán los hijos y las hijas que se quieren y se puedan, a menos que sean partos múltiples.

Una planificación familiar adecuada y el deseo juntos pudieran ser pilares fundamentales para disfrutar de una mejor economía en el hogar, lo que podría redundar en mejores condiciones de vida y en una educación de mayor calidad. Esto no debe interpretarse como una regularidad, depende mucho de la situación social de desarrollo de la familia en cuestión.

Entre los pro de estos proyectos de lesbomaternidades y homopaternidades está, por supuesto, el amor que este o esta infante recibirá de los padres o madres, según sea el caso. Generalmente, la educación se torna no sexista, o sea, no enfatiza tanto en los roles de géneros, por una cuestión de experiencia de vida de sus padres o madres. Pero esto no es una regla. En algunos casos, la educación suele ser tan revolucionaria y con altas dosis de creatividad, al punto que madres y padres no ejercen casi ninguna influencia en las decisiones de gustos personales de su descendencia, en alusión a los juguetes y colores de vestimenta elegidos por niñas y niños.

Estas maternidades y paternidades suelen ser muy afectivas, debido a lo que ha costado alcanzar el fruto deseado, en medio de una cultural heteronormativa, aun en aquellos países que sí contemplen las uniones del mismo sexo, o matrimonio igualitario, y sus derechos reproductivos. Es muy difícil modificar las representaciones sociales porque son actitudes ante ciertos prejuicios y dogmas históricos-culturales del patriarcado.

La auto invisibilidad paternal y maternal, es decir, el fenómeno de no auto reconocerse los y las homosexuales como potenciales padres o madres, tampoco es asunto exclusivo de la sociedad cubana. En contacto con parejas homosexuales foráneas, de países del primer mundo, que habitan en un contexto jurídico favorable a sus derechos sexuales y reproductivos, me ha impresionado que, pese a que son poseedoras de altos ingresos y protagonistas de uniones duraderas en el tiempo, aun así mantienen una conducta anti-descendencia. Por tal motivo, me orienté en querer conocer las causas más frecuentes que dan paso a la auto-invisibilidad en los roles maternales y paternales de estas parejas.

Algunos elementos generadores de irreproducción voluntaria en parejas homo:

· Temor de que hijos e hijas sean víctimas del bullying en los diferentes escenarios socializadores.

· El desarrollo de las tecnologías (celulares, tabletas y otros) simplifica e incrementa el acoso escolar en contextos más familiares.

· Temor que por sufrir del bullying homofóbico y bullying homopaternofóbico /lesbomaternofóbico, sus hijos e hijas no sean capaces de enfrentarlo y acudan al suicidio infantil.

· Inadecuada percepción de lo que es ser madre o ser padre, trasmitida a través del sufrimiento ocasionado por los progenitores de las propias personas homosexuales, lo que genera una incapacidad psicológica para asumir tales roles.

Como análisis de lo antes expuesto, se percibe que las leyes favorables a la inclusión son importantes, pero no determinan en lo absoluto la co-existencia pacífica y armónica de la diversidad sexual, y que se vivencia un peso cultural que debe ser adecuadamente educado en que la norma y la riqueza está en lo diverso.

En la dimensión familiar se cercenan los ideales de familia, inclusive antes de que se piense en tenerla. Inmediatamente emerge el conflicto social de: ¿cómo vamos a traer niños o niñas a un mundo para que sufran por tener dos madres o dos padres homosexuales? El conflicto o contradicción está implícito en los progenitores antes de que se materialice la maternidad o paternidad.

Entonces se visibiliza una falsa e inadmisible representación social de una “esterilidad o infertilidad social” con trascendencia a lo individual, y a la dimensión de pareja y familia, que afecta a la propia familia e les impide autovisibilizarse en los roles de madres y padres. Es lo que suelo llamar una “cultura heteronormativamente anquilosada”.

En algunos casos, el conflicto cobra tal envergadura que la propia familia (la pareja) se cuestiona que, si sus descendientes serán herederos de la misma orientación sexual suya, la sociedad los culparía, como si hubiesen investigaciones científicas que respaldaran semejantes conjeturas.

Las personas homosexuales suelen ser, en algunos casos, hijos e hijas de familias heterosexuales, o al menos con comportamientos predominantemente heterosexual, y ello nos indica que no son herederos de su proceder sexual; por el contrario, rompen con los patrones sexuales de sus predecesores. Pero, aunque sus hijos e hijas se orientaran hacia la homosexualidad, no existe mayor incongruencia que la de vivir una vida egodistónica y deshonesta, que no le permita al individuo disfrutar del goce pleno de su sexualidad. Es pertinente recordar que la orientación sexual no es inflexible, puede variar en cualquier momento de la vida.

Si la familia es resiliente, es decir; con capacidades para buscar y encontrar alternativas a sus conflictos, en contextos hostiles y, por sobre todas las cosas, quieren hijos o hijas o ambos, y tienen cómo tenerlos; existe una alta probabilidad de que así puedan enfrentar con amor, responsabilidad e inteligencia cualquier adversidad.

La familia es ese espacio donde el individuo debe ser emisor y receptor de amor, respeto, comunicación franca; donde se encuentre y se ofrezca apoyo, protección; pero además, donde se enfrenten con madurez y afectos las situaciones problemas. La familia nos convoca a reconocerla como una zona privilegiada de intercambio de subjetividades, condicionadas por los lazos que en ella se entretejen: La convivencia, la consanguinidad, los afectos y las afinidades, entre otros.

Todas las configuraciones familiares tienen algo en común: están compuestas por seres humanos que deciden vivir conectados por algunos de los aspectos mencionados anteriormente. No necesariamente todos estos indicadores tienen que estar presentes, ni mucho menos coincidir en el tiempo.

La dimensión social tiene como co-protagonistas al individuo y a la sociedad donde este decide vivir. Las sociedades occidentales, históricamente, han propuesto un modelo único de familia, sustentado esencialmente en principios de heterosexualidad, matrimonio, monogamia y reproducción.

Esta fórmula ha sido generadora de inequidades; es decir, de diferentes oportunidades, posibilidades y derechos, muy manifiestos y evidentes en el diario vivir. Dos de esas inequidades son los derechos sexuales y reproductivos a los que se ha hecho alusión en este escrito, desde sus mismos inicios.

La permisibilidad de todas las personas a alcanzar la maternidad y la paternidad sin exclusiones, la readecuación de regulaciones de índole legal y sanitarias para ampliar esas posibilidades y oportunidades, así como derechos a quien por libre y responsable determinación decida asumir tales roles deben ser principios de mero derecho humano a concebir y procurar hijos e hijas aún por nacer. Privar a esos padres y madres de disfrutar de sus hijos e hijas, así como privar a esos hijos e hijas de disfrutar de sus padres y madres, podría llegar a ser un error imposible de reparar.

Ojalá un día pueda recomendar a una persona, tenga pareja o no, sin importar su orientación sexual, su propuesta de maternidad o paternidad, su identidad de género y sí sus valores como ser humano que le permitan acceder a los beneficios de un programa revolucionario e inclusivo de reproducción asistida, que pueda virtualmente incidir de forma ascendente en las estadísticas de densidad demográfica, con nuevos pobladores de mi país. Bienvenidos y bienvenidas sean esos niños y niñas no natos, aún.

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