Para la periodista Lisandra Chaveco, feminista y activista de la campaña cubana Evoluciona, estamos en presencia de un caso de revictimización “cuando la persona violentada se ve obligada a re-experimentar o revivir la situación de violencia y las emociones asociadas a ella, en repetidas ocasiones, lo que lamentablemente ocurre con mucha frecuencia en las redes sociales debido a su amplio nivel de alcance e interacción”.
¿Qué caracteriza esa revictimización?
Una imagen, mensaje ofensivo o contenido íntimo divulgado en redes sociales sin consentimiento puede ser visto, comentado y compartido miles de veces, en cuestión de segundos, gracias a la “magia de internet”. Al no existir mecanismos eficientes para exigir y garantizar el retiro de la información, sus consecuencias se amplifican. Las víctimas se ven obligadas a lidiar con la culpa, el sufrimiento y el aislamiento social, de manera sostenida o por tiempo indeterminado.
Independientemente de la forma de violencia empleada, dígase sextorsión, ciberacoso, acecho virtual, amenazas, escarnio o ciberbullying, las mujeres continúan siendo el blanco fundamental de los ataques pues, aunque el escenario haya cambiado, el origen de la violencia sigue siendo el mismo: la construcción social, histórica y cultural de la desigualdad entre lo femenino y lo masculino.
¿Existen plataformas más usadas que otras para estos ataques? ¿Cuáles comportamientos son más comunes en Cuba?
Facebook sigue siendo la red social más popular y usada en Cuba, así que constituye uno de los escenarios donde más suele fructificar este tipo de ataques y donde logra mayor alcance. Otra red social donde esta práctica se multiplica es Twitter, espacio que se distingue por el activismo político y la presencia significativa de hombres con posturas neomachistas y conservadoras, que cuestionan e intentan minimizar las luchas por los derechos de las mujeres.
Entre las manifestaciones más frecuentes figuran las descalificaciones, amenazas y comentarios machistas, racistas, homofóbicos y misóginos que provienen, en su mayoría, de hombres jóvenes de entre 20 y 30 años, cuyos argumentos se apoyan en posturas ultra fundamentalistas y patriarcales.
Desde el discurso casi siempre se cuestiona la credibilidad de la víctima, sus posturas, vestimenta o creencias. Es frecuente, además, la resistencia a reconocer que los derechos de estas mujeres han sido vulnerados, los orígenes de estas formas de violencia o cualquier posicionamiento que atente contra los constructos que sustentan las masculinidades hegemónicas.
¿Cuáles son los ataques más frecuentes en las redes?
Por lo general, en Facebook y Twitter se generan polémicos debates de hombres jóvenes que apuntan a la hipercrítica hacia los feminismos y la reivindicación de sus “derechos fundamentales” (como hombres). Incluso, existen quienes no solo discuten, sino que se vuelven cazadores de post y comentaristas activos para arremeter toda su furia machista contra determinadas publicaciones.
En este sentido, es frecuente el cuestionamiento de la capacidad intelectual de las mujeres, la crítica y ridiculización del lenguaje inclusivo y, desde las tendencias religiosas más conservadoras, predominan los posicionamientos contra el aborto, el matrimonio igualitario y el derecho de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos.
El empleo de los términos “feminazi” o “feministas de ahora”, con la intención de ridiculizar y minimizar el impacto ideológico del feminismo, son usuales, así como discursos que reducen peyorativamente la teoría de género y la perspectiva feminista a la frase “ideología de género”, en interés de minimizar el alcance de siglos de luchas por la igualdad de derechos y oportunidades.
¿Qué recomendarías como contraparte desde prácticas comunicativas inclusivas?
Responder oportunamente a las demandas de contenidos y la necesidad de denuncias. Potenciar la visibilización y posicionamiento de iniciativas comunicativas que contribuyan al desmontaje de imaginarios y creencias machistas. Informar, advertir, documentar las diferentes manifestaciones de violencia, sus características y posibles estrategias de prevención. Sensibilizar y educar para una convivencia saludable, como usuarios o usuarias de las tecnologías. Dar voz a expertas y expertos, pero también a personas que han vivenciado experiencias de este tipo. Visibilizar las historias de sobrevivientes que han apostado por emanciparse del machismo. Construir redes de apoyo a las que acudir en situaciones como estas.